¿Quién tiene que volver?

Más allá de los eslóganes de campañas y de las simplificaciones del lenguaje, es muy importante preguntarse qué se quiere decir cuando se canta a viva voz “vamos a volver”. Si lo que buscamos como respuesta es quién tiene que volver, probablemente entremos en la que el neoliberalismo cultural propone todo el tiempo: poner la discusión en la figura de personas y sus conductas, donde los medios de comunicación son los principales operadores y responsables del “existo o fracaso” de esas figuras. Años intensos de cultura neoliberal nos hizo –y aún hace– pensar la política en términos individuales. No hablamos, ni pensamos, ni decodificamos política. Hablamos de personas, de sus vidas, de sus cuentas, de sus ropas, de sus hijos. Esto hace muy mal a la política: se trasforma en una discusión moral lo que debería ser un debate por el sentido, el sentido de las decisiones que se van tomando. Esto corre para propios y ajenos. Hace meses que nos vemos discutiendo sobre tal o cual en la unidad, basándonos siempre en cuestiones de imagen y rumores, sin evaluar nunca la gestión. Para lo que fueron elegidos. Para trabajar al mando de nuestras instituciones y con la obligación de defenderlas, custodiarlas y fortalecerlas.

Si hay algo que dejó el kirchnerismo como período de gestión, no es solo una mayor participación política de la ciudadanía, sino algo mucho más importante: la reivindicación de la gestión pública. En ese sentido fuimos muchos de mi generación los que durante el momento de mejor desarrollo de nuestras profesiones fuimos convocados por el Estado Nacional para recuperar y fortalecer la gestión pública, tan maltratada durante las últimas décadas del siglo pasado. Comprendimos muchos de nosotros que desde nuestro país y con nuestros propios recursos podíamos iniciar un camino de fortalecimiento y desarrollo genuino de nuestros potenciales. No voy a enumerar la cantidad de mercados que motorizó el kirchnerismo a través de sus políticas públicas, pero con decir que lanzamos satélites al espacio debería alcanzar, aunque a muchos les cueste verlo.

El neoliberalismo –en manos de quien sea– ataca directamente la estructura estatal. Rompe todos los tejidos, dejando un Estado que solo exista para asistir a los excluidos y con lo menos que se les pueda destinar. Saquea nuestras instituciones. Los neoliberales usan nuestras herramientas legales para transferirse riquezas hacia ellos. Denigran la gestión pública y a los empleados públicos. Esto se puede describir perfectamente explicando cada una de las medidas que toman los gobiernos neoliberales, y se puede diferenciar perfectamente con cualquier medida de un gobierno popular.

Para que exista gestión tienen que existir políticas públicas. Ellas representan el vínculo que busca tener el gobierno con la ciudadanía. Con el pueblo trabajador. Se diseñan programas que buscan materializar esa política usando las estructuras del Estado. Por ejemplo, entendemos que un niño que no tiene acceso a una computadora en el siglo XXI es casi un niño analfabeto. Un gobierno popular diseña una política pública ­de y para todos que garantiza un derecho fundamental y crea entonces el programa Conectar Igualdad para que no existan niñas o niños analfabetos en Argentina. Ese solo programa genera una cadena de valor mixta entre lo público y privado muy importante, desde quienes piensan las políticas hasta quien hace las computadoras en una industria en el sur. Un gobierno neoliberal en cambio entiende que en el mundo hay demasiados seres humanos y no todos pueden acceder a las mismas posibilidades, entonces cierra el programa.

Las decisiones políticas tocan la vida de las personas. Las políticas públicas definen sus condiciones de vida. Lo estamos viviendo en carne propia y con la ventaja de haber conocido la experiencia de un gobierno popular. Están dadas todas las condiciones para dar una discusión genuina y de fondo. Es momento de poner en el centro de la escena el fondo de todas las cosas qué Estado queremos. Todo lo demás es puro cuento. Para esto es muy importante generar los mecanismos que permitan llevar esa discusión adelante, construyendo una unidad de concepción y de acción sobre el uso de nuestras instituciones. Las únicas herramientas con las que cuenta el pueblo para defenderse.

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