¿Habrá una postpandemia?

¿Qué haremos cuando pase la pandemia? Es la pregunta que ronda siempre en nuestras cabecitas y nuestras ansiedades. Es la pregunta que abre casi todos los encuentros virtuales de estos días en todos los lugares y en todas las temáticas. Ahora bien, si creemos que la vacuna famosa no estará disponible en el corto plazo, ese interrogante adquiere un tinte dramático, si no trágico.

El tono de la pregunta, la incertidumbre en la que vivimos, la esperanza en una mejora que puede estar pero que también no, y que depende de personas –científicos, gobiernos y empresas– muy lejos de la posibilidad de acción del común de los mortales, nos retrotrae a épocas premodernas: confianza en los dioses, temor por un futuro que no controlamos, sensación de finitud muy fuerte y de provisoriedad hacia todo lo que hacemos y tocamos.

La cuestión es que, a mi juicio, lo más probable es que efectivamente no haya una salida limpia, definitiva, total, de la pandemia en el corto plazo, sino reaperturas espasmódicas, peleas internas en cada uno de nosotros entre vivir peligrosamente o cuidarnos de un modo aburrido, salidas para unos, escondites para otros, retornos sucesivos al mundo que se vivía en épocas de la edad media: una ciudad muy afectada, otra no a pocos kilómetros, viceversa un mes después, el invierno más riesgoso con la aglomeración de personas en lugares cerrados, el verano con ganas de divertirse y sus riesgos… esto es, la enfermedad coexistiendo con seres humanos que pretenden vivir “normalmente” en un mundo que no es normal, otros a quienes el miedo los convierte en enemigos del resto de la humanidad, enfermedades graves que tendían a matar a una proporción importante de la población, la peste bubónica o la peste negra, en fin, conocemos de esas terribles tempestades que arrasaban poblaciones.

Lo de estos días no tiene las mismas proporciones cuantitativas, ni mucho menos, pero el hecho de que el mundo preexistente nos había introducido en la ilusión del control total sobre nuestros destinos nos hace muy vulnerables a este azote, que no es un tsunami, ni una erupción volcánica, ni una guerra, ni una bomba atómica. De pronto, desde nuestra propia actividad, desde la globalización tan aplaudida, nos llega este desastre que los países europeos creyeron imposible, y así les fue. Y así le va hoy a los Estados Unidos.

Por ello, creo que, por un tiempito –no para siempre, porque con el desarrollo tecnológico actual finalmente va a haber una solución con vacunas o medicamentos– vamos a tener que acostumbrarnos a una dinámica irregular en lo económico, en lo social, en lo educativo. Y digo “irregular” para referirme a resoluciones que no siempre serán lógicas ni coherentes unas con otras, producto de ese panorama también imprevisible.

Indudablemente, esta pandemia nos dejará más pobres que al principio en todo el mundo. Y, por lo tanto, la cuestión que cruzará todas nuestras expectativas se centrará en cómo se distribuyen las cargas, las pérdidas, y cómo iniciamos las tareas de reconstrucción en nuestro país. No está de más aclarar que ambas cuestiones están definitivamente entrelazadas.

En este punto convendría diferenciar andariveles que también tenderán a entrecruzarse de manera más o menos imprevisible. En primer lugar, deberíamos considerar el panorama mundial, sobre todo el modo en que saldrán los Estados Unidos de la pandemia, y en estos meses preelectorales rogar para que no sucedan aventuras bélicas que, por los antecedentes, podrían involucrar a nuestro subcontinente. En segundo lugar, y ello nos toca muy directamente, la manera en que se irá encauzando la competencia económica –y no conflicto hasta ahora– entre esa gran potencia americana y China. En tercer término, la inestabilidad crónica de nuestra región seguramente conocerá una nueva vuelta de tuerca con situaciones muy oscilantes.

Un segundo andarivel que debemos atender es el modo en que el establishment pretende salir de esta pandemia. Hay un punto que debemos subrayar: la actitud de las autoridades del PRO es muy clara: cargar el costo de la pandemia exclusivamente en el Frente de Todos. Seamos claros: nuestro gobierno se ha manejado impecablemente frente a la pandemia, pero el COVID-19 no es un bien, es un mal –y terrible, por cierto– así que, por más que aplaudamos esta política, tendrá apectos en el balance final que no serán agradables. Es ahí dónde juega el PRO con la idea de que todos los males actuales provienen de cómo se ha comportado el gobierno. Lo vemos respecto de cada iniciativa de Alberto Fernández, en la discusión sobre las jubilaciones, en el cierre de comercios, en un conjunto de reivindicaciones que muy justamente pensamos nosotros surgen de problemas nacidos durante la gestión Macri, pero que ellos –con su concepción ahistórica y amparándose en una corriente de pensamiento que nos cuenta todo como si nunca hubiera sucedido antes– tratarán de negar.

Del mismo modo, si analizamos los medios hegemónicos, encontramos en una primera etapa cierta condescencia en relación a Alberto, luego una presión fuerte para una diferenciación entre presidente y vicepresidenta, un trato amabilísimo respecto del presidente de la Cámara de Diputados, y ahora un ataque casi permanente al gobierno, haciendo por supuesto especial hincapié en el de la Provincia de Buenos Aires. No se observan grandes variaciones respecto de lo que ocurría el año anterior. Por ahora, ellos viven de la famosa grieta y la alimentan con fruición.

Por lo que se refiere al círculo rojo, que ha sido más prudente que los otros dos factores arriba menionados, apoya en la cuestión de la deuda, en la institucionalidad, pero no está nada dispuesto a conceder lo más mínimo en el impuesto a la riqueza o como se llame, ni en la anécdota Vicentin. En esta última cuestión, la existencia de dos proyectos en pugna para nuestra Patria se observó con una crudeza inusual. Si no avanzamos en el control activo de nuestros empresarios, que cada vez más son gerentes de empresas trasnacionales, poco es lo que podremos hacer para una nación más justa e independiente. En síntesis, y para ser claros, el establishment pretenderá que exclusivamente paguen los platos rotos los sectores populares, amparándose en dos grandes factores: la pobreza sobreviniente y nuestra (des)organización.

A pesar de la táctica para ahondar las diferencias ideológicas entre los argentinos –que ha llegado incluso hasta la amenaza del separatismo mendocino– hasta la fecha la actitud y la estrategia del gobierno han sido claras. Hasta marzo, centrándose casi exclusivamente en la deuda. Desde marzo a la fecha, deuda más pandemia. Y en función de ello, gran política de unidad nacional, reunir a todos los argentinos frente a estas dificultades. Lo cierto es que hasta el momento nuestro gobierno ha sido muy coherente respecto a todas las provocaciones, dejando siempre firme su posición en lo económico, planteando con claridad una nueva normalidad para el futuro, haciendo hincapié en los desafios que tenemos por delante. Asimismo, tiene un manejo internacional muy prudente, ha llevado la política de este desastre pandémico de manera extraordinaria, lo que coloca a la Argentina como uno de los países con menos muertos por millón de habitantes del mundo.

Por supuesto, dentro de nuestras propias filas surgen voces disonantes acerca de una inacción, o que estamos perdiendo los primeros meses del gobierno. A mi juicio esta crítica no es muy correcta, porque la esperanza de que en los primeros meses siempre la oposición tiene una actitud amable no ha ocurrido en este caso: las declaraciones de los representantes opositores son de una dureza increíble. Se han amparado en la pandemia para impedir que funcione el Congreso, amén de subestimar el problema de gobernabilidad que implicaría un fracaso total en el manejo de la deuda.

Aquí aparece la madre del borrego. Nosotros, los sectores populares. La cuestión es engorrosa porque, en general, la potestad o el poder proveniente de los sectores más vulnerados y más pobres surge de su capacidad de protesta en las calles. En el mundo de lo público, a diferencia de lo que ocurre con los poderosos que aprietan con los medios, con las especulaciones financieras, con el poder judicial o con el desabastecimiento, los humildes desarrollan su poder en la calle, en la protesta pública. Todos los que leemos esta hermosa publicación sabemos que la democracia no es sólo el día de las votaciones, que se revalida día a día.

¿Cómo puede llegarse a una reconstitución de un poder popular en esta situación? Cierto es que, en estos meses, organizaciones como el Evita o la Cámpora se han multiplicado en los barrios; cierto es que el movimiento obrero está revelando un grado de madurez y de prudencia extraordinarios; cierto es que hay consenso entre nosotros acerca de la imprescindibilidad de que nos mantengamos unidos. Pero me interrogo si eso alcanza.

En particular, deberemos buscar nuevas formas de presencia que combinen la calle y otros mecanismos, que se me escapan por ahora, pero que surgirán de la inventiva popular, seguramente. A la semi salida de este primer brote, el gobierno tratará de avanzar equlibrando las cargas con la contribución extraordinaria a los ricos, dejando que por su propio peso finalmente Vicentin termine con cierta forma de control estatal, con un intento tibio de reforma del poder judicial, con políticas de reactivación de la demanda para volver a marzo, que era un mes muy malo. Por eso me parece que el gobierno va a tratar de avanzar en mejorar en algo las cargas, a través también de un intento de modificación tributaria, que eso sí es muy difícil de lograr, y sobre todo tenemos el intríngulis de no tener asegurada la mayoría en la Cámara de Diputados. 

Tenemos el desafío de empezar a remunerar mucho mejor a quienes hemos definido como actividades esenciales: enfermeros, médicos, pero también policías, trabajadores de la basura; pagar a quienes trabajan gratuitamente; y reducir las rentas exorbitantes de quienes tienen ingresos sin otro trabajo que la especulación. El ingreso mínimo universal está picando en la expectativa de todos, lo que aumentará el salario mínimo, incluso el negro. Tengamos presente que hoy el gobierno nacional tiene un nivel de acuerdo extraordinario, pero también es verdad que en cuanto vaya mejorando un poco la situación, todos querremos olvidarnos de lo que hemos pasado, y estaremos viviendo un presente económico peor que el actual. De ahí que, a mi juicio, ya mismo nuestro gobierno tiene que desarrollar iniciativas tendientes a que las cargas de este desastre sean más equitativas, construyendo una normalidad diferente a la actual.

¿Alcanzará todo eso? Me esfuerzo por creer que la pelota está de nuestro lado, que dependera de nuestra capacidad de movilizar nuestras fuerzas para que los votos del año pasado se multipliquen en fuerza cotidiana que posibilite lograr las primeras medidas que den vuelta a esta distribución tan regresiva del ingreso, a esta desnacionalización total de nuestros recursos, a esta decadencia de nuestra Patria.

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