Ni una menos, ni una muerta más

Ni Una Menos es el emblema de las marchas que cada 3 de junio se realizan en todo el país para pedir el fin de la violencia patriarcal y machista. Una deuda pendiente de la democracia que asola a la sociedad nacional y mundial. El 3 de junio de 2015 una multitud ganó las calles bajo la consigna “Ni Una Menos. Ni Una Muerta Más”, tras el femicidio de Chiara Páez, una niña de 14 años, en la localidad de Rufino, Santa Fe. Ese día el clamor fue colectivo, consciente, organizado, que permanece, se consolida y expande en nuestro país y traspasa las fronteras. La Organización Mundial de la Salud considera a la violencia de género una “pandemia oculta”.

Hoy en esa consigna confluyen demandas más complejas y diversas que generan un movimiento imparable. A partir de entonces y hasta ahora han cambiado muchas cosas. En nuestro país se incorporaron a la Constitución Nacional las más importantes convenciones internacionales que consagran derechos de las mujeres. En casi toda Latinoamérica las leyes han incorporado el delito de femicidio con sanción penal específica y agravada; se han creado tribunales y fiscalías especializadas y registros de violencia de género; se sancionaron leyes de protección integral de las mujeres, entre otras medidas. En Argentina tenemos ley de identidad de género y matrimonio igualitario; ley Brisa para reparación económica a hijas e hijos de mujeres asesinadas; ley Micaela para formación obligatoria en género en todos los poderes del Estado; y tantos otros logros normativos e institucionales. El avance es significativo, cuantitativo y cualitativo. Sin embargo, los femicidios, siguen asolando a la sociedad. Durante el 2021 se cometieron un total de 251 femicidios, entre ellos 20 vinculados y 5 trans-travesticidios, según el trabajo del Registro Nacional de Femicidios de la Justicia Argentina realizado por la Oficina de la Mujer de la Corte Suprema de Justicia de la Nación.

¿Cómo surgió el movimiento Ni Una Menos? Desde la primera marcha aparece el cambio de paradigma, posible por la fuerza transformadora del movimiento feminista que se vino gestando durante décadas y ahora se consolida en las calles. Este proceso obliga a pensar cómo seguir, hacia dónde dirigir esta energía que cuestiona el esquema patriarcal de poder. La energía debe alcanzar y reconfigurar un nuevo y superador sistema de administración de justicia. Esta reforma se hace cada vez más ineludible. Tal como está, resulta vetusto e ineficaz para cumplir cualquiera de las funciones que se le han asignado por las leyes. Su estructura y dinámica lo hacen incapaz y disfuncional para administrar justicia en estos conflictos.

Hay un profundo contraste entre la vida social, con sus nuevos paradigmas y reclamos, y la respuesta de los tribunales, estática y detenida en un tiempo ya pasado. La reforma judicial es imperiosa e ineludible, en la medida de la ineficacia y la ineficiencia de la lógica de actuación de un sistema corporativo, críptico y oscurantista, cerrado sobre sí mismo, cuya centralidad está puesta en el ejercicio de poder y no en la prestación de un servicio público. Las reformas que debemos pensar para la justicia tienen que estar atravesadas por un enfoque de género, cuya falencia actual impide intervenir e impartir justicia en un mundo desigual, con asimetrías consolidadas y naturalizadas. Se debe institucionalizar una nueva administración de justicia y reconfigurar su actuación en los casos que involucran violencia de género, hoy con altos índices de ineficacia e impunidad y con desamparo real de las mujeres, víctimas de un sistema que desoye o cuestiona sus declaraciones y no protege adecuadamente la vida de las víctimas.

El enfoque de género exige pensar el fenómeno de violencia de género en todas sus dimensiones, incluyendo estrategias para abordar todas las cuestiones involucradas: actos de violencia contra las mujeres; femicidios; delitos sexuales; violencia intrafamiliar, laboral, institucional, política u otra modalidad; violencia contra las mujeres en el crimen complejo y en las organizaciones de narcotráfico o de mercados ilícitos; violencias sufridas por las mujeres en los crímenes de lesa humanidad; entre otras. No se puede pensar una democracia paritaria sin un sistema efectivo y eficaz de justicia con enfoque de género.

Es cierto que la problemática es vasta y compleja. Para prevenir y erradicar esta pandemia que azota a la humanidad en todas las geografías, debemos involucrarnos y sumarnos, para liberar a la sociedad de la violencia que produce víctimas fatales, destruye familias, siembra desolación y produce inseguridad y sufrimiento en la vida de muchas personas. Unidas, comprometidas y organizadas, con convicción, contribuiremos a hacer del mundo un mejor lugar para todas las personas.

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