Un viejo renovador

Antonio Cafiero era el hombre indicado para ese momento: el peronismo había perdido por primera vez una elección presidencial y corría el riesgo de disolverse entre sus propios conflictos y un promisorio “tercer movimiento histórico”. A los 61 años, tenía una vida consagrada al movimiento y era necesario asumir la novedad conservando la tradición. En 1984, actualizando una fórmula del último Perón, planteó la institucionalización de la lucha por la idea mediante el voto directo de los afiliados y las afiliadas justicialistas para elegir autoridades, candidatas y candidatos. Un cambio metodológico para recuperar los viejos principios. En 1985 demostró que en la dinámica electoral se construye la mayoría popular y un año después, en el debate parlamentario sobre la deuda externa, sostuvo la propuesta de la CGT de crecer con justicia social para pagar.

En el año que va desde la campaña para gobernador bonaerense de 1987 y las internas presidenciales de 1988, Antonio Cafiero conoció una victoria que parecía consagratoria y una derrota que parecía jubilarlo. La renovación devoraba a su líder. Sin embargo, le quedaba cuerda para rato. Durante los siguientes 20 años Antonio Cafiero fue un animador permanente del debate doctrinario sobre las razones peronistas, promoviendo la pregunta abierta por el futuro antes que la respuesta cerrada, las proyecciones y las propuestas antes que los diagnósticos inmodificables, convocando a la participación de artistas, intelectuales, profesionales y técnicos de todas las edades y de las más diversas corrientes del movimiento.

A cien años de su nacimiento, desde una ventanilla eterna de terminal de ómnibus este militante incansable nos recuerda que el peronismo es un pasaje para viajar desde las necesidades hasta la realidad efectiva de los derechos.

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