La cuarta revolución industrial y el fin de la globalización

La única política seria es la mundial. El resto es cabotaje” (atribuido a Juan Perón).

La cita, puesta en boca del fundador del Justicialismo por muchos intérpretes, otorga un mayor peso analítico al estudio de las relaciones de poder entre los actores más importantes en el escenario mundial que a las determinaciones de la política nacional, e indica una opción estratégica que es preciso adaptar a las condiciones del siglo XXI: todo proyecto de salvación nacional debe incluirse en una estrategia para la incorporación soberana a las integraciones regionales y mundiales.

La adaptación a procesos regionales y mundiales requiere, primero, estudiar serenamente la situación mundial tal cual es, para recién después decidirse por alternativas de acción. Para ello, es importante tomar conciencia de los cambios epocales que se están dando desde hace más o menos cinco años. La crisis actual se incubó en largos procesos que se agudizaron después del fin de la Guerra Fría. En la década de 1990 las potencias occidentales tuvieron la oportunidad de consolidar la paz, pero, en cambio, decidieron abrir un nuevo período de guerras y conquistas, para instalar un Imperio universal. Este monopolio del poder se consolidó a partir del atentado contra las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001. La invasión de Irak en 2003 invirtió el orden internacional vigente desde el siglo XVII: la relación entre Estados dejó de estar regida por vínculos contractuales. Sin embargo, ante el fracaso norteamericano en asegurar el orden económico internacional, las elites mundialistas se disgregaron y cada una buscó su propio refugio de poder.

Después del fin de la Guerra Fría, Rusia fue colonizada por las fuerzas más espurias del capital financiero internacional. Recién a partir de 1999, cuando Boris Yeltsin designó a Vladimir Putin como primer ministro, y en 2000, cuando éste fue elegido como presidente, un nuevo compromiso entre la oligarquía industrial, el sistema de inteligencia y las fuerzas armadas aseguró la reconstrucción del Estado y el país. Por su parte, China atravesó desde el fin de la Revolución Cultural (1966-1976) un período de reconstrucción que culminó en la presidencia de Xi Jinping (desde 2013). El sistema se sostiene en la alianza entre la conducción del Partido Comunista, el ejército y la burocracia estatal. Hasta asumir Xi, la República Popular China fue altamente prescindente de la política mundial, pero las propias crisis del mundo unipolar obligaron a Rusia y China a intervenir.

La crisis civilizatoria tiene cinco aspectos que explican los conflictos sociales actuales:

a) La crisis del orden económico-social mundial: cuando en 1971 el presidente norteamericano Richard Nixon alteró la paridad de 35 dólares por onza de oro, inauguró un período de inestabilidad financiera que solamente no afectó a los Estados Unidos hasta 2007, porque tienen el monopolio de la moneda de cambio internacional. El intento de Barack Obama (2009-2017) por descargar el peso de la crisis sobre el resto del mundo profundizó a partir de 2012 el desorden económico mundial, el “sálvese quien pueda” de los distintos centros financieros y prácticas salvajes en las relaciones entre las potencias y corporaciones que aumentaron la desconfianza mutua.

b) La crisis del orden político mundial: el sistema de relaciones internacionales, asentado desde la Paz de Westfalia (1648) sobre el principio de que el vínculo entre los Estados sigue las reglas de un contrato, fue roto por Estados Unidos al asaltar Irak sin declaración de guerra ni autorización de la ONU. Finalmente, las invasiones a Libia y Siria, respectivamente en 2011 y 2012, convencieron a Rusia y China de la caducidad del sistema internacional de la posguerra.

c) El empobrecimiento y destitularización de los países del Sur y la crisis medioambiental han expulsado a millones de personas que buscan su supervivencia ingresando a los países del Norte, donde ponen en cuestión la ciudadanía monocultural que los fundamenta.

d) El Papa Francisco se ha convertido en el primer líder mundial que trata integralmente la crisis económico-social, la política-ideológica y la ecológica, contrastando así con la modernización conservadora del sistema de producción y distribución.

e) La crisis de los sistemas de creencias: el fin del Imperio universal ha hecho caducar la ideología de la globalización que desde hace cinco años es confrontada por culturas con certezas duras.

Ante el colapso del orden internacional y la agudización de las crisis demográfica y ambiental, a partir de 2013 Rusia y China han articulado alternativas convergentes para la defensa de la civilización humana. Al mismo tiempo, la confluencia de las tecnologías de la información y la comunicación (TICs) y las biotecnologías produjo un salto cualitativo que ha dado en llamarse “Cuarta Revolución Industrial”. Si bien el término es una creación de Klaus Schwab, fundador y coordinador del Foro Económico Mundial, el concepto es de origen alemán. Con la denominación de “Industria 4.0” el concepto fue presentado por primera vez en 2011 en la Feria Industrial de Hannover. En 2012 el gobierno federal alemán formó una comisión que un año después presentó sus recomendaciones. Después de la publicación del informe, el grupo siguió trabajando como parte de la “Plataforma industrial 4.0”, una iniciativa conjunta de tres cámaras industriales. A través de la concertación con cámaras empresarias, sindicatos, partidos y universidades, la Plataforma está creando el consenso para la reforma integral de la sociedad alemana en función del nuevo proyecto. Esta breve historia sirve para ilustrar el carácter político de la iniciativa. Se está organizando la sinergia entre varias TICs y biotecnologías, para reducir márgenes de error, reducir costos y adecuarlas a las necesidades específicas de usuarios y las realidades cada vez más divergentes.

Después de Alemania, la iniciativa se extendió con diversas denominaciones a otros países. En China, en tanto, el proyecto industrial 4.0 fue incluido en el plan quinquenal aprobado en 2015 (Made in China 2025). Aunque el proyecto chino se basa en el alemán, lo supera ampliamente, ya que se trata de una estrategia para la reforma de toda la sociedad y el Estado. Gracias a la plataforma WeChat, creada en 2011, ya es posible realizar todas las operaciones, sin necesidad de cambiar de plataforma. De este modo los usuarios ahorran tiempo y costos. Como la plataforma se basa en un sistema exclusivamente chino, está defendida de agresiones desde el exterior. Además, la Ley de Seguridad Informática, de 2016, eliminó la anonimidad en Internet y sanciona enérgicamente todo tipo de delitos informáticos. Asimismo, el Ejército Popular de Liberación (EPL) ha puesto el campo de combate cibernético a la par del de tierra, aire, mar y espacio.

Si bien en otros países industriales hay iniciativas similares, ninguna alcanza el nivel de las expuestas. Por esta razón, en 2016 Klaus Schwab puso la “Cuarta Revolución Industrial” en la agenda de los próximos años.

Como en todos los procesos anteriores de innovación tecnológica en la historia del capitalismo, los beneficios o daños que el proceso pueda traer dependen del entorno político-social y cultural, de los sistemas de valores imperantes y del lugar de la respectiva economía en el sistema mundial.

Contra lo que sostuvo el mito de la globalización, el caso del actual proceso de innovación que algunos denominan “Industria 4.0” y otros “Cuarta Revolución Industrial” subraya el rol de las decisiones éticas y políticas en el cambio de la economía mundial.

La agresión contra Libia en 2011, la invasión a Siria en 2012, el golpe de estado en Ucrania en 2014, la expansión de la OTAN hacia el Este de Europa y el golpe de Estado en Tailandia en 2014, persuadieron a Rusia y China de que Estados Unidos estaba tratando de cercarlas desde la periferia. Ambas respondieron consecuentemente. Rusia recuperó Crimea y sostiene en el este de Ucrania a las repúblicas autónomas de Donetsk y Luhansk, mientras intenta habilitar alguna ruta para construir el gasoducto que la conecte con Europa Central. A fin de 2015 comenzó a auxiliar a Siria y potenció su base naval en el puerto de Tartus, hasta poder neutralizar todos los radares en el Mediterráneo Oriental, con lo que anuló la ventaja estratégica del pasaje por el Canal de Suez. Además, se mantiene como segundo exportador de armas del mundo, ejerce una gran influencia sobre países emergentes, y el rol de Vladimir Putin –como interlocutor privilegiado de Donald Trump– le da una gran influencia. Por su parte, China modernizó sus sistemas defensivos y expandió su presencia naval hasta la costa oriental de África. Mientras tanto, sus inversiones en todo el mundo le aseguraron el abastecimiento sostenido de su industria. Finalmente, el plan Made in China 2025 y la decisión de reconvertir su parque automotor a vehículos eléctricos hasta 2030 decidieron el cambio tecnológico de la industria alemana, su principal proveedora en varios rubros.

Esta descripción del nuevo contexto mundial muestra que las diferencias entre los grupos globalistas y las corporaciones vinculadas a la producción tienden a agudizarse. La elección de Donald Trump en 2016 representa el intento de un sector productivista de la elite norteamericana por reducir la exposición internacional de su poder. Sin embargo, abre demasiados frentes a la vez y arriesga a quedar entrampado en conflictos interminables. En este contexto de relaciones de fuerza, el Papa Francisco es una gran novedad. Su apelación a la política de los pueblos, a los movimientos populares y al diálogo rompe con la lógica de las políticas de potencia.

Si bien Gran Bretaña es un actor secundario de la política mundial, finalmente, no puede despreciarse el rol que desempeña. Su ruptura con la Unión Europea coincide con su intento por convertir a Londres en la principal plaza financiera mundial, el rearme de su marina, el renovado control sobre el Atlántico y su retorno al Golfo Pérsico.

La “Cuarta Revolución Industrial” puede dar a Alemania y China el liderazgo de la economía mundial, pero el poder de ambas todavía está limitado a Eurasia y no han roto el cerco marítimo de las potencias anglosajonas. Mientras que América Latina ha quedado en la retaguardia de este último bloque, la batalla por la supremacía mundial se va a librar en el amplio espacio entre el centro de África y el Oriente Medio ampliado. Las naciones se resguardan en bloques regionales o en acuerdos de pares limitados a temas precisos.

Todo indica que el gobierno de salvación nacional que –esperamos– asuma en diciembre de 2019 lo hará en condiciones de extrema debilidad del Estado, una soberanía muy limitada, probablemente sin aliados regionales de envergadura y en el marco de un mercado crediticio internacional concentrado y de una aguda competencia por la hegemonía mundial. En esas condiciones, la tarea principal del nuevo gobierno debería consistir en recuperar soberanía territorial y monetaria, y en explorar la recuperación de alianzas estratégicas que le permitan ampliar su campo de juego internacional. La consigna es ganar tiempo e ir ampliando el poder del Estado. Hay que ser prudentes y silenciosos, evitando conflictos de los que no se sepa con seguridad que se ganan y acumulando el máximo poder material y cultural posible. Argentina no puede imponer las condiciones de desarrollo de la Cuarta Revolución Industrial y el mundo multipolar, pero puede elegir cómo integrarse a ellos.

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