Antonio Cafiero: el líder que renovó el peronismo

En momentos en que me cuesta definir con precisión qué es el peronismo en la actualidad y cuál es su proyección futura, la ausencia física de Antonio Cafiero se me hace más notoria y su mensaje póstumo se vuelve presente en mi memoria.

El punto de ruptura que significó la muerte de Perón y la dictadura militar que irrumpió dos años después marcaron un quiebre en la historia del país y el comienzo de la noche más oscura, fundamentalmente para el pueblo peronista, que en poco tiempo sufrió la pérdida de su líder, la desaparición de miles de compañeros y compañeras y la extensión de una dura represión contra toda manifestación política que identificara su pertenencia al movimiento fundado en 1945. Tras la caída del régimen militar, la vuelta a la democracia estuvo garantizada por la vocación republicana de una generación de hombres y mujeres de distintos partidos políticos del campo popular que asumieron la responsabilidad de conducir por buen camino el final de la dictadura y el retorno a la Constitución y al Estado de derecho.

Entre aquellos demócratas estuvo Cafiero, reafirmando una vocación política que abrazó desde el nacimiento del peronismo, que con 29 años lo llevó a ser ministro de Comercio Exterior en el segundo gobierno de Perón y que después de 1955 tuvo su bautismo de lucha en la resistencia que posibilitó el retorno del General al país, tras 18 años de exilio. Ya fallecido Perón, en 1975, Antonio fue designado ministro de Economía por la presidente María Estela Martínez de Perón. 

Toda esa experiencia –que combina las oficinas gubernamentales con la lucha y la prisión política, el haber vivido momentos gloriosos de la historia nacional y padecido el rigor de las dictaduras– Cafiero ya la traía en sus alforjas cuando a mediados de la década del 80 se puso al hombro la tarea de rescatar al Partido Justicialista de su primera derrota electoral en 1983. A través de la Renovación Peronista reformuló los principios doctrinarios, en un proceso interno comparable con la Actualización Política y Doctrinaria para la toma del poder que el propio Perón había expuesto desde el exilio, en 1971, en una conferencia que nos llegó en forma de película y que se exhibió clandestinamente en todo el país.

La Renovación Peronista –a la que adherí fervorosamente junto con miles de compañeras y compañeros ávidos de ese aire fresco que vino a democratizar la vida interna del justicialismo– también fue la herramienta ideal y oportuna para viabilizar un demorado trasvasamiento generacional que –tal como recomendaba Perón– no tiró a ningún viejo por la ventana, sino que recuperó la experiencia desaprovechada e incorporó a un sector importante de la juventud que había sido marginado por la antigua dirigencia. Cafiero fue el conductor nacional de una cruzada que en las elecciones de medio término de 1985 ya dio señales de un renacimiento justicialista, y en las provinciales de 1987 permitió la recuperación de gobiernos tan gravitantes como el de Buenos Aires, donde asumió como gobernador.

Personalmente, fue en esa etapa cuando tuve la oportunidad de colaborar desde el Ministerio de Economía provincial, en un gobierno que tuvo un gabinete brillante, con objetivos políticos que estuvieron planteados desde la incorporación de instrumentos novedosos, como la descentralización administrativa, el fortalecimiento de los municipios y el acercamiento de los organismos gubernamentales a la comunidad, para hacer más participativa la gestión y mantener una comunicación más estrecha con la población.

Tanto en la conducción política de la Renovación Peronista, como en la tarea de gobernar la provincia, Cafiero tuvo la virtud de incorporar al pensamiento justicialista una visión más moderna del país y del mundo, acercar nuevas formas de gestión y de administración, abrir canales más directos de comunicación interna y externa, y establecer los lineamientos de una expansión regional que por aquellos años tuvo en la creación del Mercosur una instancia estratégica para nuestro país y los países vecinos. En todos los niveles y en todos los ámbitos donde le tocó actuar, el sello distintivo de Cafiero fue su capacidad para sintetizar la concepción fundacional nacida en los principios doctrinarios del justicialismo, con la mirada siempre abierta a la incorporación de nuevas propuestas y otras visiones capaces de enriquecer esa idea primogénita.

En toda la obra y en todos los servicios que Antonio Cafiero le aportó al peronismo, creo que hay una virtud rectora que lo distingue para siempre: la capacidad para liderar una acción renovadora que, lejos de desvirtuar o deformar los pilares ideológicos del justicialismo, los fortaleció con el objetivo siempre claro de construir una patria justa, libre y soberana.

Atesoro en mi memoria y en mi corazón vivencias que la vida política me permitió compartir con uno los grandes constructores de la rica historia de nuestro movimiento.

Share this content:

Deja una respuesta