Antes fue advertencia, ahora parece ser el plan de gobierno: “Si me vuelvo loco, puedo hacerles mucho daño” (Mauricio Macri)

La tensa tarde del viernes 16 de agosto parecía anunciar un fin de semana largo sin demasiadas novedades disruptivas, a diferencia de lo que nos había generado esa semana posterior a las PASO. ¡Grave error! Durante el día habían abundado las denuncias sobre las decisiones adoptadas por Mauricio Macri respecto de la eliminación del IVA, la actualización de los créditos UVA y el congelamiento de los precios de los combustibles. Medidas puramente electoralistas, tomadas como reacción al plebiscito por el que el 68% del pueblo argentino le dijo que no al modelo de saqueo, exclusión y empobrecimiento que implantó Cambiemos a lo largo de más de tres años de gobierno, aunque sin impacto efectivo alguno sobre el bolsillo de los consumidores.

Benéficas, tal vez, para bancos y algunas empresas. Y limitadas hasta fin de año. Una vez que caigan, el próximo gobierno deberá hacerse cargo de los costos gravísimos que significan: un total desfinanciamiento del Estado Nacional y de los estados provinciales y un saqueo del Tesoro Nacional. Con una inflación del 2,2% para el mes de julio, y de entre un 12% y un 14% estimados para los dos próximos meses, la Argentina camina por la cornisa. Durante la semana posterior a las PASO, el dólar subió un 25% y el Banco Central perdió reservas por U$S 3.904 millones. Las arcas, se sospecha, apenas contarían con entre 12 y 13 mil millones de dólares físicos. A este ritmo, durarían un mes.

Desde el momento mismo de la victoria, Alberto Fernández dio muestras de un equilibrio y una templanza inusuales por estas tierras. Podría haber aprovechado la debacle de Cambiemos en beneficio propio, alentando una profundización de la grieta. Pero no lo hizo. Privilegió la Patria, el futuro, la pacificación y la reunificación de los argentinos detrás de un proyecto común para salir de la catástrofe. Aprobó la devaluación monetaria y le puso un tope, y al día siguiente los mercados se ajustaron a sus palabras. Los tranquilizó, les dio certezas. Aún a pesar de los esfuerzos constantes del gobierno nacional para hacer estallar el castillo de naipes como “castigo” a las mayorías por no haberlo votado.

En el polo opuesto de Alberto aparecían las presiones sobre los empleados de la provincia de Buenos Aires y de los municipios que administra el oficialismo nacional, para que cambiaran su voto en octubre como condición para la renovación de sus contratos. Tampoco faltaron las bravuconadas de Lilita Carrió, quien aseguró que “de Olivos nos sacarán muertos” y se burló de la memoria del malogrado Carlos Soria, en medio de aplausos y un momentáneo reverdecer de una audiencia de funcionarios de Cambiemos de Nación, provincia de Buenos Aires y CABA. Después volvió la abulia, el derrotismo de la alianza gobernante. Ese mismo jueves y ante la misma audiencia, Mauricio Macri se sintió en la necesidad de recordar que “no hay un presidente virtual. El que gobierna soy yo”. Inmediatamente resonaron los ecos de aquella frase de Fernando De la Rúa del mes de mayo de 2001: “El que gobierna soy yo”. Macri se manifestó dispuesto a hacérselo entender a la sociedad, aplicando medidas pretendidamente “populistas” que implican la condena a un suicidio colectivo.

Ese viernes por la tarde, el impacto destructivo de las decisiones económicas adoptadas por Mauricio Macri comenzó a advertirse con toda claridad. Alberto Fernández debió interrumpir la convivencia tolerante e intervenir con energía, a través de una catarata de Tweets: “Las medidas anunciadas por el Gobierno actúan sobre los efectos y no sobre las causas de la crisis económica que han generado. Con estas medidas solo desfinancian a las provincias”. “Son, además, una muestra más de desaprensión hacia el interior del país. Todo se hizo sin haber consultado a los gobernadores, cuando son sus provincias las que pierden 1.500 millones de dólares de recaudación fiscal con esas decisiones”. Y no dejó de llamarle la atención a Mauricio Macri: “El presidente debe trabajar como presidente y separar su rol de candidato. Busca golpes de efecto electorales en lugar de soluciones a los padecimientos que sufren los sectores más débiles”. “La Argentina debe superar la crisis que la mala gestión del Gobierno nacional ha causado y es el presidente el que debe resolverlo con seriedad y despojado de sus ambiciones electorales”.

Cuentan en su entorno que el presidente Macri, lejos de privilegiar el interés general, está dispuesto a cumplir la advertencia que formuló a mediados del año pasado: “Si me vuelvo loco, puedo hacerles mucho daño”. Su frustración le exige sanciones ejemplificadoras para todo el pueblo argentino. No le tembló la mano al momento de hacer caer la capacidad de los salarios a menos de la mitad, ni de destrozar la industria nacional, ni de condenar a la miseria y la indigencia a casi la mitad de la sociedad argentina. Nunca sus conductas estuvieron orientadas por el bien común. Sólo lo motiva la rapacidad en beneficio propio y de su entorno, sin importar los costos.

Ese viernes había comenzado bastante mal. En un reportaje radial, Martín Redrado denunció que el lunes posterior a las PASO Macri había dado la orden de no frenar la corrida. Que el dólar “se vaya donde se tenga que ir y que los argentinos aprendan a votar”, habrían sido sus palabras. La decisión de convertirse en Atila y dejar la tierra arrasada a su paso se evidenció, de manera mucho más explícita, en la conferencia de prensa en la que acusó a los votantes de no saber votar, de no comprender el sentido del cambio, en tono agresivo e indignado. Un verdadero compendio de autoritarismo y desprecio por la voluntad popular, la democracia y la república. Esa misma noche, reunido con su mesa chica, recibió algunos llamados de atención. La periodista oficialista Debora Plager mantuvo el siguiente diálogo el jueves a la noche en Intratables: “¿Te puedo dar una información que da cuenta de que el propio Macri se creyó fuera del juego?”, interrogó Plager al conductor, Fabián Doman. Y ahí mismo lanzó la bomba: “Macri mismo se autoexcluyó en un momento de la derrota electoral”. Y a continuación relató: “Horacio Rodríguez Larreta le llamó la atención: ‘Mauricio, cómo puede ser que te enojes con la gente, vos tenés que tener otra actitud’. ‘Bueno, si no les gusta me voy’, fue la respuesta de Macri”. Allí habría intervenido su candidato a vicepresidente: “Pichetto lo agarró del brazo y le dijo, ¿a dónde te vas a ir vos? Vos no te vas a ningún lado, porque además si te vas, tu historia termina mal. Por Comodoro Py y algo más”. El llamado de atención de Miguel Pichetto y el futuro que le auguraba de seguir en esa línea, lo habrían llamado a la reflexión. Al día siguiente, a primera hora, salió a disculparse, argumentando que “estaba todavía muy afectado por el resultado, sin dormir y triste”. Por suerte no tenía un botón nuclear a su alcance. También aceptó las sugerencias y se comunicó con Alberto Fernández. Fue Alberto, justamente, el que tranquilizó a los mercados. A Macri ya le habían soltado la mano. Pero quienes lo rodean saben que la marcha atrás no fue fruto del convencimiento, sino del temor a una condena judicial. No duró mucho tiempo. Lejos de llamarlo a la reflexión, las declaraciones y autocríticas de la mayoría de los periodistas oficialistas incrementaron su resentimiento, que se vio colmado con la visita de Marcos Galperín (CEO de Mercado Libre) a Alberto Fernández y las afirmaciones de Eduardo Constantini, desarrollador inmobiliario y presidente del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA), asegurando que “sería mejor que gane Fernández en primera vuelta, para ya pensarse como presidente y empezar a hacer declaraciones”. Así no habría una segunda vuelta, “donde se lo obligaría a seguir en campaña y peligraría un mayor desorden”. “Estamos en un momento en que el presidente es prácticamente un presidente saliente y el entrante todavía no entra”, adicionó Constantini. “Falta un liderazgo político que haga público un programa económico”.

Ese viernes las malas noticias no cesaban de producirse. La calificadora de riesgo Fitch le bajó la nota a la Argentina, ubicándola en la categoría de default. En Wall Street, esta opinión se está espiralizando. Desde un primer momento, Alberto Fernández hizo su aporte a la pacificación y a la gobernabilidad. Mauricio Macri, por el contrario, parece decidido a cumplir su amenaza de hacer daño. De hecho, el plan de inversiones energéticas está prácticamente frenado, y no queda claro si el FMI perdonará un nuevo incumplimiento de metas para autorizar el último giro del acuerdo firmado con el gobierno. Para todos está claro que es dinero que se irá por la canaleta de la bicicleta financiera y la fuga de capitales. En caso contrario, lo que se destinará a esos fines serán las reservas del Banco Central.

El desafío principal que tiene la política argentina radica en tratar de ponerle coto a las acciones de este Nerón contemporáneo, dispuesto a incendiar Roma porque no le agrada su aspecto ni sus habitantes. Los empresarios han tomado distancia, pero aún le temen. El principal problema es el plazo, y el hecho de que, si bien Alberto Fernández se ha consagrado como líder opositor, las PASO no son una elección con consecuencias institucionales. El tránsito hasta diciembre se revela azaroso y lleno de emboscadas y subterfugios. Cada día que pasa es un escalón más que se desciende para lanzar el posterior proceso de recuperación.

Algunos sugieren un adelanto de elecciones. Otros, aplicar la ley de acefalía. Ambas opciones parecen de difícil cumplimiento, habida cuenta de que la advertencia de Carrió es compartida por la dirigencia de Juntos por el Cambio. El radicalismo podría tomar distancias de la alianza, pero difícilmente romperá definitivamente en lo inmediato. Su historia avala esta hipótesis. Sólo restaría tratar de conseguir que el Congreso salga de su inmovilismo y se decida a legislar en medio de la crisis. Tampoco es una alternativa sencilla, ya que las principales comisiones están en manos del oficialismo. Pero la situación es muy compleja, ya que el default está a la vuelta de la esquina y la hiperinflación no puede eliminarse del horizonte. Durán Barba parece haberse ido sin pasaje de regreso. Pero la huida del estratega no garantiza el fin de la guerra, sino el riesgo de que los gurkas actúen por la suya y en desbandada.

No hay que caer en provocaciones. No hay que ceder un solo paso en el discurso de unificación de la sociedad argentina. De lo que se trata en estas condiciones es, ante todo, tratar de activar las distintas herramientas de control de las que se dispone: desde el plano legislativo o el judicial y, si no queda más remedio, la movilización popular. Y rogar que las agujas del reloj comiencen a moverse con mayor velocidad para llegar hasta fines del mes de octubre con el menor daño posible, recordando que, aunque ciclópea, esa será sólo la primera etapa. Lo más complicado vendrá después.

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