El fenómeno neorreaccionario adolescente, de las redes a las urnas

Hace casi una década Cristina Kirchner ganaba las elecciones presidenciales generales con más del 54% de los votos. En el segundo lugar se ubicaba con 17% Hermes Binner, del Frente Amplio Progresista, y tercero fue Ricardo Alfonsín, con 11%. La opción de la izquierda tradicional, encabezada por Jorge Altamira, cosechaba dos puntos. Estas fuerzas, ubicadas desde el centro hasta la extrema izquierda del espectro ideológico, obtuvieron el 85% de los sufragios: un escenario muy lejano al actual, que muestra una irrupción de múltiples opciones de extrema derecha y la continuidad de la fortaleza de la centroderecha encarnada por Juntos por el Cambio: 40% a nivel nacional.

El campo popular solo ha superado el 30% a nivel nacional y la derecha rondó el 50%, una tendencia que no pareciera revertirse en el corto plazo, sino todo lo contrario. Más allá de los motivos de este fenómeno de derechización de la sociedad, podemos afirmar que esta realidad es momentánea y modificable en la medida que los aciertos oficiales superen a los errores, algo que en este contexto de crisis económica y pandémica no ha venido ocurriendo. De lo que estamos seguros es que los pensares de los argentinos y las argentinas no se pueden resumir a partir de la experiencia electoral de 2011, ni de los resonantes resultados del último 12 de septiembre.

El fenómeno de derechización no es un problema exclusivo de la Argentina. Ni siquiera somos los primeros en nuestro continente. Existen corrientes neorreaccionarias globales que desde hace un tiempo vienen ganando lugar en la política, tanto en la representación electoral que logran, como en el empoderamiento de sus ejes argumentales. Al parecer, en nuestro país, la variante que prevalece es la asociada al espacio “libertario”, una mirada que, evocando una libertad sin límites, plantea una guerra contra el imperante “marxismo cultural” y utiliza discursos anti élites contra las “castas políticas”. La idea de que –tras la caída del Muro– el marxismo pervivió en la cultura nació siendo una teoría conspiracionista de los círculos de la extrema derecha que, usando hábilmente los resquicios que brindan las nuevas tecnologías de la información, pudo extenderse a los medios tradicionales, y desde allí a las urnas.

A diferencia del populismo conservador de Trump y el autoritarismo neoliberal de Bolsonaro, el fenómeno representado por Javier Milei interpela a la sociedad –y especialmente a las juventudes urbanas– desde una mirada anarcocapitalista, pero sin quitar el foco de la idea del cambio cultural. Desde la Escuela Austríaca –la rama más ultraliberal dentro de las ciencias económicas– se propone el cierre del Banco Central y el retiro definitivo del Estado desde una mirada minarquista –sólo abocado a la seguridad y al servicio de Justicia. La golpeada economía argentina es caldo de cultivo para el surgimiento de propuestas alternativas que rechacen todo lo anterior, ya no desde el típico discurso antiperonista de Cambiemos, sino desde una postura que apela a un supuesto pasado glorioso del país, haciendo uso de datos macroeconómicos desconectados de cualquier ligazón con las condiciones de vida de la sociedad. En este punto, podemos establecer un paralelismo entre La Libertad Avanza, el espacio de Javier Milei, y la estrategia discursiva del partido Vox de la alt right española, que también apela a un pasado glorioso, en este caso situado en una historia épica de la España imperial. Cierto es que todavía el efecto Milei no ha logrado superar la frontera de la Avenida General Paz y los candidatos liberales de otros distritos no han podido obtener los apoyos de Milei en CABA, pero su crecimiento veloz no deja de encender las alarmas en los sectores progresistas.

 

Los nativos digitales, objetivo central del discurso libertario

La filtración de estos discursos darwinistas en la juventud es un fenómeno insoslayable y preocupante. La politización adolescente en clave individualista y reaccionaria es un hecho contrario al que vivimos las y los jóvenes de los años 2000, atraídos por la propuesta kirchnerista, una expresión progresista del peronismo que llamaba a la construcción colectiva de la justicia social, noción que constituye un atropello moral para estos nuevos grupos de imberbes. La atomización social, el contracomunitarismo extendido, el aislacionismo introspectivo de las y los púberes, y la profusión de discursos antisistema, constituyen una base de sustentación de ideas inaceptables hasta hace muy poco tiempo.

Políticamente, las nativas y los nativos digitales no vivieron las mieles del kirchnerismo, pero sí vieron el fracaso del “moderado” Mauricio Macri, que se quedó a mitad de camino de las reformas de fondo que hoy plantea la opción libertaria como cuarta fuerza nacional. El kirchnerismo para ellos es el statu quo, “el sistema”, y si hay algo que un o una joven rechazan es lo establecido. Ni hablar del discurso peronista clásico y su apego a la nostalgia cuarentista, en una constante recordación de tiempos lejanos que, en términos matemáticos, atestiguan menos del 10% de la población actual. En el plano regional, los ejemplos de la Venezuela madurista y la Nicaragua orteguista alimentan el argumentario de estas derechas para caracterizar al “socialismo del siglo XXI”.

Otro aspecto que colabora con la derechización de los y las jóvenes es la creciente grieta generacional producida por la tecnología. Esta diferencia de conocimientos técnicos entre padres e hijos es la más grande de la historia, porque va de la mano con la imparable aceleración, ya no de Internet, sino de las nuevas redes de vinculación social que reúnen grupos de jóvenes que se refugian en núcleos en los cuales se comparten ideas y prácticas, muy al margen del acompañamiento y la revisión de los adultos. En estos grupos se diseminan de forma estratégica informaciones manipuladas, fake news, diversas teorías conspiranoides y anticientíficas, y se agita, bajo una ilusión de novedad latente, el fantasma del comunismo. Por estos y otros factores, la crisis de la fase del capitalismo neoliberal inaugurada el 11 de septiembre de 1973 en Chile es vista por muchos y muchas adolescentes como un fracaso del sistema político, de las instituciones y de la democracia, y no del modelo económico.

Para comenzar a revertir estos efectos es necesario recuperar la capacidad transgresora en el discurso y en la praxis, obtener resultados tangibles para cada demanda social insatisfecha por la política, y hacerlo rápido. Urge correr a los y las jóvenes de las salidas individualistas frente a una economía que no los deja integrarse dignamente, ni como sus padres o madres, ni como sus abuelos o abuelas. Generar posibilidades de progreso para ellos y ellas es la tarea del ahora. Así como son objetivo de los discursos neorreaccionarios, los y las jóvenes y sus inquietudes deben ser el objetivo de las políticas de los gobiernos progresistas. Si se logra ese fin recuperaremos su apoyo y, por lo tanto, recuperaremos la rebeldía como capital político para la transformación de la sociedad.

 

Reorientar la agenda para reconstruir la Patria

“La esperanza no es lo último que se pierde, sino lo primero que se gana” (Mario Benedetti).

Si existe una rama de las ciencias sociales que ha fallado casi siempre en su poder de predicción es la que se ocupa de entender la forma en la que se vota. Los abordajes sesgados, pagados, las fallas técnicas o la falta de interés del electorado por contestar fielmente hacen que el examen cuantitativo sea inadecuado para analizar la complejidad de las decisiones populares. Cada una de las elecciones evidencia el fracaso metodológico y la necesidad imperante de priorizar en la Ciencia Política los análisis cualitativos por sobre los cuantitativos. La última elección no ha sido la excepción. Lo que todos sabemos con el diario del lunes es que el oficialismo nacional recibió un duro golpe. Perdió votos que se fueron a la izquierda clásica, que hizo una elección histórica, y perdió votos por derecha vinculados al massismo, que fueron los que posibilitaron el triunfo de 2019. Cierto es que las elecciones de medio término vienen siendo esquivas al peronismo desde 2005, con preeminencia del “voto castigo” por sobre la reafirmación del rumbo elegido en las elecciones presidenciales, de las cuales el peronismo solo perdió una desde 1999.

La lista de responsabilidades y culpas se extiende en el fragor de la derrota. Las acusaciones y señalamientos están a la orden del día en la interna oficial y algunos chispazos logran llegar a los medios formadores de opinión. Alguien dijo alguna vez que las reacciones tras una derrota constituyen una segunda derrota, por eso es conveniente ser racional, contener emociones, analizar el sentido del voto, delinear soluciones y cambios de rumbo, pero por sobre todo no enojarse con el o la votante. No sirve asustar, ni alertar, ni etiquetar: es contraproducente a los fines de reconstruir el nexo de confianza entre el pueblo y sus representantes. No digamos que tal cosa o tal otra no pueden pasar en Argentina: trabajemos para que no ocurran. Existen sobradas experiencias en la política mundial de que suceden cosas inesperadas, algunas buenas, pero también de las otras.

Es notorio que el discurso de combate a la pandemia desde la política sanitaria y la compra de vacunas ha sido, de mínima, poco eficiente. Los oficialismos en todo el mundo han perdido en las urnas, incluso habiendo asumido políticas responsables en cuanto al cuidado de la vida por sobre los intereses del capital. En Argentina, el desgaste que supuso combatir una pandemia inédita en medio de una espectacular crisis económica ha dificultado la recuperación que recién ahora, tras dos años de gestión, comienza a palparse.

La épica de la reconstrucción que convirtió al kirchnerismo de los primeros años en una fuerza poderosa no ha podido ser replicada por Alberto Fernández, por la simple razón de que los resultados económicos aún son intangibles en el bolsillo del ciudadano de a pie. El discurso del gobierno, en este contexto, también resulta gastado. La constante tentación de tomar los atajos posmodernos muestra la imposibilidad de transformar los problemas de fondo. La capacidad transgresora que Kirchner añoraba ya no habita más en las necesarias luchas en materia de género, ni en los igualitarismos, sino que está latente en la insatisfacción económica tan vívida en la cotidianidad de las mayorías populares y de la clase media. La necesidad imperiosa de producir políticas focalizadas que se apliquen raudamente no solo deja en segundo plano a los problemas generales, sino que produce un desgaste en las propias herramientas de igualación y en los avances en materia de nuevos derechos ciudadanos. No generar nuevos derechos, sino hacer cumplir los ya existentes, es una idea cada vez más extendida en las clases medias, pero también en las clases populares.

Hoy solo vale redoblar esfuerzos en la gestión y reorientar la discursividad política sobre la agenda de los problemas importantes que siguen sin resolverse. Las discusiones de parte, los esencialismos y la retórica asistencialista y plebeya pueden esperar. Las minorías deben ser incluidas en la agenda de las mayorías, pero la agenda del gobierno no puede ser la de las minorías, porque corremos el riesgo de que nuestros apoyos también se vuelvan minoritarios. Hoy más que nunca gobernar es crear trabajo.

Recuperar a la juventud es recuperar la rebeldía, renegar del sistema y confrontar con los poderes fácticos. Hoy los pibes y las pibas no ven rebeldía en el kirchnerismo: lo ven como parte del sistema. Debemos crear un horizonte de expectativas que proyecte a Perón hacia adelante. Hay aún muchos y muchas jóvenes progresistas, comprometidos, pero hay que salir a buscarlos, interpelarlos y nunca subestimarlos.

Si en los años noventa Zygmunt Bauman hablaba de modernidad líquida, hoy la sociedad líquida vive dentro de una licuadora, sin que nadie sepa qué sustancia caerá en el vaso. Es nuestra labor militante reencauzar la Patria en un camino común, en torno a los valores históricos del peronismo, pero con las formas del siglo XXI. Interpelar es comprender, y comprender es respetar. No imponer nuestra mirada sobre la historia: fomentar su reescritura en base a valores de igualdad.

Debemos dejar de abonar la idea de que los políticos son una casta privilegiada que se preocupa por cosas superfluas frente al desconcierto y a la incertidumbre generalizada. No ayudemos más a los sectores antisistema, no cometamos errores no forzados, cuidemos las formas y el fondo.

Hemos salido de cosas peores. Curamos las heridas de los años de plomo con Memoria, Verdad y Justicia. Fuimos y somos ejemplo en el mundo por el valor y el coraje que pusimos para esa reparación. No hay que enojarse, hay que construir, trabajar y hacer los cambios que sean necesarios, aunque incomoden. Porque si este gobierno no los hace, los hará otro, pero también los cambios serán otros.

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