La conquista del futuro

Por animales racionales somos animales utópicos, pues la razón es el lugar de la utopía. Lo que nos abre a la universalidad, al futuro, no obturados como los demás animales en una mera inmersión ‘ambiental’. De allí, la esencial importancia de la reflexión sobre la utopía y sus formas. Es un acceso privilegiado para la comprensión histórica” (Alberto Methol Ferré, 1970).

El futuro viene instalándose como un fetiche argumental en la discusión política contemporánea, a riesgo de ir desgastando su significado, vaciándose. Mientras lo aludimos difusamente, nuestro territorio de disputa por antonomasia es el pasado, y nuestro campo de acción queda peligrosamente reducido al presente, centrándose en lo inmediato: la famosa coyuntura. Contemporáneamente, el estudio del futuro –e inclusive de su historia– ha ido permeando los ámbitos académicos, instituyéndose como un campo disciplinar en sí mismo. Su aporte es la identificación de escenarios posibles y probables, con la funcionalidad política de poder construir síntesis en torno a los futuros deseables. La dimensión simbólica –en sus modalidades de cosmovisión y mitologías– es crecientemente considerada en relación a cómo y cuándo habilita o inhabilita el gesto creativo social requerido para pensar-crear futuro.

Experiencias de gramaje institucional en torno a esta cuestión se están dando en latitudes tan variadas como Marruecos, Australia, Finlandia, Pakistán y Chile –cuyo Congreso del Futuro cumple 10 años este 2021. Revistas científicas especializadas, como Futures, llevan décadas de aporte sistemático en la materia. Nuestro país ha hecho un aporte significativo con la experiencia del Modelo Mundial Latinoamericano que postulaba el paso del “mundo actual” a “un mundo para todos” y presentaba la novedad de metas socioeconómicas para medir el desarrollo, rompiendo con la inercia economicista pura, sobre la que volveremos. Actualmente, la Universidad de Ciencias de la Empresa dicta una Especialización en Prospectiva Estratégica, existen nodos del Proyecto Millenium y la agenda prospectiva comienza a permear el sector público.

Con la creación de Argentina Futura –una Unidad Ejecutora en el marco de la Jefatura de Gabinete de Ministros a cargo del doctor Alejandro Grimson– el presidente Alberto Fernández resolvió instituir la agenda de futuro en el más alto nivel institucional del sector público. Su decisión está anclada en una larga tradición del peronismo en relación a la planificación estratégica. De los Planes Quinquenales a la conquista del futuro como derecho de construcción colectiva, debemos enfocar en este como dimensión troncal para los procesos de liberación, como el que el peronismo viene a proponer desde hace 70 años.

En un contexto signado por una crisis de escasez de imaginación política, en el que la acción pública está signada por el efectismo y el imperio de la coyuntura dificulta la proyección a futuro, el programa es expresión de la vocación política de este gobierno de estimular el pensamiento prospectivo, la creación de capacidades estatales orientadas a la pre-visión que permitan respuestas anticipatorias, y el ejercicio de una pedagogía del futuro que estimule el ejercicio prospectivo en la diversidad de actores sociales y políticos de nuestra Patria. La agenda programática de Argentina Futura incluye los núcleos tradicionales de problematización –energía, biodiversidad, frontera tecnológica, agua, cambio climático, alimentos, empleo, entre otros– en una dinámica de constante ampliación, en consulta con la comunidad académica e interacción con instituciones y organizaciones sociales en una búsqueda de mutuo enriquecimiento.

El mero planteo de construir una idea de futuro alternativa se vuelve revolucionario en un contexto en que imperan las distopías –de corte tecnologicista, al estilo Black Mirror, o por actualización de fantasmas del pasado, como plantea Yuval Noah Harari cuando explica cómo el nazismo o el comunismo sirven de insumo para asustarnos con el futuro– y –particularmente en nuestra región– un giro narrativo que abandona la idea de abundancia para centrase en la de escasez. La hegemonía del vaticinio la ejerce un futuro gris, con desmantelamiento de los servicios públicos, la democracia, y los propios Estados –Attali le da el nombre de hiperimperio– como fruto de la desnacionalización definitiva de las élites y la desaparición progresiva de la clase media. En este contexto, es trascendente políticamente la construcción de lo que el rosarino Ezequiel Gatto llama futuridades: entendiendo al futuro no como “el presente que viene por delante”, sino ante todo una modalidad de vinculación con la potencia que ese tiempo puede tener. Retomando los planteos de la filosofía ejercida desde nuestro pueblo –ver de Iván Fresia Estar con lo sagrado. Kusch-Scannone en diálogo sobre pueblo, cultura y religión, editado recientemente por CICCUS– la gravitación particular de la tierra y la experiencia histórica –geocultura– constituye un núcleo ético-cultural al que hay que interpelar a la hora de pensar la proyección prospectiva. En otras palabras, como sugiere Gatto, “apelar al significante ‘futuro’ sin una exploración más atenta de los modos en que nuestra sociedad anticipa, imagina, dispone, posibilita e imposibilita no basta para darle densidad y productividad política”.

Para romper la inercia neoliberal del futuro distópico –marcado por la incertidumbre como dinámica primaria– hay que interpelar la fibra del deseo colectivo en nuestro Pueblo. Juan Carlos Scannone planteaba en este sentido que no solo “en las contradicciones reales del presente (…) se determina el futuro”, sino que también inciden “las anticipaciones de la liberación que ‘ya’ se dan en la vida del pueblo”. Es el propio pueblo argentino, en el marco de su sapiencialidad –astucia radicalizada– quien porta la potencia de ese futuro soñado: ser receptivo a incorporar esa potencia de modo estructural en nuestros dispositivos será un factor decisivo en el provecho de la tarea encomendada.

Dos cuestiones complementarias para dotar de sentido a este esfuerzo. Por un lado –ahora abrevando en Kusch– permitirnos la posibilidad de que ese futuro deseado no sea de “realización” –del ser, a la manera occidental de percibir “el éxito” – sino de “felicidad” o plenitud –del estar siendo, del mero estar. René Ramírez Gallegos plantea que “la vida buena” es la verdadera riqueza de las naciones: es posible construir consenso social sobre esa premisa, habiendo asumido como militantes el compromiso de actualizar la doctrina del único movimiento político que planteó la felicidad del Pueblo como objetivo estratégico. Para esto, debemos comprender que, ante la premisa de un nuevo orden social, debemos construir un nuevo orden temporal: pasar de “el tiempo es dinero” y la apropiación del tiempo ajeno, a una política emancipatoria del tiempo. Por último, alertar sobre el hecho de que “futuro” no equivale unívocamente a “nuevo”. La elegía de lo novedoso es uno de los mitos fundacionales del capitalismo. Como ya advirtieron diferentes pensadores nuestroamericanos –como el brasileño Darcy Ribeiro– ciertos horizontes deseables se sitúan en nuestro pasado. Solo hay que romper el embrujo neoliberal y no pensar exclusivamente en qué debe ser transformado, sino también en qué merece conservarse.

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