A 45 años del golpe genocida: el peor de los pecados no es “no ser feliz”, sino el olvido

Cuando llega marzo en nuestra patria, la memoria popular y militante pareciera reactivarse, sobre todo con relación a los luctuosos sucesos acaecidos a partir de aquel día 24 del año 1976. Cierto es que la memoria de esos hechos no puede ser única. Tenemos una sociedad plural y diversa, donde cada uno y cada una cree vivir lo que vivió. Pero cuando recordamos al golpe cívico militar más cruento de nuestra historia, a las y los perseguidos, encarcelados y encarceladas, torturadas, torturados, a nuestros desaparecidos y desaparecidas, la plata dulce o la guerra de Malvinas, entendemos que la aplicación brutal del Terrorismo de Estado y el modelo económico neoliberal fueron dos caras de un mismo objetivo. Este es el punto de partida para entender lo sucedido.

La proclamada “Reorganización Nacional” que traían los genocidas no era un mero pretexto retórico, ya que aquel “proceso” a sangre y fuego echó las bases para reacomodar la organización nacional según los términos del neoliberalismo salvaje, en claro detrimento de la producción y el trabajo. Querían volver a la “vieja factoría colonial” agroexportadora del siglo pasado, eje central de lo que habría de suceder.

Históricamente, la secuela golpista desde 1930 apareció siempre invocando pretextos falaces, buscando ocultar los verdaderos objetivos y poder así justificar lo injustificable. Viejas tácticas adecuadas en cada momento de asalto al poder. En el 55 se alzaron contra la “segunda tiranía”, como le llamaban al gobierno constitucional del general Perón elegido por más del 62% de los votos. Y mientras este era el argumento mentiroso, se dedicaban a desmantelar los logros sociales y políticos del Peronismo, que era el objetivo.

Contra la subversión, decían en 1976. Ellos, los verdaderos subversivos, ocultaban sus fines. El periodista, escritor y militante revolucionario Rodolfo Walsh publicó el 24 de marzo de 1977 una carta a la junta militar, y de su extensa, profunda y maravillosa reflexión extraigo sólo un ejemplificador y elocuente párrafo: “En la política económica de ese gobierno debe buscarse no sólo la explicación de sus crímenes, sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada”.

La dictadura, entonces, fue fundacional. Intentó reconstruir el modelo de país. De allí la profundidad de su acción criminal, que se extendió a todos los estamentos y ámbitos de la sociedad: culturales, educacionales, intelectuales, profesionales y políticos. Cuando por fin la heroica resistencia popular, la lucha del pueblo, de los organismos de Derechos Humanos, las Madres y Abuelas que son ya un símbolo de la humanidad democrática de la dignidad y el coraje, más el broche indigno y negro de la derrota de Malvinas a manos de los usurpadores de nuestra soberanía, terminó con el reinado del terror, nos dejaron de herencia un montón de pedazos rotos, un país en fragmentos: muertes aquí y allá, impunidades y cinismos, ausencias, rostros e historias emborronadas. Fueron hondas las huellas del trauma colectivo.

Honrar la memoria es no olvidar jamás el repudio absoluto a los genocidas, brindar un homenaje a nuestros desaparecidos y desaparecidas, para recordarlos y recordarlas también desde su ejemplo de vida y compromiso, porque ese legado de lucha explica nuestro presente e ilumina nuestro futuro. Es ya historia, es verdad, pero al mismo tiempo debe ser siempre memoria en la vida de los pueblos y, sobre todo, un arma de lucha que refuerce nuestros ideales y convicciones, imaginando un nuevo país que se discute día a día y palmo a palmo entre quienes buscan consolidar un proyecto regresivo, conservador y antipopular –todos los días dan lamentables muestra de ello: repartir bolsas que simulaban envolver cuerpos muertos con nombres de dirigentes políticos y sociales es una muestra elocuente de odio y mal gusto– y aquellos y aquellas que, en base a una auténtica conciencia nacional y popular, coincidimos “en el modo entero de llevar la vida”, según la hermosa y soberbia expresión de Max Weber. Que sea un día de reflexión –sobre todo en las escuelas públicas, para que las actuales generaciones sepan y conozcan una historia sobre la que puedan disentir, discutir y expresar con libertad su pensamiento– y de esperanza de profundización de la justicia, la democracia y la paz. Y, más allá del dolor y la pérdida irreparable de quienes fueron las y los mejores exponentes de una época y una generación, quedará para siempre el lugar de la vida y la política que esos actores expresaron. No resignar las ideas es triunfar.

 

Humberto Rava es militante peronista y exsecretario de Derechos Humanos de Tucumán.

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