Desde hace algunos días pienso en el 27 de octubre y que en este 2020 tan difícil se cumplen 10 años de la desaparición física de Néstor. En este sentido sentí la necesidad de dar testimonio sobre mis orígenes y mi acercamiento a Néstor, que estoy seguro debe ser el testimonio de miles de compañeros y compañeras más.
Yo, como muchos, provengo de una familia peronista desde la cuna. Mi madre era ama de casa y mi padre trabajador de la industria del vidrio, orgulloso de su origen y luchador incansable en la búsqueda de su destino. Mi viejo desde los doce años se crio en la calle, en un conventillo de la Boca y a los tumbos. En esa búsqueda empezó a tallar su personalidad combativa, justiciera, inquieta. Al igual que muchos de su generación, se cruzó con Perón en el momento preciso. Fue ahí, con el sindicalismo incipiente, cuando todo comenzaba y empezaba a construirse. Acompañó todo ese proceso y lo vivió en primera persona, incluido ese 17 de octubre de 1945 cuando, como cientos de miles más, estuvo presente en la Plaza de Mayo.
A partir de ahí, se suceden una gran cantidad de hechos: su responsabilidad desde 1953 al frente de la Secretaría General del Gremio de Obreros del Vidrio, después vino el golpe de Estado, después la cárcel, después la oscuridad y la persecución por muchos años… el destino de muchos y muchas. En esa huida, con una mano atrás y otra adelante –como les pasaba a millones– terminamos con mi familia en Mar del Plata. Corría 1962, mi viejo estaba sin trabajo y sin la industria del vidrio –su oficio. Hizo lo que pudo y fue fletero en una humilde camioneta Ford 1938. Yo lo acompañaba en sus viajes. En resumidas cuentas, esa fue mi matriz, ese fue mi molde. Al igual que tantos y tantas más, tuvimos que atravesar esos años difíciles en una Argentina que había sido herida de muerte y con su líder político condenado al exilio. Pero también como parte de ese movimiento colectivo, mi viejo resistió junto a millones de personas, hasta que lograron traer de vuelta al General.
Empezamos a tener protagonismo. Nosotros, hijos, hijas, nietos y nietas de aquellos primeros trabajadores y trabajadoras que acompañaron a Perón. Pero no solo éramos esos “herederos” y “herederas”: otros y otras jóvenes que venían de otra cuna se fueron sumando a la caravana impresionante de una generación comprometida políticamente. “Los del 70”, se los puede identificar: decididos, inteligentes, audaces, atrevidos, utópicos, soñadores. Fueron años de profundas discusiones, de diversos alineamientos, de grandes y fuertes debates.
Con el “Perón Vuelve”, con la extrema verticalidad, con mi impronta sindical, con mi profunda ortodoxia a cuestas, empecé a transitar mi camino. Pasaron los 80 y los 90, y llegó el nuevo milenio. El peronismo se debatió incansablemente en su búsqueda interna por ordenar su ideología y su destino, subió y bajó a niveles insospechados. Cambió constantemente de nombres y también de hombres y de mujeres. Como a miles de compañeras y compañeros, me tocó imaginar y decidir seguir militando, tratando de encontrar los mejores representantes en busca de un destino de Nación que respetara nuestros principios doctrinarios. Busqué en varios y varias, acompañé a algunos otros y otras, hasta que entre desconcertado y abatido escuché a un compañero y amigo que me proponía una y cien veces ir a conocer a Néstor Kirchner.
Primero me resistí, quizás por mis preconceptos, resabios ideológicos de los 70 y de esa fuerte grieta que marcó una generación en nuestro movimiento. No lo sé a ciencia cierta, pero sí sé que era más la pasión y la necesidad de reencontrar un peronismo fuerte, real y convencido, con nuevas generaciones decididas a luchar por una Argentina justa, libre y soberana.
Así fue como viajé a conocer a Néstor, cuando nadie en el país tenía idea aún de quién era. Hablamos, soñamos, y me entregué convencido de la reanudación de la marcha revolucionaria. Eso que me proponía era el peronismo posible y con plena actualización. Un peronismo para el hoy, el aquí y el ahora. Tuve el convencimiento de que cada decisión que planteaba Néstor era la que Perón habría tomado en esa circunstancia. Me ofrecía volver al camino, retomar el rumbo, recuperar las utopías y los sueños, pero sobre todo volver a Perón y a Evita.
Cuando en esa primera reunión le mencioné las divisiones que habíamos tenido por nuestra militancia en aquellos tiempos de peronismo dividido, me dijo sin mayores vueltas: “eso ya prescribió”. Al poco tiempo me di cuenta de que estaba en lo cierto: casi sin darme cuenta y gracias a él, me vi rodeado de millones de jóvenes con la pasión y el compromiso que teníamos en los 70. ¿Qué más podría pedir?
Hoy, a 10 años de su partida, el legado que nos dejó es inmenso. A partir de su llegada a la presidencia se renovaron los sueños, las esperanzas y las ilusiones de millones de personas en nuestro país. Borges tenía razón, indudablemente: los peronistas somos incorregibles. Gracias a Dios que lo somos. Y gracias, también, a Néstor.
Daniel Rodríguez es presidente de la Fundación CEPES y concejal del Frente de Todos en General Pueyrredón, Provincia de Buenos Aires.
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