Desde una hermenéutica crítica a una hermenéutica ontológica

Cuando se estudia algún autor, se suele penetrar sólo en su primera piel, en su teoría, en sus aportes al conocimiento, sus nuevas ideas y conceptos, su creatividad, sus aportes epistemológicos. Se impone el hábito de sobrevalorar el pensamiento, el lenguaje –verbal o lingüístico–, la indexación, los fundamentos teóricos, las referencias bibliográficas, y se deja como “fondo”, en un segundo plano, el ser de quien piensa, dice o escribe. La hermenéutica crítica y sus próceres han luchado por la descolonización del pensamiento y el lenguaje –en tanto instrumento de aquél–, se han mantenido en el plano de la teoría del conocimiento, se han encerrado voluntariamente en la celda de la epistemología, muchas veces contradiciendo sus propios discursos emancipadores que suelen no ir mucho más lejos que la libertad de pensar, quedando nuevamente en lugares secundarios la libertad de ser y la libertad de coexistir. También la hermenéutica crítica ha contribuido con otros enfoques, como la teoría sociocultural de Vygotsky y sus repercusiones en el “aprendizaje situado” y el constructivismo. Sin embargo, estas teorías –muy valoradas y populares en la actualidad, especialmente en los ámbitos educativos– operan fundamentalmente dentro de la jaula de lo cognitivo, lo experiencial, lo competente, lo eficiente, dejando fuera el ser y el coexistir a nivel ontológico, a quienes aprenden de modo situado y real.

Falta una hermenéutica ontológica que, además de explorar el contexto socio-histórico-cultural en que se pensó y se dijo, lo conceptual y teórico –todo ello fuera del ser–, se explore ontológicamente al autor o la autora de lo pensado y dicho: bastante más que una investigación bibliográfica. Hay que ir a capas más profundas. No basta con conocer la realidad cultural y política del contexto histórico en que se escribió La Ilíada o La Odisea; tampoco con conocer la biografía de Homero; deben ser complementadas con la exploración óntica del ser de Homero, indagar en dimensiones tales como: ¿cuál es la motivación estética y ética que motivó a Homero escribir esas obras? ¿Qué sentido último o universal tenían para él? ¿Qué verdad esencial quería comunicar? ¿Dónde está el ser de Homero en cada una de esas palabras, párrafos, ideas y expresiones lingüísticas?

No es suficiente una hermenéutica epistemológica: debe integrarse de modo dialógico –desde la doble dialéctica de Morin– la hermenéutica ontológica, para generar una nueva hermenéutica onto-epistemológica que no sólo junte –a nivel del conocer y lenguajear– la comprensión del conocimiento, sino el ser y el existir como comprensión del saber; saber entendido en su vinculación más profunda con lo intuitivo, con lo esencial, con lo originario, y por ello con lo óntico.

Para ilustrar con recortes coexistenciales de la propia historia de vida, dos ejemplos que activaron interrogantes e insight sobre lo planteado:

(a) En el año 1986 en una importante Escuela Especial se introduce por primera vez en Chile el Programa de Enriquecimiento Instrumental (PEI) creado por el psicólogo israelita Reuven Feuerstein. Luego de extendió en colegios y universidades como la metodología que podía resolver los problemas de aprendizaje en todos los niveles de estudio, mediante el fortalecimiento de las habilidades cognitivas. Los éxitos no fueron los esperados en muchas partes. En prestigiosos sistemas educativos se lo abandonó para siempre, al poco tiempo de su incorporación. Feuerstein, conocido también por sus aportes al aprendizaje mediado y los conceptos de inteligencia dinámica y modificabilidad cognitiva, tuvo logros con su PEI que causaron sorpresa, como por ejemplo que estudiantes con síndrome de Down lograran estudiar una segunda carrera universitaria o asumir la jefatura de una empresa. ¿Qué faltó transmitir de su programa para igualar sus logros? Se enseñó en profundidad su teoría, el uso preciso de su material de estimulación neurocognitiva, pero no se enseñó lo suficiente acerca de Feuerstein, de cómo su ser miraba el ser del otro-otra, y el poder transformador de esa “mirada” en la modificabilidad, sin duda no sólo cognitiva de ese otro-otra.

(b) En el año 2008, cuando el filósofo francés Edgard Morin visitó Chile, desapareció algunos días de la prensa, del mundo académico y político. Todos querían aprender sobre su propuesta de un nuevo modo de pensar. Muy pocos querían aprender sobre su modo de ser. En esos tres días en que desapareció se dedicó a la práctica óntica y coexistencial de su “poesía de la vida”. Dejó esperando a académicos de la universidad que lidera los rankings internacionales como la mejor del país, y a la principal autoridad política de la nación, para coexistir con Jorge Palacio, periodista y filósofo que durante su exilio en Francia construyó una nutritiva y perdurable amistad con él. Morin eligió compartir el ser de su amigo Jorge en el Mercado Central y caminar con él abrazado ontológicamente por la orilla del Lago Llanquihue. Prefirió desde su congruencia “óntica” lo poético a lo “prosaico”, el “ocio” y gozo del ser en el encuentro pleno con otro ser, al “negocio”, donde es más común la soledad de a dos, de tres o de muchos, que son más que el encuentro y el diálogo óntico, una competencia de egos, saberes, haceres y teneres. Jorge Palacio, desde la amistad, tan parecida al amor y a lo poético, no sólo comprendía el pensamiento complejo de Morin: sentía la multicomplejidad de su sentir y la hologramatidad recursiva y dialógica de su ser. Esos son los niveles o capas con que se debe comprender el pensar y el decir, del todo interactuante de nuestras vidas, con aquellos que lo hacemos cotidianamente en el “presente vivo”, y también con quienes podemos conocer su yo profundo-óntico sólo a través de sus escritos y voces grabadas.

Todavía la diferencia específica del ser humano es su racionalidad. Aún no es su emocionalidad ni su voluntad, y menos aún las expresiones de su onto, como su amor al bien, a la verdad, a la belleza y a la unidad. Tanto en Feuerstein como en Morin se valoran los nuevos paradigmas que ambos han desarrollado para potenciar las habilidades y los modos de pensar, ignorando la mirada validadora y compasiva de la otredad, en ambos desde la óptica de lo esencial y lo óntico, que es sin duda lo que explica y da sentido a lo pensado y dicho por ambos, que se interpreta y enseña, con total desnudez del alma o ser profundo de estos dos seres humanos puestos como ejemplo, pero que es aplicable a todo lo pensado y lo dicho por cada uno de los habitantes pasados, actuales y futuros de este planeta.

Si no se separara al ser del pensar y del saber –de cada persona, y en especial de quienes se admira por su intelectualidad y sus aportes al conocimiento humano– podríamos acceder a la comprensión total de su saber. No sólo a su contexto histórico socio-cultural, sino también a su contexto ontológico-esencial, y a través de ello a su ética, su estética y su verdad, que para muchos educadores es lo que realmente se debe enseñar, y por tanto es lo que distingue a un verdadero educador de un instructor, y a quien enseña para la “vida” y quien lo hace para la “no-vida”.

Las personas auténticas pueden ser consideradas per se verdaderos maestros o maestras, porque desde su congruencia –fruto del ejercicio de su libertad interior, su existir en el mundo– son en toda dimensión coherentes con su ser. Sin esa autenticidad o correspondencia del ser-en-sí con el ser-en-el-mundo no podrían colaborar, enseñar, educar y facilitar esta autenticidad óntico-existencial a sus prójimos.

Dichos prójimos no deben tener una actitud pasiva: es lo que este texto busca activar. Los epistemólogos deben ir incorporando el ontos de sus prójimos en todo encuentro, en todo libro, en todo verso. De otro modo, la comprensión de lo comunicado por el otro no sólo está incompleto. Si no se logra descubrir el ser del otro también se puede confundir el ser con el no-ser, como, por ejemplo, con el espesor del mundo que lo separa de sí mismo (Sartre), o con un saber y hacer incongruente o ajeno a su ser auténtico.

Si el otro no muestra con facilidad su ser, aprendamos a descubrirlo. Si expresa su ser detrás de su “máscara” –persona– o del “espesor del mundo”, esforcémonos por desenmascarar o adelgazar aquello que nos priva la comprensión plena del otro, porque siempre lo dicho o lo pensado es dicho y pensado por alguien que es.

 

Patricio Alarcón Carvacho es profesor y psicólogo chileno, fundador de la “Pedagogía de la Coexistencia”.

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