Victoria política y victoria de la política

Por supuesto, seguimos festejando esta victoria tan ansiada. Inesperada totalmente en sus proporciones, aunque no tanto su misma existencia. A lo largo y ancho del país, las urnas hablaron una y otra vez de este triunfo en el que –como decía ese mismo domingo a la mañana el diario La Nación– se disputaban dos modelos de país.

Sin embargo, es bueno recordar que horas antes, si bien estábamos confiados, también existía temor. Posibles fraudes, percepciones poco claras sobre lo que pensaba el común de los ciudadanos, encuestas erráticas, avances mágicos de la imagen del presidente, subas misteriosas en la Bolsa, en fin, el clima no era triunfalista ni mucho menos. Más aún, si alguien se hubiera atrevido en una reunión de amigos a hablar de un 15% de diferencia, lo habrían mirado con ojos desorbitados y rápidamente el mote de exagerado o voluntarista habría estado en la boca de muchos, cuando no el de alcohólico.

¿Qué ocurrió? ¿Por qué esa diferencia enorme entre nuestras expectativas y la realidad de la votación? A mi juicio, nuestra concepción ha sido colonizada por visiones teóricas que dificultan una perspectiva más clara para nuestros análisis políticos. En primer término, nos encontramos con el mito de la omnipotencia de los comunicólogos. Hemos terminado creyendo que, si se hace una afirmación millones de veces, finalmente la gente la cree. Los emisores de los mensajes son todopoderosos y sus receptores, entes pasivos en cuyas mentes puede inscribirse cualquier mensaje. Esto es, la teoría comunicacional predominante entre nosotros es muy primitiva: el que habla, el que escribe, el que tiene la capacidad económica de mostrar imágenes está en condiciones de moldear nuestros sentimientos, nuestros pensamientos y nuestras conductas. Recordemos, por un momento, a los periodistas con posiciones más cercanas a lo nacional y popular. Los encontrábamos más preocupados por comentar y polemizar con los medios hegemónicos que por trasmitir la realidad tal como la veían.

En segundo lugar, la creencia irracional en las capacidades de las nuevas tecnologías de la información. Poseer estos nuevos instrumentos de comunicación no es sinónimo de que lo que se comunica es eficaz. Pero muchas veces tendemos a creer que el cómo es más importante que el qué se dice. Facebook, Twitter, etcétera, constituyen herramientas más poderosas que las anteriores –que los diarios, por ejemplo–: tienen una capacidad de llegada mayor, son más cómodas para recibirlas, pero… siempre hay un pero: el discurso no cubre toda la realidad, apenas quiere constituirse en una interpretación de la misma que requiere cierta credibilidad. Esto es, en el fondo, deberíamos desembarazarnos de esas teorías que sostienen que el discurso lo es todo, que constituye la realidad, que no hay realidad fuera del discurso.

En tercer término, ha cundido una concepción ahistórica que dificulta conocer y comparar el hoy con fenómenos sociopolíticos del pasado. Por ejemplo, los medios de comunicación siempre han sido importantes, muy importantes. En la baja edad media se castigaba con la muerte a quienes pegoteaban pasquines en las paredes de los burgos sin permiso del príncipe. O, cuando Mitre dejó de ser presidente, fundó La Nación Argentina. Siempre ha habido una lucha por quién puede hablar y quién no. Sin embargo, ello no impidió que hubiera cambios una y otra vez.

Entiendo que estos tres factores han sido decisivos a la hora de no prever el abultado triunfo del 11 de agosto. Pero una vez logrado, tendemos a una interpretación que nos hace recaer en otro error. Se trata de un economicismo vulgar que traslada mecánicamente los problemas económicos a las decisiones políticas. Si el gobierno afecta la capacidad económica de una población, ésta votará en contra. A mi juicio, ello no es así necesariamente. La gente no vota siempre de acuerdo con sus intereses. Si así fuera, siempre habría gobiernos populares, pues el pueblo es la mayoría de la población. Lenin sostenía que la política es la economía concentrada. Pero la política constituye una esfera con una autonomía importante.

Nos cuesta caer en esto: la política es crucial. Tanto la visión endiosadora de los medios de comunicación como el economicismo sugieren que las personas, los sujetos, somos meros espectadores de estructuras que nos manejan como monigotes. Antes de las elecciones los medios hegemónicos lo podían todo, ahora la situación económica determinó nuestro voto. Ni tanto, ni tan poco.

Hemos ganado porque constituimos una coalición inteligente entre kirchneristas, peronistas no kirchneristas y disidentes del peronismo. Esa coalición dejó atrás peleas del pasado, lo que es muy valorado por una población castigada y humillada. Esa coalición mostró, en su mismo nacimiento, generosidad y desprendimiento, lo que también es señal de que no todos los políticos son unos ambiciosos sin escrúpulos. Esa coalición además ganó porque el PRO nos constituyó como lo otro, como lo prohibido, como lo malo, como lo repelente. Y lo otro, lo prohibido, lo malo, lo repelente, tiene mucho atractivo cuando le va mal al que ha constituido esa identidad forzada. Cuando el eje del bien es un desastre, la gente se vuelca hacia el eje del mal. Esa coalición ganó porque evitó las internas y, cuando las tuvo, como en La Plata, Moreno o Quilmes, fueron un ejemplo de civilidad. Esa coalición ganó porque mostró serenidad cuando el macrismo gritaba como desaforado.

Estas PASO son una enseñanza para todos nosotros. Hay que hablar con la gente y hablarle a la gente. Los medios, las redes, toda la tecnología, son muy útiles si se los pone en función de objetivos creíbles y que muestren esperanza de un futuro mejor. Con la tecnología sola no vas a ningún lado.

Fijémonos, por fin, en una consigna: “entre pagarles a los bancos o pagarles a los jubilados, prefiero a los jubilados”. Primero de todo, hay que recordar que esta consigna recuerda la de 1946: Braden o Perón. Segundo, no es una consigna llorona, quejosa, reconoce una mala situación, la de los jubilados, pero plantea una solución: pagarles. No sólo es un diagnóstico, es una propuesta, y define quiénes son los otros, que se benefician de una situación injusta. Consigna inmejorable. Le hablamos a la gente, hablamos con la gente, no discutimos con otros periodistas, ni creemos que las redes por su misma existencia resuelven todo. Es una victoria política, sí, pero, sobre todo, es una victoria de la política, de un sentido común que muchas veces tambalea frente a una visión soberbia y engreída que postula que los seres humanos somos marionetas frente a las fuerzas económicas o del mercado y las de los medios. Y no es así.

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