Mujeres sin miedo, un trabajo en proceso

Crear condiciones favorables para que las mujeres se realicen plenamente y exploten al máximo su potencial es, sin dudas, una de las más duras batallas que ha encarado el feminismo actual.

La permanente amenaza, el riesgo cierto y el daño efectivo sobre la seguridad, la libertad, la salud y la vida de la mujer –en el más amplio de los significados– llevó al sentimiento y la lucha feminista a alcanzar el gran protagonismo en la opinión pública que, sin dudas, históricamente ha merecido, instalándose fuertemente tanto en el debate cotidiano, como en la agenda de los gobiernos y las corporaciones.

En lo personal, mi relación con la lucha feminista ha ido variando: primero desde la negación del problema a la comprensión de un sentir ajeno. Luego, el sentimiento de empatía con “aquellas víctimas”, hasta –finalmente– lograr reconocer, identificar y comprender distintas situaciones de la vida cotidiana que todas sufrimos, llegando así a sentirme parte de esa lucha.

En todo el mundo las mujeres estamos escasamente representadas en los altos cargos gubernamentales, políticos y judiciales, como así también en altos cargos corporativos y en tantas otras esferas laborales privilegiadas. Nadie puede negar hoy que esta dificultad para acceder a puestos de liderazgo no proviene de diferencias “naturales” con los hombres, sino más bien se debe a prácticas sociales discriminatorias profundamente arraigadas: se ha pretendido en base a prejuicios que los hombres se encuentran mejor capacitados para asumir posiciones de liderazgo, acudiendo para ello a infundados preconceptos, vinculados, por ejemplo, al “natural” rol de la mujer como madre o como encargada de la casa y la familia. Esto condujo al establecimiento de una innegable y comprobada brecha salarial frente a idéntica labor, el “techo de cristal” o la “exclusión” de las mujeres en los segmentos más privilegiados del mercado laboral.

Las consecuencias de los estereotipos de género no se pueden subestimar: muchas mujeres, ante la más mínima desviación de la norma del deber ser patriarcal, dejan de sentirse “mujeres correctas” y comienzan a sentir cierta aversión por su sentir, por su desear y por su querer, limitándose en su desarrollo, su programa y su proyecto personal. Estamos perdiendo así mujeres potencialmente brillantes por estas limitaciones impuestas o autoimpuestas en base a prejuicios.

No se trata simplemente de darnos el ímpetu para pelear contra “un mundo masculino”, cual si fuera una simple lucha de mujeres versus hombres: es una interpretación que busca menospreciar el verdadero sentido de nuestra lucha. El feminismo es mucho más que una simple elección racional: es un verdadero imperativo, si realmente deseamos, luchamos y queremos un mundo más digno, más equitativo, más justo y más humano. Con igualdad de oportunidades. No queremos un feminismo defensivo, sino de construcción, orientado a que cada vez veamos más ingenieras, economistas, arquitectas, emprendedoras, políticas, socias, gerentas, directivas, futbolistas… luchadoras feministas. Queremos una filosofía en constante evolución que produzca nuevos pensamientos y nuevas ideas, sin prejuicios ni límites infundados. Sin miedo, sin dudarlo, sin permitir que nadie nos relegue a un nicho, sin nadie que nos menosprecie: existamos, resistamos, y no dejemos de luchar.

 

Patricia Andrea Grancelli es abogada.

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