Transferencia tecnológica ciega y logística genética

Desde finales de la década pasada se acuñó y, progresivamente en el tiempo, se utilizó con mayor frecuencia la idea de que nos adentrábamos en lo que se dio en denominar la “sociedad del conocimiento” (Krüger, 2006). En este tipo de sociedad, avizorada con bastante antelación por Peter Drucker, el conocimiento fue reemplazando progresivamente –en tanto activo principal para las naciones– al trabajo, al capital y a los recursos naturales. Bajo esta lógica, el conocimiento se convierte en el principal recurso que permite propender a alcanzar grados crecientes de desarrollo en las diferentes sociedades bajo análisis.

Desde esta perspectiva, países como la Argentina hacen denodados esfuerzos por volcar la mayor cantidad de recursos posibles, al menos durante los gobiernos de corte nacional-populares, tanto al sistema educativo, cuyo mayor impacto para la generación de conocimiento se da en el nivel universitario, como al sistema de ciencia y tecnología: Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación o equivalente, INTI, INTA, CONICET, etcétera. Estos recursos se pueden ver en la mejora de salarios de docentes y personal en general, inversión en infraestructura, inversión en equipamiento, becas para estudiantes, financiamiento de proyectos de investigación, aumento de becarios y becarias del CONICET, aumento de las plantas de investigadores y técnicos del INTI e INTA, etcétera. Asumiendo que el uso que se da a esos recursos económicos crecientes es el óptimo –lo que resulta claramente discutible, pues entendemos que toda decisión sobre la gestión de recursos es a priori perfectible– esta transferencia de recursos al sistema redunda claramente en un aumento en la generación de conocimiento. No obstante, entendemos también que resulta imperativo indagar cuál es el origen y cuál el destino del conocimiento generado. Con ‘origen’ nos referimos a cuáles son las motivaciones que el sistema impone –o da libertad– para perseguir a quienes, haciendo uso de recursos públicos, se dedican a la investigación y la búsqueda o construcción de conocimientos. Con ‘destino’ nos referimos al uso final que efectivamente se da al conocimiento construido por investigadores e investigadoras nacionales con recursos públicos del Estado Argentino.

Parecería ser deseable, en principio, que investigaciones y proyectos se iniciasen en el abordaje de los problemas de las argentinas y los argentinos. Esos problemas a abordar deberían tener origen en la demanda tanto del ámbito público como privado, e inclusive y necesariamente en las organizaciones sociales. Solo a modo de ejemplo, el ámbito público podría demandar, en función de problemáticas existentes, una vacuna contra el mal de Chagas, o bien un sistema informático de gestión en red para el funcionamiento administrativo interno de las diferentes escuelas de los diferentes distritos de las diferentes provincias en concordancia con sus respectivos ministerios, consejos escolares y secretarías de educación municipales. Por su parte, y enmarcado en lo que entendemos por ámbito privado, podríamos pensar que una empresa metalúrgica podría necesitar conocimiento asociado al mecanizado de una aleación de acero especial, o bien otra empresa podría necesitar conocimiento para lograr sustituir importaciones de insumos críticos en su circuito productivo. De igual forma, clubes de barrio, iglesias, sociedades de fomento o centros de jubilados podrían –tanto como cooperativas de trabajadores excluidos en tanto organizaciones sociales– demandar conocimiento específico que les permita abordar alguna problemática puntual o general de sus miembros o asociados.

Pero debemos ser claros: el Estado es el único actor social que tiene la capacidad y puede tener el interés de captar y encauzar esa demanda de conocimiento. No obstante, al ahondar en la cuestión nos encontramos que en nuestro sistema científico y tecnológico coexisten dos grandes vertientes aun en disputa sobre cuál debe ser el origen de las investigaciones y, por consiguiente, el destino de los recursos. Esas dos vertientes y sus disputas podemos rastrearlas hasta los inicios de la historia del CONICET, e inclusive más atrás en el tiempo. Quienes acompañaban al primer presidente de esta prestigiosa institución, el fisiólogo Bernardo Houssay creían que el fin era destinar fondos a la investigación básica; en cambio, para quienes acompañaban al primer vicepresidente de la institución, el meteorólogo Rolando García, la búsqueda de conocimiento debía ordenarse detrás de las aplicaciones industriales, el desarrollo económico y las necesidades sociales. Pero esta disputa sobre el destino –¿y origen?– del conocimiento no nacía con el CONICET. La vertiente que luego encabezó Houssay, la más enfocada al desarrollo de las ciencias básicas, podría rastrearse varias décadas atrás en lo que fue y hoy es la Asociación Argentina para el Progreso de las Ciencias (AAPC), cuya conducción hegemónica de la orientación científica de ese entonces entró en tensión con las problemáticas que se ponen en marcha con la incomunicación y la interrupción del comercio que ocasionó la segunda guerra mundial, y sobre cuyas bases el peronismo fundó su modelo económico industrialista. Las razones del conflicto quedan muy bien explicitadas en la siguiente cita: “El uso social, económico y militar del conocimiento significaba la adopción de valores y jerarquías epistémicas y disciplinarias muy diferentes a la prioridad asignada a la ciencia básica y al internacionalismo por la comunidad científica incipiente reunida en la Asociación Argentina para el Progreso de las Ciencias” (Hurtado y Mallo, 2012: 233 y 234).

Hacia fines de los sesentas y principios de los setentas se fue consolidando lo que tiempo después se dio en denominar Escuela Latinoamericana de Pensamiento en Ciencia, Tecnología y Desarrollo (ELAPCYTED). Este espacio no era en sí mismo una institución, sino más bien una corriente de pensamiento que nucleaba figuras de la talla de Jorge Sabato, Helio Jaguaribe, Amílcar Herrera, José Pelúcio Ferreira, Carlos Martínez Vidal, Victor Urquidi, Francisco Sagasti, etcétera. Esta corriente de pensamiento aseveraba que América Latina podía y debía llevar adelante desarrollos tecnológicos propios a través de una mezcla de asimilación, adaptación y generación de tecnologías, sin necesidad de adquirirlas en el exterior. Podríamos decir que en la ELAPCYTED se consolida la vertiente opuesta a la de corte academicista de la AAPC, o bien al que luego se dio en llamar el modelo lineal de innovación, que consiste en pensar el proceso de innovación como una sucesión de etapas que se inicia con la investigación básica y luego continúa con la investigación aplicada, el desarrollo tecnológico, el desarrollo de producto, la producción y, por último, la comercialización (Hurtado y Mallo, 2012). Puede servir para clarificar la idea de modelo lineal seguir a Albornoz (2007), quien lo explica de la siguiente manera: “la orientación en función de la cual se ajustaron los instrumentos de la política científica y tecnológica de la posguerra se basaba en el concepto de ‘modelo lineal’, según el cual la investigación básica da lugar a la aplicada, ésta, a su vez, al desarrollo experimental y este último a la innovación tecnológica. Esta visión implicaba una ingeniosa solución de compromiso entre la mirada del desinterés valorativo y las demandas prácticas formuladas desde las esferas gubernamentales. Tal enfoque dio lugar a lo que más tarde fuera denominado como ‘políticas de oferta’ de conocimiento a una sociedad integrada por presuntos ‘usuarios’”.

En consecuencia, y como resumen de este apartado, podemos decir que en diferentes momentos de nuestra historia la República Argentina destinó más o menos recursos a la producción y difusión de conocimiento científico y tecnológico, pero lejos estamos de tener saldadas las discusiones sobre en qué aplicar esos recursos y cómo apropiarnos del resultado que generan.

Transferencia tecnológica ciega

En los últimos años, investigadores de la UNQUI vienen trabajando y desarrollando la noción de “transferencia tecnológica ciega”. Conceptualmente se refieren al proceso mediante el cual el conocimiento generado por investigadores locales es apropiado para la registración de patentes por parte de organizaciones o entidades de otras latitudes. Las investigaciones realizadas arrojan como resultado que Estados Unidos y la Comunidad Europea son los principales destinos para uso de las publicaciones realizadas por los investigadores de la UNQUI. Esto se debe a que no existen mecanismos para controlar quién hace uso de estos conocimientos generados. Siendo el sistema de publicación y difusión abierto, y estando disponible para toda la comunidad científica internacional, a los ojos del investigador o investigadora que realizan la publicación es imposible saber a ciencia cierta cuál fue el destino del conocimiento generado y publicado.

Los datos recabados en estas investigaciones son ilustrativos, y resulta llamativo y alarmante observar que más de medio centenar de familias de patentes solicitadas entre 1999 y 2010 referencian artículos científicos de investigadores de la UNQUI. Entre los datos destacables de esta investigación surge que el 53% de las solicitudes de patentes fueron presentadas por empresas extranjeras, mientras que el 30% tienen como solicitantes instituciones públicas de ciencia y tecnología (Codner, Becerra y Díaz, 2012). Si en poco más de diez años se registraron más de medio centenar de patentes usando artículos publicados solo por investigadores de la UNQUI, podría resultar alarmantemente incuantificable la cantidad de patentes que pudieron registrarse haciendo uso de artículos publicados por investigadores argentinos de todas las universidades públicas nacionales en los últimos 40 años.

La comprensión del fenómeno es sencilla: bajo la idea de aumentar la oferta de presupuesto para investigación y desarrollo en los diferentes ámbitos de ciencia y tecnología de nuestro país, y bajo las ideas de liberalismo académico, terminamos haciendo ciencia básica en nuestro país con recursos públicos para que organizaciones privadas o públicas de países desarrollados hagan ciencia aplicada y registren patentes.

Debe tenerse claro que la ciencia básica es en principio la más riesgosa, en tanto no necesariamente existe garantía de obtención de un resultado que asegure el recupero de los presupuestos a ella destinados. En consecuencia, terminamos desde nuestros países periféricos realizando inversiones de riesgo para que empresas y entidades públicas y privadas de países desarrollados obtengan un beneficio.

Insistimos, pues nos resulta sumamente preocupante: destinamos fondos estatales para realizar investigación básica; esa investigación es tomada como insumo por parte de empresas y organizaciones tanto públicas como privadas de otras latitudes para realizar investigación aplicada, pudiendo llegar al absurdo de que luego paguemos regalías por el uso de las patentes que ellos registran gracias al conocimiento que nuestro país genera con fondos públicos y gratuitamente cedemos al mundo.

 

Logística genética

En un trabajo previo tomamos el Informe para la Modernización del Sistema Logístico de la Defensa (Ministerio de Defensa, 2009: 11) para conceptualizar en nuestro ámbito, el civil, la noción de logística genética como el conjunto de actividades logísticas que tienen que ver con la génesis de los recursos necesarios para el cumplimiento de una función logística (Frattini, 2019: 66). Planteamos también que estas actividades de logística genética están divididas en tres subgrupos:

  • las actividades de adquisición que tienen que ver con todas las actividades relacionadas con la compra de materias primas, bienes intermedios y bienes finales que no pueden ser producidos, así como todos aquellos servicios que no pueden ser prestados desde dentro de una operación logística y que resultan necesarios para dar cumplimiento a una función logística;
  • las actividades de producción, que reúnen por su parte a todas las actividades que permiten la extracción de los diversos recursos naturales posibles, así como la elaboración de insumos, bienes intermedios y bienes finales para garantizar desde dentro de una operación logística el cumplimiento de una función logística;
  • por último, las actividades de investigación y desarrollo constituyen las herramientas conceptuales y epistemológicas que permiten construir los conocimientos necesarios para pasar de la etapa de adquisición a la de producción de todos los bienes y servicios necesarios en una operación logística para cumplir con una función logística.

Si pensamos en algún ejemplo tradicional del ámbito de la defensa, que es en donde la logística surge en tanto ciencia, la idea es la siguiente: no disponiendo de conocimiento y tecnología, uno se garantiza la disponibilidad de un sistema de armas mediante su adquisición o compra. Generalmente, este tipo de operaciones genera elevados niveles de dependencia de los servicios denominados comúnmente como de logística del sistema de armas. Esta logística está asociada a lo que se conoce como logística de sostenimiento –resulta la parte complementaria de la logística genética– y tiene que ver con mantener operativos esos sistemas de armas adquiridos mediante un conjunto de cuatro subgrupos de actividades logísticas: abastecimiento, almacenamiento, transporte y mantenimiento.

Destinar recursos humanos, materiales o económicos –entre otros– al conjunto de actividades de investigación y desarrollo, en tanto actividades de logística genética, puede generar la capacidad productiva necesaria para dejar de comprar –actividades de adquisición– y comenzar a producir localmente –actividades de producción. Esto tiene múltiples ventajas, no solo para el ámbito de la defensa, sino –y específicamente, que es lo que nos interesa en el presente trabajo– para la sustitución de importaciones, que tendría sobrados beneficios para nuestro país, en principio desde tres enfoques:

  • el consecuente ahorro de divisas que el país tendría, dejando de adquirir insumos, equipos y materiales en otras latitudes, desarrollando aptitudes necesarias para producirlos localmente;
  • el desarrollo de grados crecientes de independencia tecnológica, lo que garantiza paralelamente grados crecientes de soberanía;
  • el tercero no resulta menos importante: sustituir importaciones y ganar independencia tecnológica basada en investigación y desarrollo complejizaría la matriz productiva de nuestro país, generando en forma creciente mayor demanda de empleo de elevada calificación.

¿Qué queremos decir con esto último? No podemos –en caso de que decidamos orientar nuestra política de ciencia y tecnología al desarrollo– simplemente aumentar el presupuesto y esperar que el azar y el buen tino de las investigadoras y los investigadores produzcan conocimientos útiles para nuestra sociedad. No podemos esperar además que alguna entidad pública o privada nacional se tope con ese conocimiento generado y a partir de él pueda llegar a generar algo útil, si es que ese conocimiento ya no fue aprovechado por otros y su uso queda registrado o restringido. Como en casi todos los abordajes de problemáticas sociales en general y de problemáticas económicas en particular, recostarse sobre el ofertismo y el azar como mecanismo para solucionar problemas termina siendo un grave error que se paga con atraso, desperdicio de recursos y pobreza.

 

Logística y enfoque a la demanda

Oportunamente propusimos entender a la logística en tanto acción como “dar o suministrar todo aquello que es requerido para garantizar la realización de toda acción o tarea que entraña dificultad y demanda decisión y esfuerzo” (Frattini, 2019). ¿Cuáles deberían ser en nuestra concepción las acciones o tareas que entrañan dificultad y demandan decisión y esfuerzo? Todas aquellas que pretenden propender a la solución de los problemas que aquejan al Pueblo Argentino.

Podríamos decir que es anti logístico ofrecer recursos al azar para ver si alguien los demanda o los usa. Urge identificar y ordenar los grandes problemas nacionales que deben constituirse en los grandes ejes ordenadores de la demanda de construcción, difusión y utilización de conocimientos. No podemos ni debemos dejar tantas variables libradas al azar en el recorrido que demanda alcanzar grados crecientes de desarrollo, pues el azar termina siendo la resultante de decisiones que toman un conjunto de actores poderosos en el juego social, buscando construirle posibilidades a su proyecto de juego (Matus, 2007: 40). Cabe al Estado, haciendo uso de todas las herramientas logísticas posibles, ordenar la demanda de conocimiento para que pueda ser puesto lo más rápido posible al servicio de la solución de los grandes problemas nacionales. Si agrupamos éstos en diferentes ejes –vivienda, medio ambiente, energía, agua potable y saneamiento, educación, alimentación, salud, comunicaciones, producción industrial, etcétera– y pensamos que lo primero debería ser atender demandas y necesidades de los sectores excluidos, nadie podría ser tan intrépido de afirmar que no contamos con los recursos materiales y epistemológicos para abordar esos problemas y resolverlos en tiempos prudenciales. Podemos intuir en consecuencia que los problemas que aquejan al Pueblo Argentino no son de disponibilidad de recursos naturales, humanos, de capital y conocimiento, sino más bien la forma en que ellos se administran.

Aldo Ferrer (2010) oportunamente propuso que el desarrollo económico es un proceso de acumulación en sentido amplio, y que este proceso de acumulación lleva implícita la transformación de la economía y de la sociedad basada en la acumulación de capital, de tecnología, de capacidad de organización de los recursos, de educación y de madurez de las instituciones donde se procesan los conflictos. Esa inmadurez institucional es la que nos impide al día de hoy pensar formas diversas de organizar los recursos de forma tal que no propendan a la concentración y al desperdicio. El “mercado” en términos económicos es un muy buen ordenador de una cantidad considerable de relaciones económicas, pero también debemos mencionar que el mercado no es un buen ordenador de los recursos disponibles para alcanzar grados crecientes de desarrollo per se, ni ordena la solidaridad, ni ordena la solución de problemas que no son rentables o que no pueden movilizar el ánimo de lucro… ni hablar de que no es posible delegar en el mercado el ordenamiento de la actividad en general con fines geoestratégicos. Deberíamos dejar de rendirle pleitesía al dios mercado en los términos en los que hoy se lo hace, y comenzar a diseñar y gestionar el Estado de forma más inteligente, ganando grados de eficiencia que permitan comenzar a darle solución a los problemas más acuciantes de las argentinas y los argentinos. Debemos apropiarnos del conocimiento de que disponemos o del que somos capaces de generar. Resulta paradojal que nuestro país esté entre los diez países que pueden producir un satélite geoestacionario o que controle el ciclo completo de energía nuclear para producir, por ejemplo, reactores experimentales, pero no podamos solucionar la carencia de agua potable o de vivienda digna de amplios sectores de nuestra población.

La Logística, con mayúsculas, y entendida como fue definida con anterioridad, es la que permitirá ordenar la demanda en general y de conocimiento en particular para abordar estos grandes problemas nacionales. Pero decidir que la oferta y no la demanda de conocimiento sea la que ordena nuestro sistema de ciencia y tecnología es una decisión ideológica (Frattini, 2020), y esta decisión ideológica es la que nos ha mantenido en niveles de desarrollo subóptimos que estamos pagando con el hambre y el sufrimiento de una parte considerable de nuestro pueblo.

 

Bibliografía

Albornoz M (2007): “Los problemas de la ciencia y el poder”. Revista Iberoamericana de Ciencia, Tecnología y Sociedad, 3(8).

Codner D, P Becerra y A Díaz (2012): “La transferencia tecnológica ciega: desafíos para la apropiación del conocimiento desde la universidad”. Redes: Revista de estudios sociales de la ciencia, 18 (35).

Ferrer A (2010): El futuro de nuestro pasado. Buenos Aires, FCE.

Frattini F (2019): De la logística. Tres de Febrero, Imaginante.

Frattini F (2020): El ofertismo como regla y vicio. https://integracionydesarrollo.ar/economia/#elofertismo.

Galante O (sf): La Escuela Latinoamericana de Pensamiento en Ciencia, Tecnología y Desarrollo (ELAPCYTED). https://frh.cvg.utn.edu.ar/pluginfile.php/107347/mod_resource/content/0/Galante%20et%20al%20Escuela%20PLACTED%20para%20ALTEC.pdf.

Hurtado D y E Mallo (2012): Tecnología, desarrollo y democracia. Buenos Aires, Ministerio de Ciencia e Innovación Productiva de la Nación.

Krüger K (2006): “El concepto de ‘sociedad del conocimiento’”. Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales, 683.

Matus C (2007): Teoría del juego social. Remedios de Escalada, EDUNLa.

Ministerio de Defensa (2009): Informe para la modernización del sistema logístico de la defensa. Buenos Aires.

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