Cantata (descolonial) al Réquiem por lxs Estudiantes de Agamben

“Un día, cuando el hombre sea libre, la política será una canción”. (Walt Whitman)

Decretar la muerte de las y los estudiantes –o al menos aludir a una de las instituciones fundantes que los nuclean–, como es el caso de la universidad en este especial contexto global de pandemia, me lleva, como parte de un colectivo docente del Sur global, a tener que recoger “el guante” desde ese “otro” lugar de enunciación olvidado, también al otro “lado del virus”. Lo anterior, en un contexto en donde hasta el mismo Banco de Desarrollo para América Latina (CAF), dentro de sus muchas actividades –algunas interesantes, seguramente– promueve socializar la experiencia europea en la gestión de la crisis del COVID-19, “imponiendo” reflexiones “para” América Latina. La sutileza semántica con la cual finalmente el subalterno es nuevamente desplazado y excluido de toda posibilidad de aquel diálogo propuesto, reedita en estas latitudes la pregunta de Spivak acerca de las condiciones de posibilidad de estas y estos hablantes en circuitos lingüístico-históricos de clausura, que no solo nos “rodean”, sino en donde fundamentalmente seguimos rodeados.

De aquí que, más allá de los innegables aportes de Agamben al campo filosófico –que no me corresponde ni podría poner en disputa–, sí en cambio puedo hacerlo en referencia a su búsqueda de pretensión de universalidad –tan sesgadamente eurocéntrica– con la cual manifiesta e inviste sus últimos escritos relacionados con la educación y la pandemia. Más aún en lo referido a sus concepciones pedagógicas, que lo llevan a ponderar la educación y las y los estudiantes meramente como simples engranajes de una trama argumentativa que nos ubican –y fijan– “in memoriam”, para justificar su Réquiem.

En este sentido, desde mi humilde –pero potente– lugar de maestro de escuelas y profesor de universidades públicas en este registro del mundo, me atrevo a levantar mi propia mano para manifestar una serie de desacuerdos. El primero de ellos tiene que ver con la reconfirmación de la desilusión. Si ya antes, en pleno siglo XIX, Hegel nos había dejado –junto con África y algunos pueblos de Asia– “fuera de la Historia”, el profesor Agamben, en este caso puntual, lejos de aportar a la suturación de la Herida Colonial, insiste con ella: ya que, si “Europa” –parafraseando al pensador alemán– es “la partida y la llegada” solipsista de la Historia, habría sido más interesante que una autoridad como la que él representa, en vez de extender y buscar legislar con su propio pensamiento la totalidad del mundo educativo –por otra parte, algo más esperable del ala de la extrema derecha–, como filósofo se permitiera dudar si aquello serviría o no para replicar universalmente su horizonte cognitivo y político en toda la faz de la Tierra. Sobre todo cuando aquello que entiende por “universidad” excluye sin valorar la real existencia de todo un tipo de “prácticas educativas-filosóficas” solidarias en contextos que son las que aquí operan efectivamente en plena pandemia.

En oposición a esto, creemos que podría haber sido una buena oportunidad para indagar en búsquedas narrativas que no subrayaran únicamente el “desaire” al cual tan acostumbrados nos tiene el “viejo” continente. Tampoco desconocer ni impugnar los propios esfuerzos de Latinoamérica, como algunas partes de Europa, en la lucha por la concepción y (re)construcción de universidades más justas, progresistas, territoriales y democráticas, que no son las que precisamente “aparecen” o está añorando en sus relatos.

De esta manera, la sistemática exclusión como forma dominante, junto a la racionalidad jurídica que, en nombre de voces “autorizadas”, habilita qué se piensa y “quiénes” merecen ser pensados, constituyen “el elemento” o “motivos” principales para “componer” su Réquiem, pero a costas de no incluir –como sostiene Said– voces protagonistas disonantes a ese continente, o relegando a la mayoría de ellas –tomando ahora conceptos del historiador bengalí Chakrabarty– a la “sala de espera de la Historia”. De allí que para éste, la libertad de la universidad “es una preocupación para toda la vida” que necesitará siempre de nuestro respaldo e inquietud sostenidas.

Por eso entonces mi disconformidad nuevamente para con Agamben, a quien habría que advertirle, tal como sucede en la obra novohispana La verdad sospechosa (1630), que “los muertos que vos matáis gozan de buena salud”. Y mucho más aún, en lo que concierne a la labor que vienen llevando a cabo maestras, estudiantes, docentes, escuelas y universidades públicas en “territorio” de toda la República Argentina y en muchos otros países del mundo. Porque, si algo hemos aprendido en estos más de quinientos años de ser doblegados, es que el esfuerzo por ser borrados o ignorados de la narrativa oficial, de los esquemas de pensamiento, paradójicamente, tarde o temprano incrementa –o potencia, diría Agamben– la pregunta por esas mismas ausencias.

En virtud de esto, y en oposición al Réquiem que canta y exalta a la muerte, maestras y maestros de este lado del mapa optamos por componer, transmitir e interpelar a las y los estudiantes, con cantos y versos en “clave” política, que contengan todas las formas de vida como último destino. En este escenario, quizás tampoco estaría de más recordar que su par intelectual Primo Levi dio cuenta en forma conmovedora cómo las y los maestros, en los Lagers o campos de concentración, lo primero que hacían era “fundar” una escuela y dar allí clases amorosamente hasta el último día, inclusive cuando ya sabían que al siguiente habrían de morir… Por eso, sugerir y afirmar que quienes trabajamos como docentes en contexto de pandemia somos funcionales a los principios totalitarios por venir, desaloja toda posibilidad de pensarse en relación a prácticas contrahegemónicas y nuevas alianzas que, también, otro intelectual inmenso de su tierra, Gramsci, poderosamente ha señalado. Trabajar en pandemia no nos convierte en fascistas, profesor Agamben.

Para no hacer demasiado extensos los motivos que me llevaron a compartir esta Cantata descolonial, quisiera finalizar contando que, en estas latitudes, los hitos de la escuela y de la universidad pública no pasan por las reconstrucciones o las búsquedas de imposición de narrativas “heroicas” para pensarnos en la Historia; ni tampoco en la performance de los índices de las pruebas estandarizadas; sino, más bien, en el valor y el coraje de personas “comunes”, mayormente mujeres, en las escuelas: docentes, profesoras, profesores, trabajadoras y trabajadores de nuestras universidades y comunidades, quienes se animan a habitar cotidianamente la vida desde nuevos lugares y horizontes de enunciación posibles, para “alivianar” la carga de modos de existencias con origen muy desiguales. Ya que, retornando a Levi: “nos ha quedado una facultad y debemos defenderla con todo nuestro vigor, porque es la última: la facultad de negar nuestro consentimiento”. Allí reside nuestra tarea de ser docentes en contexto de pandemia: en rehusarnos a una vida despojada de toda esperanza y de dignidad suficiente para impedir pensar como usted, que el reencuentro en las aulas, en la vida misma –y en la lucha por un mundo más ético– no volverá a ser nunca posible. Puesto que para nosotros estos versos, junto con la idea de paz y justicia para todos nuestros pueblos, son las únicas dulces melodías que construyen nuestra cantata mejor.

 

José Tranier es doctor en Ciencias de la Educación, profesor titular regular de Pedagogía (UNR).

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