Del contexto a la acción: los ‘nuevos’ movimientos sociales en América Latina

América Latina ha tenido una historia compleja, en el término propuesto por Edgar Morin, es decir en aquel momento y lugar dados donde “se produzca un enmarañamiento de acciones, de interacciones, de retroacciones” (Morin, 1994: 421) que pueden ser de índole social, política, económica y cultural, entre otras.

No obstante, en toda esa red compleja que fundamenta las sociedades latinoamericanas se puede encontrar un elemento constante, variable y persistente: los movimientos sociales que emanan de las situaciones concretas y sus respectivas relaciones sociales de producción. Es por ello que en el presente trabajo se hace un recorrido sobre el panorama de este tipo de movimientos en el continente latinoamericano.

 

Una historia para América Latina

Después de los procesos de independencia latinoamericana durante el siglo XVIII, las diferentes naciones enfrentaron su autonomía a través de los Estados-Nación que se desarrollaban conforme a sus condiciones materiales. En ese proceso se genera una relación entre los que gobiernan –a través de las instituciones– y quienes son gobernados bajo el contrato legítimo de seguridad. Sin embargo, “la independencia condujo a la formación de nuevas repúblicas, en las que se abolió la esclavitud y la servidumbre y se estableció la igualdad entre los ciudadanos. No obstante, estas transformaciones permanecieron en lo fundamental en el papel. Ni las nuevas repúblicas era repúblicas, ni los ciudadanos lograron alcanzar por decreto el umbral de la ciudadanía necesario para ejercer sus derechos” (Sobrado y Rojas, 2004: 26).

Lo anterior resulta importante, ya que desde los inicios el Estado tuvo un papel más que integrador: se consolidó como un agente que direccionó la vida social y la esfera pública. No existía una ciudadanía que sirviera de contrapeso, ya que los disidentes eran catalogados como contrarios al desarrollo y el progreso nacional. Esta represión simbólica y discursiva por parte del Estado permitió en gran medida que en muchos países de Latinoamérica se presentaran etapas coetáneas de dictaduras. Algunas más explícitas que otras, pero todas aceptadas y en algunos casos financiadas por los creadores y difusores de la Doctrina Monroe. En cualquiera de los casos, el Estado latinoamericano fue constructor de los grandes relatos de la modernidad. La búsqueda de la democracia, un estilo de vida ideal, la generación de conocimiento a través de la ciencia, la secularización de la relación Iglesia-Estado, así como los métodos y prácticas para generar crecimiento y desarrollo dieron paso a la formación de ‘metanarrativas’ (Lefèbvre, 1972) que fueron producidas y reproducidas sin un cuestionamiento social. ‘Orden, Progreso (y Amor)’ fueron las palabras del positivismo implantado en esta parte del mundo.

Es en el siglo XX en que el Estado comienza a disminuir su participación en la totalidad de la vida social. En algunos casos el Estado se volvió canalla (Chomsky, 2001) porque comenzó a responder a los intereses internacionales. En otros, el Estado pasó a caracterizarse como fallido ante la “falta de capacidad o voluntad para proteger a sus ciudadanos de la violencia y tal vez incluso de la destrucción” (Chomsky, 2007: 7).

Es con la implantación del neoliberalismo dentro del discurso económico y materializado en la práctica política cuando los Estados-Nación se deslindan de los relatos que habían construido. Esta transición político-económica concuerda con la fractura sustantiva de la que emana el cuestionamiento sobre las raíces de las sociedades y por tanto el fortalecimiento de la sociedad civil. Autores como Lefèbvre (1972), Lipovetsky (1990), Inglehart (2001) y Harvey (2008) concuerdan en que es a partir de la década de los años setenta del siglo pasado en que las sociedades comienzan a modificar su forma de ser-estar en sí y para sí.

Esta modificación tiene impacto en el crecimiento de la participación y organización de la sociedad civil dentro de los aspectos sociales, económicos, políticos y culturales. Es en ese momento coyuntural en que se cuestionan los grandes relatos para dar paso a la libertad del individuo para ser-estar en sociedad. Ya no más un modelo único, sino la diversidad como eje de acción y reacción. Aquí, la sociedad civil comienza a demandar soluciones ante la opacidad del Estado, y en su caso realiza por sí misma esos cambios sustantivos.

Los resultados del derrumbe de los grandes relatos se vuelven evidentes en la vida cotidiana: se pasa de la seguridad del trabajo a la flexibilidad laboral; de la estabilidad social a la incertidumbre; del libre paso al libre mercado; de la acción a la vigilancia; de la acción a la información; de la dominación a la revolución. Todos estos cambios derivan de la falta de atención y garantía de elementos fundamentales por parte del Estado hacia la sociedad. De ello resultan movimientos sociales que de acuerdo con Santamaría (2008) están enfocados en cuestiones culturales, identitarias y sistémicas en comparación con los grandes movimientos internacionales obreros y campesinos que tienen su base en hacer un cambio de sistema y no dentro de él –como son aquellas demandas de inclusión, derechos humanos, ambientalistas, antinucleares y pacifistas, entre otros. No obstante, esto no quiere decir que las luchas emanadas de las clases productoras de valor hayan desaparecido, sino que se han vuelto más complejas.

 

Los movimientos sociales emergentes

De esta manera, los ‘nuevos’ movimientos sociales “expresan el malestar social, mostrando dónde están los conflictos que juzgan más importantes, y se convierten en agentes que impulsan a la participación para superar lo que consideran contradicciones y disfunciones inherentes del actual modelo de sociedad” (Monferrer, 2010: 5).

Así, los movimientos de la diversidad sexual, pacifistas, antinucleares, feministas, entre otros, concatenan sus discursos a partir de la necesidad de reivindicar la pluralidad en una sociedad donde puede –y debe– haber más sociedades. La aceptación de estos cambios es parte de la búsqueda de una vida democrática donde la polifonía de identidades sea aceptada y socializada, por lo que su acción se amplía a la esfera política, económica y cultural. Siguiendo el pensamiento de Fuchs, estos movimientos adquieren una noción sociopolítica, ya que “son movimientos que luchan por el reconocimiento de identidades colectivas de ciertos grupos en sociedad a través de demandas al Estado” (Fuchs, 2015: 29), por lo que la interacción Estado-Sociedad adquiere una nueva relación para el desarrollo y el crecimiento de cada uno de los países latinoamericanos.

Estos movimientos, sean nuevos o históricos, son ante todo parte de un proceso dialéctico que se realiza dentro de las sociedades latinoamericanas. Estas movilizaciones en busca de la reivindicación de la diversidad encuentran resistencia en lo que se denominan ‘contramovimientos’ (Monferrer, 2010; Cadena-Roa, 2016). Estos son aquellos movimientos que entran en conflicto por las modificaciones emanadas de los cambios propuestos o realizados. Tienen una base conservadora, a veces fundada en criterios religiosos o en las ‘metanarrativas’ con las que crecieron y que ahora se han derrumbado. Los movimientos en contra del aborto, de la liberación femenina, de la diversidad sexual –y sus respectivos derechos– adquieren fuerza y adhesión a través del llamado al pasado, a los ‘grandes’ momentos de la sociedad, por lo que ellos son resultado de este proceso dialéctico. La interacción de los movimientos y sus contramovimientos no sólo es una batalla sobre cómo entender y participar en la sociedad, sino en lo que se reconfigurará para las siguientes generaciones.

Es así como actualmente en Latinoamérica se está llevando a cabo una lucha en una nueva esfera. Es decir, ya no sólo entre la lucha de clases –que hoy tiene más vigencia por la polarización de la sociedad entre los que no comen y los que no duermen–, sino en la esfera de la cultura, la identidad y las prácticas sociales. La complejidad es, quizás, el elemento que en estos momentos reluce de este entramado social. Toca a cada uno de nosotros conocer de qué lado y de qué forma coadyuvamos en el proceso dialéctico de nuestra historia.

 

Bibliografía

Cadena-Roa J (2016): Las organizaciones de los movimientos sociales y los movimientos sociales en México, 2000-2014. México, Fundación Fiedrich Ebert.

Chomsky N (2001): Estados canallas. Barcelona, Paidós.

Chomsky N (2007): Estados fallidos. Barcelona, Paidós.

Fuchs C (2015): Culture and economy un the age of social media. New York, Routledge.

Harvey D (2008): La condición de la posmodernidad. Buenos Aires, Amorrortu.

Inglehart R (2001): Modernización y posmodernización. Madrid, Siglo XXI.

Lefèbvre H (1972): La vida cotidiana en el mundo moderno. Madrid, Alianza.

Lipovetsky G (1990): El imperio de lo efímero. Barcelona, Anagrama.

Monferrer Thomàs JM (2010): Identidad y cambio social. Madrid, Egales.

Morin E (1994): «Epistemología de la complejidad». En Nuevos paradigmas, cultura y subjetividad, Buenos Aires, Paidós.

Santamaría Campos B (2008): «Movimientos sociales: una revisión teórica y nuevas aproximaciones». Boletín de Antropología Universidad de Antioquia.

Sobrado M y JJ Rojas Herrera (2004): América Latina: crisis del estado clientelista y la construcción de Repúblicas ciudadanas. México, Cámara de Diputados.

 

Raúl Anthony Olmedo Neri es ingeniero agrónomo especialista en Sociología Rural, licenciado en Ciencias de la Comunicación, maestrante en Comunicación, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

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