Género y justicia social

El mundo –o mejor, el mundo occidental– previo a la pandemia marchaba en un lento pero firme proceso de transición político social en torno a las diferentes formas de articulación de demandas que se proponían desde los movimientos populares para poder atravesar los efectos políticos, económicos, sociales y ambientales que el capitalismo neoliberal estaba provocando en la mayoría de los países de occidente. En las sociedades post industriales emergieron desigualdades que tomaron visibilidad y pusieron crecientemente al género en el centro de la escena. Nuevas demandas políticas conllevaban –y lo siguen haciendo– un deterioro de la legitimidad democrática. En la teoría política nuevas voces proponían poner sobre la mesa un concepto de justicia social que articulara no solamente las tradicionales reivindicaciones por la redistribución de los ingresos, sino también una valoración de las tareas que integran el mundo de la reproducción social. Hablamos de la esfera de las luchas por el reconocimiento, donde las cuestiones vinculadas al género se ubican en el centro de la escena. Dialogar con este pensamiento –representado desde el feminismo, entre otras, por Nancy Fraser, filósofa activista y partidaria del Paro Internacional de Mujeres– desde el movimiento peronista parece en primera instancia un camino no solo posible, sino necesario.

El núcleo fundante de la justicia social en el peronismo –uno de los movimientos populares más revolucionarios de América Latina– debe ser pensado en esta clave, no solo para comprender las desigualdades del mundo de hoy desde un “feminismo social”, sino para pensar que es posible un peronismo capaz de integrar –y a la vez ser transformado desde– el feminismo y otros colectivos de lucha, como el ambientalismo, el antirracismo, la diversidad.

El reconocimiento requiere visibilizar quiénes sostienen los hogares y los barrios. Las mujeres trabajadoras concentran la mayoría de las tareas de cuidado que reproducen la sociedad todos los días. No es del todo nuevo para el peronismo esto, si recordamos el rol fundamental que tiene la organización de las mujeres en diferentes esferas de la vida social, tales como las comadres en los barrios u otras formas donde las compañeras trabajan todos los días. Pero ya no basta el merecido reconocimiento que le damos y que ya tienen las compañeras, sino que es necesaria una canalización e institucionalización formal en la esfera de la representación política de un conjunto de luchas por derechos que giran en torno a tareas invisibilizadas en la estructura político jurídica del Estado. Son las tres R de la justicia social: reconocimiento, redistribución y representación. Su estructuración y su institucionalización pondrán a la sociedad “patas para arriba” por la profundidad de las transformaciones, redimensionando el concepto de justicia social y robusteciendo la potencia revolucionaria de nuestro movimiento.

Vale preguntarse qué sociedad y qué rol del Estado aspiramos a construir luego de la pandemia, y qué tipo de impronta se le dará a la cuestión de género y a las tareas de cuidado dentro de ese nuevo Estado. Las tareas de cuidado familiar y la responsabilidad de la educación de hijos e hijas en el contexto de distanciamiento social, sin ningún ordenador social contenedor, están configurando un sujeto al que hay que visibilizar dentro del peronismo para articular un canal de demandas específicas y concretas en cada territorio. La pandemia dejará su huella en toda la sociedad, pero es los sectores más humildes donde más hondo calará, porque ha trastocado todas las esferas, no sólo de la producción, sino las de la reproducción social que sostienen principalmente las mujeres. Y allí la dimensión del género toma una relevancia central. Durante la pandemia, se ha derrumbado gran parte del empleo subregistrado de las mujeres y se han multiplicado las tareas de cuidado que se llevan adelante no solo en la esfera de lo social –como lo vemos diariamente en los territorios–, sino exigiendo aún más a las madres en los hogares. Las mujeres se encuentran sobre-exigidas porque asumen la continuidad pedagógica en la casa, las tareas domésticas de limpieza y alimentación, la administración de los insumos… hasta las emociones quieren que administremos, y les molesta si gritamos. La lista podría seguir y ser interminable. Es innumerable la cantidad de responsabilidades que en este momento las mujeres estamos llevando adelante en silencio y soledad. La representación política debería servir al menos para que no haya más silencio, ni soledad.

Para cualquier movimiento que intente adaptarse a la multiplicidad de las demandas del mundo moderno y a las específicas del post COVID-19, le será fundamental entrar en un proceso de articulación temprana para trabajar en ese sentido. La realidad exige que abramos camino –y derribemos obstáculos– a un movimiento peronista que tenga como eje articulador una mirada de género no liberal, sino popular, centrado en la justicia social.

 

Florencia Popp es congresal nacional del Partido Justicialista, Olavarría, Provincia de Buenos Aires.

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