Género y Peronismo, una revista

Las teorías principales del pensamiento político en Occidente tradicionalmente estuvieron construidas sobre la aceptación de la idea de que lo público es fundamentalmente distinto de lo privado y lo personal, vinculando lo masculino a lo público y lo femenino a lo privado. La “división sexual del trabajo” significaría entonces que cada uno de los sexos debía realizar ciertas tareas y tenía prohibido aprender las “propias” del otro sexo. La funcionalidad de esta repartición residiría en una dependencia recíproca entre los sexos.

En cambio, el género es una categoría que incluye lo relacional: lo femenino y lo masculino existen en mutua relación. Se expresa en todos los aspectos de la vida social e individual, a través de símbolos culturalmente disponibles que evocan representaciones múltiples, como los mitos; de conceptos normativos que derivan de esos símbolos: doctrinas religiosas, educativas, científicas, legales o políticas; de nociones políticas y referencias a instituciones y organizaciones sociales; y de la identidad subjetiva.

Antes de la difusión del uso del concepto de “género” tal como lo entendemos hoy, surgieron varios grupos de mujeres que denunciaron su exclusión y propusieron una incorporación igualitaria a los espacios extrafamiliares. El más conocido tal vez es el de “las sufragistas” que en la primera mitad del siglo XX reclamaban el derecho al voto para las mujeres. Pero esos grupos no se limitaban a uno u otro aspecto de esa supresión, y con su lucha se fue afianzando la idea de la igualdad de derechos de las mujeres en diversos ámbitos de la vida social y familiar. Junto a estos movimientos surgieron otros contrarios, que insistían en confinar a las mujeres al contexto familiar, asociándolas principalmente a la maternidad y al rol de esposas y amas de casa.

La Argentina fue el primer país en el mundo en aprobar, en el año 1991, un sistema de cuotas o cupos legales, con el objetivo de remover los obstáculos para el acceso de mujeres al Poder Legislativo. Los resultados fueron innegables: alrededor del 40% de representantes del Congreso Nacional está integrado por mujeres, un porcentaje muy superior al promedio mundial. El ingreso de legisladoras permitió hacer efectiva una serie de reivindicaciones históricas, incluyendo el derecho a una vida libre de violencias, los derechos sexuales y reproductivos, el derecho a la salud, los derechos laborales o la resolución de conflictos conyugales. También fue creciendo el número de mujeres en cargos ejecutivos, si bien siguen siendo franca minoría: hubo 18 ministras en el gobierno nacional y 7 gobernadoras de provincias. En el Poder Judicial las mujeres representan aproximadamente un cuarto de los jueces y fiscales. Si bien en este aspecto –porcentaje de legisladoras y funcionarias de alto rango– el Peronismo siempre ha mostrado mejores desempeños que los otros partidos, lo cierto es que en temas de género ganó batallas políticas pero perdió las culturales. El discurso de género fue embargado por otras fuerzas, en buena medida por nuestra propia responsabilidad de haberlo cedido.

Además, desde un principio el Peronismo hizo hincapié en el rol de la mujer en el plano doméstico, aunque conjugándolo con un discurso que la incitaba a luchar por los derechos y la justicia social. De hecho, como bien señalaba Antonio Cafiero, pocos entienden que la bandera de “soberanía política” no implicaba exclusivamente el ideal de “soberanía nacional”, sino también el de “soberanía del pueblo”, lo que comprende entre otras cuestiones la ampliación de la democracia y los derechos políticos, especialmente los de las mujeres: a votar, a ocupar cargos políticos, a organizarse política y socialmente, o a manifestarse, movilizar y resistir. Por eso, si se analiza detenidamente el discurso del Peronismo fundacional, la emancipación que proponía incluía la superación de la discriminación de género, justamente porque entendía que toda discriminación es una dominación. Una transformación cultural persistente de ese primer Peronismo fue haber rescatado de la invisibilidad política y social a las mujeres: lejos de plantear una historia salpicada de pocas heroínas anónimas, vio a las mujeres como parte fundamental de una construcción permanente de la historia.

Para debatir estas y otras cuestiones es que surgió Género y Peronismo. En ella se trataron diversos aspectos de la realidad, poniendo la mirada en la diversidad compleja de la sociedad, pues el género atraviesa casi todas las temáticas, desde el rol femenino hasta el masculino, y lo hace en todos los estratos sociales y en todos los tiempos y espacios históricos. La publicación trató –entre otras cuestiones– de rescatar para el análisis y la discusión las políticas públicas y la legislación que llevó a cabo el Peronismo en la primera y segunda décadas del siglo XXI. Así, desarrolló –desde la mirada de destacadas militantes y especialistas– temas tales como el voto femenino, los derechos civiles, políticos y sociales, la inclusión política de las mujeres dentro del Peronismo, la equidad de género, las desigualdades en el ámbito laboral, las políticas de Salud Sexual y Reproductiva, la violencia laboral, la violencia doméstica, la masculinidad, la prostitución, la trata de personas, las mujeres migrantes, la protección integral y las violaciones de derechos humanos en niños niñas y adolescentes, la Asignación Universal por Hijo, o experiencias históricas tales como el Consejo Provincial de la Mujer creado por el compañero Cafiero cuando era gobernador, entre muchos otros temas. También la revista incluía entrevistas a mujeres peronistas con una larga trayectoria como militantes.

Desde sus comienzos, Género y Peronismo no se ancló en la simple posibilidad de una publicación: sentíamos el deber de abrir una discusión, a fin de avanzar en las problemáticas de género y concretar un discurso sustentable. En las numerosas reuniones nos enfrentamos a no pocos desafíos y contradicciones: uno altamente complejo fue el análisis del discurso de Eva, ante la posibilidad de que se lo entendiera como contrapuesto a la actual mirada de género. Evita por un lado propagó el culto al líder, como se ve en La razón de mi vida, y por otro lado logró ampliar la participación y la visibilidad social y política de la mujer, en el marco de un discurso que conjugaba el hogar, la educación y la crianza de los niños como espacios destinados solamente a las mujeres, con una expansión en el hogar de la doctrina justicialista. Aunque esto puede parecer una contradicción con algunas de las visiones del tema en la actualidad, al buscar conciliar una “función central” de las mujeres en el núcleo familiar con los aportes a la economía o las responsabilidades partidarias, indudablemente representó un avance respecto a los discursos con los que confrontaba el Peronismo de su época. Y si se piensa no solamente en discursos, sino también en estructuras de poder, indudablemente el período que protagonizó Evita representó un avance inmenso, solamente comparable al registrado en estos últimos años.

Género y Peronismo intentó introducirse con una mirada peronista en el debate de género, y con una mirada de género en el debate peronista, usando como marco un espacio de discusión de ideas, como era el Instituto de Altos Estudios Juan Perón. Sería imposible con unas pocas palabras expresar cabalmente el reconocimiento que merecen quienes contribuyeron a que la revista todavía hoy sea recordada y reconocida. Además de quienes desinteresadamente escribieron los artículos publicados, o quienes participaron de varias decenas de reuniones en diversos puntos del país, o artistas que con una generosidad inmensa nos cedieron sus obras para que la publicación lograra una estética de marca registrada, en lo personal debo mencionar a Ana Zeliz y Mariano Fontela, quienes me convocaron para ser parte de esa maravillosa experiencia. Y a nuestro querido Antonio Cafiero, quien nos acompañó y apoyó, dándonos la posibilidad de actuar y escribir con absoluta libertad.

 

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