Soberano: el dueño de los votos. El peronismo frente a las próximas elecciones

Aunque el Partido Justicialista no lo advierta, el Movimiento Peronista está en ebullición. Por primera vez un gobierno ungido por el voto peronista consigue, en menos de dos años de ejercicio, empeorar la situación socioeconómica que heredó, agregando a eso la incertidumbre que produce la ausencia explícita de un programa para salir de la crisis. Mientras redunda y repite los errores de su predecesor, la elocuencia del panorama degrada la eficacia de los argumentos del tipo “pasaron cosas”, aunque el principal de esos argumentos refiera al azote de una enfermedad mortal presente en todo el planeta. El resultado que cunde en la población es que la mencionada incertidumbre política local suma la producida por el COVID-19 a nivel global.

El Pueblo peronista –más que el electorado peronista– tiene como registro histórico la eficacia de la Doctrina Justicialista para enfrentar las crisis más graves –tengan motivos locales o internacionales– del mismo modo que conoce las prioridades explícitas en el transcurso de sus resoluciones. No olvida que la Revolución Peronista emergió en un contexto de guerra mundial donde los muertos no fueron dos millones en un mundo de 7.500 millones, sino 60 millones en un mundo de 2.000 millones; un contexto en el que las poblaciones de tres continentes no podían “quedarse en casa”, porque sus casas –como sus países– estaban convertidas en escombros; un contexto en el que esos países eran –también y empeorando nuestra situación– precisamente nuestros mercados, a los cuales la Argentina de Perón debió asistir con ayuda alimentaria y crédito, sabiendo que los muertos no compran –antecedente del fundamento que, al siglo siguiente y en condiciones inversas, pronunciaría Néstor Kirchner a los acreedores del fraude de deuda soberana: “los muertos no pagan”. Y que, al mismo tiempo que lidió con ese mundo, resolvió la injusticia que había modelizado la década infame, transformando a un país exportador de porotos en una de las diez potencias más importantes del mundo, capaz de desarrollar industria pesada, energía nuclear para la paz, el avión de máxima tecnología conocida y la cuarta flota mercante del planeta, además de la sociedad más justa y equitativa conocida. Todo esto en sólo una década.

Sabemos lo que ocurrió desde el golpe del 55, gracias a la colisión violenta e inconciliable entre el proyecto colonial y el patriótico, que culminó en el genocidio que precedió al retorno institucional de 1983. Sería ocioso detenernos en eso. Pero hoy la moneda nacional y su poder de compra ocupan el peor registro del continente, sólo superado por Venezuela. Por primera vez el peso vale menos que la moneda de Haití, el país más pobre de este lado del mundo, carente de recursos propios y azotado por catástrofes climáticas y geológicas incomparables con las que alguna vez golpearan nuestro país. Sin embargo, el dato más dramático para un gobierno de un frente cuyo caudal electoral es mayoritariamente peronista es que dos de cada tres niños viven en la pobreza, en un país prácticamente despoblado y con recursos de sobra para la vida digna de sus habitantes.

Las razones que aparecen en el debate actual atribuyen esta situación crítica –más que a tibieza y a mala praxis– a la ausencia grave de los tópicos principales del peronismo en el poder: a) un Estado fuerte y con autoridad como árbitro de las relaciones sociales y económicas –con la justicia social como fin–; y b) el trabajo como articulador y generador de riqueza y desarrollo.

Las contradicciones en el ejercicio de gobierno de Fernández –incluidos sus idas y retrocesos– son atribuidas por sus funcionarios y adeptos a la “diversidad de la composición” del frente electoral, lo que es exactamente lo contrario del argumento de campaña que decía que se trataba de “la unidad” del peronismo. Así, el Movimiento Peronista –convidado de piedra de quienes se hicieron de la conducción del Partido Justicialista sin internas ni voto de las afiliadas y los afiliados desde hace tres décadas– enfrenta un escenario electoral también incierto por la posposición de las PASO y la sospecha de que el Frente de Todos pueda repetir las maniobras de proscripción a eventuales listas que quisieran contender. El contexto empeora si advertimos que, falto de alternativas que lo entusiasmen “a favor”, el electorado viene optando por votar “en contra”.

Cuando podría repetirse a nivel nacional la posibilidad de un peronismo dividido –esta vez en al menos cuatro listas– enfrentando en las parlamentarias a una Alianza Cambiemos capaz de conservar la mayoría de sus votos de 2019, el desafío del peronismo es recuperar la centralidad política, posponiendo el negocio electoralero.

Tras la experiencia del Frente de Todos, conformado después de graves acusaciones cruzadas de sus miembros acerca de quiénes son o no son peronistas, carecen de sentido todas las consideraciones sectarias. Nadie más autorizado que Perón, al regreso de su exilio, cuando declaró que no existen nuevos rótulos que nos definan y que somos “lo que las 20 verdades” dicen.

Más temprano que de inmediato el peronismo debe discutir el programa de salvación nacional, llamando a la conformación de un frente patriótico y popular: lo que se debió hacer para las últimas elecciones presidenciales y reemplazó por promesas que se volvieron mentiras por incumplidas. Sin necesidad de llamados de una dirigencia que no dirige, de cara al Pueblo y a modo de cabildos abiertos, para garantizar participación masiva y evitar el aparateo de los “círculos políticos” y “caudillos” de los que nos advirtiera Perón en esas 20 Verdades.

Los autopercibidos pragmáticos y la desacreditada clase política –cada vez más repudiada– reiterará, seguramente, el argumento obturante y censor de que “no dan los tiempos”. Lo hace frente a cada elección, mientras quienes no pueden más sufren y mueren. Su modo habitual de ocultar –por obcecada negación– que nunca se alcanza lo que jamás se comienza.

Share this content:

Deja una respuesta