Huellas inolvidables de Antonio Cafiero

El centenario de su nacimiento me pone frente a dilemas insalvables: tener que seleccionar la huella de mayor relieve de sus múltiples intervenciones históricas que compendian su vida política. ¿Qué destacar de un hombre cuyas cualidades lo constituyeron en una referencia ineludible para propios y extraños durante décadas? Mi empeño será, seguro, pequeño frente a la estatura enorme que hoy honramos. En momentos difíciles, de crisis de identidad del Justicialismo, siempre recomendaba tornare al segno: volver a la bandera. Predicando no solamente la lucha agonal de la política, sino su aspecto arquitectónico, que consagró como “lucha por la idea”. Su militancia la practicó incansablemente y legó a nuevas generaciones una continuidad de acontecimientos fundacionales de nuestra historia que lo tuvieron como protagonista cada vez más encumbrado.

En su génesis política siempre se menciona su experiencia temprana de gobierno como la persona más joven que acompañó al general Juan Perón en sus gabinetes, después de su militancia estudiantil en el humanismo cristiano. Una ética presente durante toda su vida. Conoció desde muy temprana edad los sinsabores de la política. La persecución, la cárcel bajo dictaduras y también la difamación. Pero sus convicciones alimentaban su rebeldía y el abandono de situaciones cómodas. Para él y su numerosa familia. Un hijo que de chico lo había visitado en su primera prisión, luego, siendo ya un joven, durante la dictadura del Proceso lo volvió a visitar en la cárcel y le dijo: “papá, ¡otra vez!”.

Su obstinación por distintas causas de convicción y responsabilidad también llegó después de la primera derrota electoral frente a Raúl Alfonsín. Inmediatamente se puso al frente de la Renovación Peronista para reencauzarlo como renacimiento de la fuerza gravitante que tuvo en nuestra historia hasta el presente. Gobernó la provincia de Buenos Aires y competió por la presidencia de la Nación, perdiendo frente a Carlos Menem. Dejo de lado su permanente presencia en otros aspectos de su vida pública. En el entierro de Alfonsín se lo invitó a hablar y con grandeza dijo: “He tenido dos maestros en mi vida política: el general Perón y Raúl Alfonsín”. Hito que se forjó en su acompañamiento, junto a otros dirigentes peronistas, durante la asonada de los “carapintada” en 1987, sin calcular los costos políticos que debería pagar.

Hoy la figura de Cafiero se enhebra con la historia de los últimos 60 años de nuestra Nación. La preocupación por la grandeza: siempre trabajaba sobre esa idea de grandeza que podía ejercitarse a través de los principios del fundador del Movimiento Justicialista, Juan Perón. La política en su concepción era un arte simple que consiste en la ejecución. Acción que también conjugaba con la observación y el estudio. La acción no nace directamente de la reflexión, pero está ligada a ella para tener un rumbo. Un destino histórico, inseparable de errores, pero siempre comprometido con intensidad, responsabilidad y entrega.

Fue un líder político que –como dije– razonaba antes de actuar. Le preocupaba el desperdicio que las generaciones futuras tendrían que pagar, y no solamente por el cuidado de la vida, el ambiente y los recursos en un tiempo de cambios acelerados que imponían el ideario de la unidad, la solidaridad y la organización. Era pensamiento político y conducta ejemplar y orientadora. Cuando en 1988 algunos le aconsejaban no someterse a elecciones internas, Antonio honró los acuerdos y el desafío de la democratización para la nueva etapa. Compitió y perdió.

También me resulta difícil usar la tercera persona como estilo biográfico. En todos esos acontecimientos hay rasgos destacables, muchos de los cuales he vivido junto a su inolvidable figura. Aquí dejo de lado mi formación periodística para adentrarme en muchas jornadas de conversaciones, giras, campañas y otros rituales políticos, aspectos significativos que rememoro. Uno de esos primeros recuerdos –por lo burdo– me remite a cuando Antonio era ministro de economía de Isabel Perón: un diario platense publicó lo que hoy llamaríamos fake news u “operación política”. La “noticia” decía que desde el gobierno me habían encargado como misión que le pidiese su renuncia. Era completamente falso y ridículo. Yo, un funcionario menor, realizando esa acción contra un grande ya entonces, con una inmensa trayectoria.

Los aportes de Cafiero a nuestra vida nacional son innumerables. Desde la Patria y el Movimiento, y con otras y otros dirigentes propios y ajenos. Siempre se observaba el respeto y la atención que le deparaban, tanto en auditorios nacionales como internaciones.

Vivimos en una época en la que la política no nos da demasiadas alegrías y, el que más o el que menos, si somos sinceros, tenemos la sensación de que en muchos casos se dejan los ideales por un negocio rentable, recurso que busca el enriquecimiento personal a través de los cargos. La naturalización de la corrupción, el narcisismo, la falta de respeto al ordenamiento jurídico, el mal uso del poder o la capacidad actual de retorcerlo hasta que encaje en los esquemas propios de quien lo ostenta a voluntad y capricho, han conducido a la decepción y a la desilusión ciudadana generalizada con elites, cuyo quehacer –salvadas dignas excepciones– promueve el desinterés de una comunidad que no se organiza en acciones, interacciones, vínculos y credibilidad institucional, y la desinformación, la falta de sentido crítico. Lleva también a no distinguir entre el bien y el mal para el conjunto en la búsqueda de la verdad. Sin darnos cuenta, creyéndonos libres, en realidad somos esclavos. Antonio no era condescendiente con este estado de cosas. Como buen peronista buscaba el equilibrio, la justicia entre la realización personal y el interés colectivo. Estamos más que de vuelta de imágenes manidas y artificiales, de dirigentes que tamizan su falta de preparación y formación, y su consiguiente carencia de argumentos, a través de la labor de sesudos asesores que les preparan discursos plagados de giros efectistas, de marketing televisivo y discursos insustanciales. Antonio tenía la visión y la capacidad propia de un estadista, que mucho se reclaman por la ausencia de este tipo de gobernantes. Porque a él le gustaba informarse y escuchar puntos de vista disímiles que fueran recursos para tomar las decisiones al que un verdadero jefe político siempre debe recurrir.

La palabra cubre un recorrido, circula entre quien la enuncia y quien la recibe. Meditando, y según las circunstancias, su mensaje recuperaba para el discurso político la comunión entre dos. Y lograba electrizar persuasivamente, con argumentos. Fuesen o no seguidores de sus ideas para nuestro país.

Antonio perteneció a una generación que creció en un contexto diferente al hoy reinante. Le tocó una época –no tan lejana– en la que la percepción social de la política era bastante diferente, y lo era porque la “cosa pública” estaba habitada por políticos de raza que anteponían el interés general al propio. Que creían de verdad que con su labor eran capaces de mejorar la vida de todos. Ofreciendo diálogo y concordia. Sentían posible romper los esquemas previos de ruptura social para ofrecer diálogo de verdad. Cafiero incumbió a una época en la que dirigentes políticos y políticas se colocaban generosamente en la primera línea de trincheras para construir la democracia que va a cumplir 40 años ininterrumpidos, la que ahora disfrutamos aun enfrentándonos a realidades difíciles. Y aunque parece que se trata de una especie en extinción, los derroteros de la vida a veces nos ponen delante ejemplos actualizados de estas actitudes vitales, que sienten que la política no es un negocio particular, sino una vocación, la vocación por excelencia, la de las elegidas y los elegidos para servir a los demás. Personas que hacen de esa meta su norma de vida, desde el trabajo constante, la mesura, la coherencia, la responsabilidad, la razón y la inteligencia. Eso fue Antonio Cafiero durante su vida. Los ciudadanos normales sabemos reconocer a esta clase de políticos, “de raza”, apoyándolos cuando tenemos la oportunidad de hacerlo. Sería venturoso tener muchos Antonio Cafiero en nuestro futuro próximo. A todos nos preocupa que nos representen personas capacitadas, trabajadoras y entregadas al desempeño de su quehacer, que crean en su misión. Más allá más allá de sus diferencias partidarias.

Antonio Cafiero combinaba equilibradamente unidad, sin fanatismo, con pasión, porque por encima de todo estaba en juego la grandeza de la Argentina. Pocas veces se enojaba, era una personalidad tolerante y con buen humor. Le gustaba recorrer las calles y escuchar a nuestro pueblo, preocupándose por sus carencias. Disfrutaba de la lectura, la escritura, la conversación y hasta el cine, al que concurría al menos dos veces por semana. En una sola ocasión lo vi enojado. Fue cuando por carta le contestó a un compañero que había presagiado el final del peronismo. Inmediatamente le dedicó una carta sonora.

Entre otras cuestiones, le gustaba influir en los contextos de enfrentamientos internos. Durante décadas, cada cumpleaños se convertía en un acontecimiento esperado y destacado. En una ocasión puso en la puerta de entrada dos armaduras a modo de urnas, para que se expresasen las y los concurrentes como peronistas o kirchneristas. Todo en un clima de compañerismo. Invitaba a funcionarios y funcionarias, y también a quienes atravesaban un eclipse por el oficialismo partidario de turno. Literalmente, en los últimos años cada “carpa” de fiesta por su cumpleaños podía albergar personalidades que hubiese sido difícil imaginar fuera de ese territorio de pax peronista que se marcaba en su casa.

Cuando era oficialmente su vocero, me encargaba cada quince días que recorriera librerías especializadas en pensamiento político o disciplinas sociales y le sugiriese títulos y autores para actualizar su pensamiento. Cafiero fue el último político que leía mucho, y se comunicaba con amigos y adversarios mediante intercambio epistolar. No olvido que, muy próximo a un fin de año, convocó a un grupo en su casa para discutir de filosofía política. Así era Antonio en la inquietud de sus costados intelectuales. Con igual entusiasmo podía organizar “picaditos” de fútbol, con arcos identificados cada uno con los colores de Boca Juniors y River Plate. Otro costado ocurrente del inolvidable Antonio Cafiero. Un verdadero compañero y líder.

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