Mujeres, postpandemia y vulnerabilidad ambiental

Entre las consecuencias que la pandemia del COVID-19 ha dejado, debemos destacar que evidenció aún más el problema histórico de desigualdad en el que se encuentran los barrios populares, sobre todo los del Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA), en lo referido a las condiciones de vulnerabilidad ambiental.

Las ciudades plasman, en forma de fragmentación espacial, injusticias territoriales que implican graves problemas –como la contaminación de aire, suelo y agua, el hacinamiento, la falta de acceso a equipamientos de salud y educación públicos, servicios e infraestructura básicos, agua corriente, cloacas, trasporte público, etcétera– que vulneran los derechos ambientales de la población con menores recursos: la población de los barrios populares.

Como venimos señalando en otras publicaciones (Quiroga, 2020), esta población se enfrenta a injusticias en el acceso a un hábitat digno, y si bien es cierto que en el tejido social mujeres y hombres son considerados en interacción, importa aclarar que un tercio del total de los hogares de estos barrios está a cargo de mujeres, y que el porcentaje de hogares monoparentales de jefatura femenina que se encuentran debajo de la línea de pobreza duplican a los hogares biparentales.

En los barrios populares, más que en otros, las mujeres han hecho frente en los últimos años al deterioro de las condiciones de vida y a la baja del poder adquisitivo de los hogares. En general, forzadas por la necesidad de ingresos, participan cada vez más del trabajo informal, asumiendo también responsabilidades tanto domésticas como comunitarias. Son enfermeras, cuidadoras de personas mayores, trabajadoras domésticas, además de estar a cargo de la atención de comercios de primera necesidad, a la vez que son responsables de satisfacer otras necesidades familiares, como el cuidado de niños y niñas. Del mismo modo, asumen responsabilidades para con la comunidad como gestoras de las actividades colectivas, tales como merenderos o comedores. Estas tareas no son excluyentemente femeninas, pero suelen reproducir la división sexual del trabajo que se da dentro de los hogares, y en este sentido afirmamos que en los barrios populares coinciden vulnerabilidad ambiental y desventajas de las mujeres.

Si bien en este articulo no profundizaremos sobre cuestiones de género, coincidimos con Falú (1998) cuando señalaba que “las injusticias territoriales, desde el territorio cuerpo, al de la casa, el del barrio, el de la ciudad; estas distintas escalas donde se expresan los problemas no son iguales para los hombres que para las mujeres, ni para los cuerpos disidentes y la diversidad”. Estas desigualdades se fundan asimismo en una construcción ideológica patriarcal, en la que el espacio urbano se constituye bajo la oposición entre espacio público y privado, reforzando roles y estereotipos de lo masculino –espacio público– y lo femenino –espacio privado– en la ciudad, que tiene su correlato empírico en las desigualdades señaladas. Y, como señala Villagrán (2014), “espacio y lugar tienen gran relevancia en la construcción social de las identidades de género de acuerdo a variaciones geográficas”.

 

La desigualdad con nombre propio

Retomando el problema de la vulnerabilidad ambiental, sabemos que en el contexto de pandemia se agravaron todas las inequidades. Por eso haremos aquí algunas breves reflexiones que buscan poner en evidencia la necesidad fundamental de incluir siempre la dimensión de género, tanto en el debate como en la práctica ambiental. Para esto es primordial que reparemos en otro tipo de desigualdad, una desigualdad que tiene nombres y apellidos: la que se puso de manifiesto con las muertes de Ramona, líder popular de la Villa 31 de CABA; de Carmen Canaviri, coordinadora del merendero comunitario Lucecitas del Sur del Bajo Flores, a causa del COVID-19 durante el 2020; y de tantos otros casos que no han sido reflejados en los medios. Muertes de mujeres que han estado en la “avanzada” del trabajo comunitario en los barrios durante la pandemia. Es interesante leer el informe sobre el impacto de la pandemia sobre mujeres en situación de vulnerabilidad, realizado por el CONICET a fines del año 2020 (Bidaseca et al, 2020)

Estas muertes muestran no solo los riesgos ambientales a los que están expuestos los habitantes de los barrios populares, sino también que estos problemas afectan de manera desigual a hombres y mujeres, debido a los roles sociales que desempeñan.  La pandemia señaló la necesidad de abordar las asimetrías de género en relación a las políticas de mejoras del hábitat con urgencia, dado que, si bien la legislación enuncia la igualdad, en la práctica mujeres como Ramona y Carmen no solo hacen frente a la desigualdad de la pobreza, sino que afrontan más dificultades que otras mujeres para ser escuchadas en ámbitos institucionales, porque poseen menos herramientas para conseguirlo.

Una dimensión básica a tener en cuenta para disminuir la vulnerabilidad en este caso es escuchar las voces de estas mujeres en la toma de decisiones a nivel local, particularmente cuando se trata de políticas de vivienda y saneamiento. Y si bien reconocemos el gran esfuerzo que vienen realizando los distintos niveles de gobierno para poder dar respuestas a estos problemas, lo cierto es que aún falta brindar a las mujeres herramientas que les permitan superar esta situación de inequidad que la pandemia ha dejado mucho más expuesta.

 

Referencias

Bidaseca K et al (2020): Diagnóstico de la situación de las mujeres rurales y urbanas, y disidencias, en el contexto de COVID-19. Buenos Aires, CONICET-MMGD-MCTI.

Falú A (1998): Propuestas para mejorar el acceso de las mujeres a la vivienda y el hábitat. Quito, CONAMU-BID.

Quiroga MS (2020): “El AMBA en Pandemia”. Viento Sur, 21, UNLa.

Villagrán PS (2014): “Patriarcado y orden urbano. Nuevas y viejas formas de dominación de género en la ciudad”. Revista venezolana de estudios de la mujer, 42.

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