Cristina pateó el tablero

Flotaba en el aire que Cristina Fernández de Kirchner tomaría en breve una decisión respecto de su postulación presidencial. Quienes la conocen comentaban en off que no la veían bien, que estaba muy preocupada por la salud de sus hijos, por el frente judicial y también por un futuro electoral que no aparecía despejado. Lo que nadie podía anticipar era la decisión que tomó. A través de un video titulado “En la Semana de Mayo. Reflexiones y decisiones”, la ex presidente reafirmó el anuncio realizado el martes pasado en su visita al PJ Nacional sobre su disposición a acompañar desde donde resultara más útil. Pocos le creyeron. La mayoría pensaba que era un simple gesto para ordenar la interna, y que finalmente terminaría intentando imponer su candidatura y su tradicional estilo de liderazgo. Se equivocaron.

Cristina no es la misma. La derrota de 2017 con Esteban Bullrich en la provincia de Buenos Aires le hizo saltar los tapones. Sobre todo le permitió tomar conciencia de un entorno dañino que insistía en escribirle el Diario de Yrigoyen para tratar de aislarla e imponer sus intereses personales. Sin Cristina no eran nada. Con ellos, Cristina iba directo al choque contra cada iceberg que se cruzara.

Cambió. Aceptó el ofrecimiento de Alberto Fernández, el mejor operador político de los últimos 20 años. Y un cuadro político sólido. Alberto Fernández fue el armador del gobierno de Néstor Kirchner cuando el ex presidente decidió agarrar la papa caliente que implicaba la confrontación electoral contra Carlos Menem en medio de una crisis que parecía terminal e irrepetible, pero que, a la vista de las consecuencias del gobierno de Cambiemos y su herencia, aparece suavizada en perspectiva. Alberto Fernández supo acercar posiciones entre Eduardo Duhalde y el santacruceño. Entendió como pocos el sacrificio de su carrera política que hizo Jorge Remes Lenicov en los tiempos álgidos que debió afrontar la gestión Duhalde. Una gestión que se agiganta a medida que el tiempo pasa. Alberto Fernández decidió mantener a la mayor parte del gabinete de Duhalde. Acercó posiciones, generó consensos mediáticos, sociales y empresariales. Expresó a un peronismo moderno, aggiornado. La fórmula compuesta por Néstor Kirchner y Daniel Scioli ofrendó a la Argentina los años más brillantes desde el retorno de la democracia, con Roberto Lavagna desempeñando un papel clave en la recuperación económica y la negociación de los compromisos externos. Superávits paralelos, equilibrio fiscal, inclusión social, crecimiento a tasas chinas. La política, despreciada en 2001 mediante la consigna “Que se vayan todos”, volvió a enamorar. Los jóvenes se sintieron seducidos con la nueva propuesta. Los Derechos Humanos fueron honrados. La Argentina se reposicionó en el plano regional e internacional, en el marco de una redefinición de las relaciones exteriores. La Argentina se puso de pie. La mayor parte de América del Sur, también.

Las cosas fueron cambiando. Drásticamente. De manera imperceptible al principio. Acelerándose cada vez más después. Daniel Scioli terminó en la provincia de Buenos Aires. El gabinete virtuoso de Duhalde y de Néstor fue perdiendo a muchos de sus principales cuadros. El peronismo se partió. La crisis del campo concluyó con la renuncia de Alberto Fernández. El Frente Renovador de Sergio Massa apareció en escena, conteniendo a los descontentos con el rumbo que estaban tomando las cosas. La crisis financiera iniciada en 2008 modificó el tablero internacional. Los países emergentes la sufrieron mucho más que el resto. La muerte de Néstor Kirchner afectó no sólo el tablero político argentino, sino el de toda la región. La UNASUR fue cayendo en picada. Se trataba de cuidar el ingreso, la comida de los argentinos. Allí Guillermo Moreno jugó un papel determinante. Y también el entorno de Cristina.

Los años posteriores tuvieron el signo de la derrota. Los cuadros más leales llevaron la peor parte. Una serie de decisiones cuestionables en política económica y una estrategia electoral inapropiada hicieron el resto. Para 2015, la pobreza había alcanzado el 28,5%. De nada valieron las alertas desesperadas que, casi en soledad, formulaba Daniel Scioli a la sociedad. Ganó Cambiemos. Perdió la Argentina.

El entorno de Cristina seguía operando, con sus cantos de sirena y su fundamentalismo trágico. Le soltó la mano a Julio De Vido y a varios cuadros que fueron protagonistas en su gestión. La mayoría de los cuadros más destacados del peronismo estaban refugiados en el Frente Renovador o en las brillantes administraciones provinciales que consiguieron proteger a sus sociedades y a sus cuentas públicas del tsunami de Cambiemos, mientras que Cristina era derrotada por mínima diferencia, tras haberle bajado el pulgar a la interna contra Florencio Randazzo, cuyo armador no era otro que Alberto Fernández.

Ahí se produjo el cortocircuito. El país se hundía con el peronismo estallado. Eran necesarios los gestos y las acciones. Los gobernadores peronistas sabían cómo jugar el juego. Era hora de superar los diagnósticos y ensayar acciones y gestos contundentes. Alberto tomó la iniciativa y buscó el acercamiento con Cristina. Eduardo Duhalde también. Pese a todo.

Cristina cambió la sintonía. Más humana, más reflexiva. Comprendiendo los costos que le significaba su entorno nocivo. A nivel político, a nivel personal y a nivel económico. El establishment no perdería la oportunidad de realizar un ajuste de cuentas. Sobre todo en el plano íntimo de las personas, que siempre es el más sensible.

Alberto comenzó a tejer. Felipe Solá y Ginés González García se sumaron. El PJ Bonaerense curó las heridas abiertas por el proceso electoral de 2017. Las autoridades del PJ Nacional ya estaban previamente en la órbita de Cristina. La tarea no era sencilla: la grieta interna, en muchos casos, desafiaba la magnitud de la externa.

También desde otros espacios del peronismo se intentó avanzar en la composición de una nueva coalición política y social. Con Alternativa Federal, Juan Schiaretti, Sergio Massa, Miguel Pichetto y Juan Manuel Urtubey se propusieron construir un peronismo renovado, aggiornado y republicano, predispuesto al acuerdo con otras fuerzas políticas democráticas y pluralistas. Muchos gobernadores se sumaron. El socialismo, el GEN y los radicales disidentes se sintieron atraídos inmediatamente. Eduardo Duhalde, por su parte, imaginó un espacio pluripartidario en torno a la figura de Roberto Lavagna. La diferencia entre ambos radica en las características del armado: ¿construir un frente peronista con aliados o un frente pluripartidario? El diagnóstico es similar para todos: la gravísima crisis propiciada por Cambiemos podría convertirse en terminal, en caso de una reelección de Mauricio Macri.

Pero la unidad no resulta sencilla. No se trata sólo de nombres, sino también de proyectos de país. La figura de Cristina y las características de lo que ha sido hasta hoy su liderazgo aparecen como un obstáculo para la composición de un armado electoral sólido. “Sin Cristina no se puede, con Cristina sola no alcanza”, se cansó de repetir Alberto Fernández. Tanto, que finalmente hasta la propia Cristina parece haberlo comprendido.

Muchos se preguntaban sobre el lanzamiento de Sinceramente de cara a una campaña presidencial. ¿No le jugaría en contra? ¿No profundizaría la grieta y las resistencias hacia la ex presidente? A la luz de la decisión de Cristina, las cosas comienzan a adquirir sentido. Sinceramente fue su testimonio, un ajuste de cuentas con el pasado. La conferencia en la Feria del Libro y su visita al PJ Nacional, el anuncio de un profundo cambio.

En el video sobre “La Semana de Mayo” Cristina explicita las razones de su decisión de sostener la candidatura de Alberto Fernández, acompañándolo como vice para participar en las PASO del PJ. ¿Alcanzará con esta decisión para posibilitar la unidad definitiva de todo el peronismo? ¿La sociedad respaldará esta movida? ¿O, por el contrario, la alianza que expresaba el FPV deberá archivarse en el pasado, para dar lugar a nuevas alternativas de coalición política y social, tal como sostiene la dirigencia nucleada en el denominado “peronismo republicano”?

La decisión de Cristina tuvo inicialmente escasas repercusiones. Desde el gobierno nacional se afirmó que se trata de un simple enmascaramiento, aunque en general se prefirió la calma. Hasta la asociaron con el lema setentista “Cámpora al gobierno, Perón al poder”. Más que una crítica a Cristina, suena como una chicana a Alberto Fernández. Resulta evidente que ha sido una pésima noticia para Cambiemos. Sergio Massa y Felipe Solá aplaudieron la decisión. El resto evalúa y reflexiona. No será la única fórmula. Seguramente habrá otra coalición peronista. Sin dudas, es un paso adelante.

¿Llega demasiado tarde? ¿Si se hubiera producido con más tiempo –y no a pocos días de la inscripción de alianzas y frentes electorales– habría facilitado el camino para una unidad más plena? Los contrafácticos nunca son útiles. Son, simplemente, incomprobables. De lo que nadie puede dudar es que la terminante victoria de Juan Schiaretti en Córdoba aceleró los tiempos de una decisión conversada, pero dilatada. ¿Habrá fumata blanca en cuanto a la unidad de ambos peronismos? ¿La movida de Cristina y Alberto Fernández contribuirá a la unidad o sólo acelerará la atomización de candidaturas? ¿Cómo jugarán Schiaretti, Massa, Uñac, Bordet, Urtubey, Pichetto y Lavagna?

Lo que queda en claro es que la sociedad demanda una urgente respuesta para superar definitivamente la etapa de Cambiemos. Nueve elecciones provinciales, nueve derrotas para los aliados del gobierno nacional. Allí donde el peronismo articuló, ganó por amplísimo margen. Cuando fue dividido, las fuerzas políticas provinciales se impusieron. En todas partes el repudio a las políticas del macrismo fue el signo distintivo.

El juego está abierto. Todo está por resolverse. La movida de Cristina invita a barajar y dar de nuevo. No es poco.

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