¿Al fin de la cuarentena la nueva “normalidad” será normal?

Cuando volvamos a “la normalidad” después de la cuarentena y apaciguada la pandemia, ¿será la misma normalidad que antes?

El pánico tiene una potencia negativa muy grande, pues disuelve los vínculos sociales y afectivos preexistentes y genera otros vínculos –u otra forma de vincularse– que aún no conocemos. Europa no fue la misma después de las guerras mundiales, ni el mundo fue el mismo después del 11 de septiembre. Y esta pandemia tiene el mismo efecto disolvente, o podría tenerlo. El Espíritu, como decía Hegel, debe recuperar su función reparadora.

Los psicoanalistas están más preocupados por las consecuencias del pánico y la neurosis que por la pandemia. La mala salud es también una consecuencia del pánico, porque el miedo sin pausa degenera los umbrales normales de estabilidad emocional, corroyendo las defensas naturales. La cuarentena nos deprime porque somos seres territoriales y sensitivos. Nuestro “territorio” o “espacio existencial” no es sólo nuetro hogar: también lo son los sitios que frecuentamos, las casas de nuestros amigos, nuestro bar predilecto, etcétera. Cortadas las alas, el territorio se ve invadido y la desesperación por recuperarlo es instintiva.

Nuestra calidad sensitiva nos impulsa emocionamente a ver a los otros en persona: gestos, miradas, abrazos, modos de andar y demás atributos de la personalidad. El contacto interpersonal reducido a medios remotos –desde el teléfono hasta las teleconferencias– desarticula los entramados afectivos que nos mantienen motivados con el trato personal. Asimismo, los encierros de 24 horas los 7 días de la semana generan rispideces y malos entendidos: eso explica que haya aumentado la violencia intrafamiliar, los femicidios y el destrato doméstico.

Al ser seres gregarios, nos resulta indispensable “agregarnos” y frecuentar grupos afectivos y sociales que no son solamente los convivenciales. Es probable que, finalizada por completo la larga cuarentena, comencenos a vincularnos de otros modos. La sensación de vulnerabilidad y acechanza de una inminencia letal acaso nos disponga ante al otro de una manera recelosa, suspicaz, distante. Las sociedades se irán reconformando en sus aspectos más sutiles de modo muy lento. Los viajes frecuentes a sitios remotos tal vez se vean como un modo de peligro, pues el recuerdo de la pandemia y el temor a que pueda haber generado daños permanentes, o circulación aérea e indeterminada del virus, hará inquietante cada viaje.

Vivimos la cuarentena lo mejor que podemos, pero cuesta acostumbrarse a esta nueva realidad, una especie de no-tiempo de distancia y extrañeza con los otros. Somos ahora ajenos a la vida social, y “ajeno” es una terrible palabra latina, “a-ienus”, que literalmente significa “alienado”. Así vivimos, lo mejor que podemos, si acaso podemos.

 

Daniel E. Herrendorf es presidente del Instituto Internacional de Derechos Humanos, Capítulo para las Américas – www.iidhamerica.org.

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