Centro Universitario de Devoto: una territorialidad entre rejas

La cárcel de Devoto es una de las más viejas de nuestro país. Fue inaugurada en 1927 en terrenos donados por la familia Villasic al Estado. Si caminás y recorrés los pasillos, los recovecos y el interior del penal, continúa la misma arquitectura de aquellos años y percibís dolor, terror, angustia y reja. Reja que genera temor, que produce un ruido ensordecedor y que pareciera nunca más se abrirá.

Más allá de las presiones de los vecinos del barrio de Devoto para que la cárcel sea trasladada, existe un amparo que lo impide. Este establecimiento funcionó como centro clandestino de detención y torturas entre 1976 y 1983, en el marco del terrorismo de Estado en Argentina. Fue uno de los penales utilizados para guardar en forma ilegal a miles de presos, siendo sometidos a torturas que, en muchos casos, terminaron en muerte. En un pabellón específico recluían a una treintena de mujeres y a nueve de sus hijos. Era un régimen carcelario de extrema severidad, sistematización de tortura y malos tratos, alimentación insuficiente y falta absoluta de atención médica.​ En 2014 fue declarada sitio de la memoria, por lo cual hoy no puede ser demolida, más allá de los intentos del Gobierno de la Ciudad por hacerlo y reubicar a los internos en Marcos Paz.​

En el penal funciona el Centro Universitario Devoto (CUD), el cual es un emblema a nivel mundial por su historia y funcionamiento, y sobre todo por los logros obtenidos. Se inauguró en 1985, cuando un grupo de presos alojados en el penal realizó gestiones y protestas para que los dejaran estudiar. Existían sectores del Servicio Penitenciario Federal (SPF) que apoyaban el pedido y otros que se oponían rotundamente. Después de una lucha de los internos, el Centro abrió sus puertas, y hoy podría dar testimonio: es un espacio de libertad dentro de un contexto de encierro y oscuridad.

En la actualidad, los sujetos disponen de las siguientes carreras: Derecho, Sociología, Ciencias Económicas, Psicología, Ciencias Exactas, Filosofía y Letras, además de diferentes talleres que les permiten conversar, charlar pensar y, sobre todo, los habilita a crear y mantener un pensamiento crítico, a luchar por ese espacio construido y sostenido por ellos. Cuando digo sostenido por ellos, lo hago en forma literal: quienes asisten al CUD son los que lo cuidan, lo pintan, lo decoran, lo mantienen limpio, lo ordenan y hacen de ese lugar un espacio de libertad mental, de distracción y de crecimiento espiritual e intelectual.

El CUD cuenta con una hermosa biblioteca, un sitio cálido repleto de libros de diferentes temáticas que los internos pueden leer, tanto ahí como en sus pabellones. Es un sector donde se juntan para conversar sobre temas de la cotidianidad del Centro, o del penal, y también para estudiar en conjunto o leer en tranquilidad.

El Centro está habilitado de lunes a viernes de 9:00 a 18:00, pero se mantiene cerrado los fines de semana, lo cual es una pena, ya que durante el sábado y el domingo se podrían brindar talleres u otras actividades que durante la semana se dificultan, ya que los internos están asistiendo a sus clases. Por otra parte, si el CUD estuviera abierto, los internos tendrían la posibilidad de estudiar en ese espacio más motivador, alojador y agradable que los pabellones.

Los más de mil metros cuadrados del CUD están rodeados de rejas, pero permanecen ajenos al devenir carcelario, y eso es notorio. En sus aulas, sala de actos, pasillos, biblioteca, laboratorios y hasta en los recovecos, no hay requisas ni uniformados, solo estudiantes y profesores que circulan por las instalaciones. El Centro es un sector ameno en el cual dan ganas de estar, quedarse y transitar.

En el CUD percibí ganas, entusiasmo, grupalidad y alojo; seres en franco proceso de deconstrucción, diversos proyectos colectivos y, sobre todo, una gran necesidad de crear vínculos, tramas y redes que los sostengan y contengan para transitar su cotidianidad; sujetos que han logrado armar y generar un conjunto de presencias que se acompañan, que se comprometen y cuidan su lugar.

Es imprescindible defender este proyecto, donde los internos pueden adquirir una bocanada de libertad y de esa manera comenzar a trazar un nuevo relato, una nueva trayectoria real, singular y particular. O, tal vez, resimbolizar su propia historia. Como dijo el escritor José Saramago: “Dentro de nosotros hay una cosa que no tiene nombre. Eso es lo que somos”. Yo me permitiría agregar con absoluta modestia: “También lo que seremos”.

Como sociedad, todos los actores debemos comprender que estigmatizar a sujetos y condenarlos al hastío, al castigo y al encierro, sin darles herramientas para moverse, inquietarse y reflexionar, es matarlos en vida. Eso no es justo, ni para ellos, ni para nosotros como seres sociales.

Por último, quiero agradecer a los integrantes del CUD por la hospitalidad y el trato que me brindaron en el transitar de mis días con ellos.

 

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