Ciencia, tecnología y modelos de desarrollo en Argentina

Es indudable que el fomento a la ciencia y la tecnología se presenta como un elemento primordial para el desarrollo de los países, de ahí que las políticas públicas aplicadas en ese ámbito sean tan urgentes. En América Latina, el arraigo de un ideario –tanto en el seno del debate académico como en el referido a la determinación de las agendas de política estatal– que enfatiza los vínculos existentes entre las capacidades científicas y tecnológicas y el objetivo primordial del desarrollo económico-social se remonta a la década de 1950, al calor de los debates sobre las trayectorias de industrialización de los países de la región.

A diferencia de los países con alto desarrollo industrial, los que componen la región latinoamericana presentan mayores debilidades en su entramado productivo y en la relación entre éste y los centros de producción de conocimiento científico-tecnológico. Debido a ello, en países como Argentina asume una mayor trascendencia el papel del Estado como promotor de las actividades científicas y tecnológicas y de las vinculaciones entre los diferentes componentes del sistema orientados hacia la innovación. Sin embargo, la historia reciente muestra avances y retrocesos en este aspecto. Por ejemplo, en la década neoliberal las políticas científicas y tecnológicas se mantuvieron en un plano secundario de las prioridades del Estado y de la elite económica, y sus resultados exhibieron una tendencia hacia el laissez-faire en materia tecnológica basada en las tradiciones neoclásicas, tanto en lo que hace al rol de las políticas públicas como en el tratamiento de la cuestión tecnológica (Chudnovsky y López, 1996). Bajo este paradigma se sostenía que el arribo masivo de capitales y tecnología importada cerraría la brecha de productividad con las economías centrales, cuestión que no ocurrió. La apertura de la economía y la adquisición de capital y tecnología como ejes estratégicos de la modernización tecnológica no permitieron el avance hacia un mayor desarrollo de capacidades científico-tecnológicas locales.

No obstante, a partir de la ruptura de la convertibilidad se da un reimpulso de la política estatal tendiente a la reconstrucción de las capacidades científicas y tecnológicas locales desarrolladas durante las presidencias de Néstor Kirchner (2003-2007) y Cristina Fernández de Kirchner (2007-2015), como objetivo estratégico de las políticas de desarrollo implementadas y como pilares de una trayectoria deseable que auspiciaba la necesidad del crecimiento económico-productivo compatible con la expansión del empleo formal y la expansión de la demanda dinamizada por el consumo interno. En este marco, los esfuerzos del Estado se concentraron en recomponer las capacidades científicas tecnológicas fuertemente agredidas en la década previa, y para ello se focalizaron en políticas tendientes a la formación de recursos humanos, el incremento de la inversión pública en ciencia y tecnología y la jerarquización de las instituciones con incumbencia en ese campo. En materia de gastos en investigación y desarrollo se impulsó un sostenido crecimiento, pasando de representar el 0,41% del PBI en el año 2003 al 0,65% en 2015. Pero sin lugar a dudas, lo que permitió el despliegue de las potencialidades de una activa política estatal en la promoción de la investigación científica orientada al desarrollo productivo fueron las transformaciones apreciables en el modelo de desarrollo de esa década (Avendaño y Di Meglio, 2015).

Como si fuera una película repetida, en los últimos tres años asistimos nuevamente a un proceso de desmantelamiento del complejo científico-tecnológico que se expresa en la disminución del financiamiento orientado a la promoción de la ciencia y la tecnología en sus diferentes planos y la desjerarquización de las instituciones con incumbencia en este campo que marcan el deterioro de este sector a la luz del ajuste estructural. Si bien la permanencia del ministro Barañao frente al MINCyT hacía pensar en una cierta continuidad respecto a las políticas desplegadas en el periodo anterior, lo cierto es que no hubo nada de eso. La drástica reducción del 60 por ciento del ingreso a la carrera del CONICET, la disminución de los subsidios y el congelamiento o desaparición de muchos proyectos tecnológicos marcaron el desinterés del gobierno de continuar desarrollando el sistema científico-tecnológico consolidado en el período anterior.

Sin embargo, es importante señalar que dicho deterioro no está exclusivamente asociado a las políticas de ajuste, sino principalmente a la escasa relevancia que adquiere la ciencia y la tecnología para el modelo de desarrollo y el patrón de inserción que se promueve desde el gobierno nacional. En rasgos generales, el gobierno actual no ve la necesidad de seguir invirtiendo recursos en la generación de conocimientos científico-tecnológicos, ya que apuesta a retornar al modelo agroexportador y adquirir en el exterior la tecnología y los conocimientos necesarios que requiera el país. Esta mirada exógena respecto a la ciencia y tecnología no hace otra cosa que dilapidar una vez más la única ventana de oportunidad que la Argentina tenía para consolidarse y retomar un sendero de desarrollo deseable.

Mientras el mundo debate la importancia del conocimiento como motor de desarrollo y las posibilidades que la ciencia y la tecnología generan en la realización de nuevos productos y procesos, Argentina vuelve a oscilar entre su incapacidad de sostener una política de largo plazo y los problemas urgentes a resolver. Sin embargo, resulta imperativo revertir el argumento y repensar el rol de la ciencia y tecnología como política de desarrollo y las posibilidades que este camino puede aportar para resolver los problemas estructurales de la economía argentina. Hoy encontramos países como Corea del Sur e Israel que, a partir de una sostenida inversión en ciencia y tecnología, lograron consolidarse en la economía mundial como importantes exportadores de tecnología de punta y con mejoras sustanciales en su sendero de desarrollo. En la actualidad, estos países invierten el 4% del PBI en este campo, un porcentaje mayor que países como Alemania, Estados Unidos o Japón.

En definitiva, como señalan Cimoli (2007) y Porta y Bianco (2004), el soporte ordenador de toda política estatal de ciencia y tecnología es un determinado posicionamiento sobre el “desarrollo deseable de un país”. Por lo tanto, si el “desarrollo deseable” está relacionado con la apertura externa y un patrón de especialización basado en materias primas con escaso valor agregado, queda poco margen para el despliegue de la ciencia y la tecnología y sus potencialidades. De esta forma, el debate principal en el futuro deberá orientarse a la discusión de ese posicionamiento y a revisar los marcos conceptuales o paradigmas económicos que están guiando las decisiones. Sin un cambio de modelo económico no hay ciencia endógena posible.

 

Bibliografía

Avendaño R y F Di Meglio F (2015): “El capitalismo argentino en la pos-convertibilidad: un análisis de los alcances del desempeño productivo y de su relación con las políticas científicas y tecnológicas”. Revista de Gestión Pública, IV-2, Julio-Diciembre.

Chudnovsky D y A López (1996): “Política Tecnológica en la Argentina: ¿Hay Algo Más Que Laissez Faire?”. Redes, 6.

Cimoli M, C Ferraz y A Primi (2007): Políticas de ciencia y tecnología en economías abiertas: la situación de América Latina y el Caribe. Santiago, CEPAL.

Porta F y C Bianco (2004): Las visiones sobre el desarrollo argentino. Consensos y disensos. Buenos Aires, Centro de Estudios sobre Ciencia, Desarrollo y Educación Superior.

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