Un alegato desesperado

I

La unión de las naciones latinoamericanas ocupa un lugar central en la obra intelectual de Manuel Ugarte (Buenos Aires, 27 de febrero de 1875-Niza, 2 de diciembre de 1951), en especial, en cuatro de los libros que la conforman: El porvenir de la América Latina, La Patria Grande, Mi campaña hispanoamericana y El destino de un continente. Según este autor, la desunión continental no constituye la obra del azar, sino la consecuencia directa de la conducta desarrollada por las naciones que lo conforman. “El peligro reside para una colectividad, más que en las amenazas que la acechan, en las debilidades que la roen. Los pueblos perecen por su propia imperfección, como los objetos caen por su propio peso, y las guerras desgraciadas, las derrotas económicas y los reveses históricos, no son a menudo más que resultados y comprobaciones palpables de una inferioridad anterior a ellos. De suerte que lo que los latinoamericanos pueden temer no es la codicia de los demás, sino su blandura para vivir –nos explicaremos mejor–, su inaptitud para contrarrestar la invasión de otras vidas” (Ugarte, 1911: 89). Tal conducta tiene como escenario a un mundo que asiste al surgimiento de métodos de dominación que no presentan las características de los que están vigentes. “Los viajantes de comercio, los representantes de industrias, los placiers que diseminan por el mundo el excedente de producción de un pueblo, acabarán por ser en cierto modo mañana los mejores agentes diplomáticos, y la fiebre manufacturera que devora a los grandes países habrá dado entre tantos resultados lamentables uno feliz, al reducir las probabilidades de matanza, para imponer a los odios, todavía indestructibles, otros procedimientos. La expansión va perdiendo su viejo carácter militar. Las naciones que quieren superar a las otras envían hoy a la comarca codiciada sus soldados en forma de mercaderías. Conquistan por la exportación. Subyugan por los capitales. Y la pólvora más eficaz parece ser los productos de toda especie que los pueblos en pleno progreso desparraman sobre los otros, imponiendo el vasallaje del consumo” (Ugarte, 1911: 148).

 

II

La construcción de la Patria Grande, que no constituye una meta inalcanzable, demanda el establecimiento de una comisión que asuma el manejo de las relaciones exteriores de cada nación, de acuerdo a las leyes que sean aprobadas por cada uno de los parlamentos nacionales. “Ya hemos visto que la coordinación de las repúblicas no es un sueño irrealizable. Italia se formó con provincias heterogéneas y Alemania reúne principados que se combatieron más de una vez. Nada se opone a un acercamiento de los países nacidos de la misma revolución y el mismo ideal. Supongamos que, en una gran Asamblea latinoamericana, después de admitir la urgencia de acabar con las rivalidades que nos roen, se resuelve dar forma práctica al deseo de unión que está en la atmósfera. Imaginemos que se acuerda que cada una de las veinte repúblicas nombre delegados y que, sin rozar la administración interior, limitándose exclusivamente a nuestra fachada ante el mundo, esos representantes se erigen en comisión de Relaciones Exteriores y asumen la dirección superior y la representación externa de la raza, de acuerdo con leyes generales discutidas en los Parlamentos respectivos. ¿Quién puede sentirse lastimado? El órgano centralizador que pondría nuestro orgullo y nuestra integridad territorial a cubierto de todas las ansias, lejos de disminuir la independencia de los países adherentes, la garantizaría en grado máximo, porque al entorpecer las intervenciones dejaría a todos mayor reposo para realizar dentro de los límites de cada Estado los ideales de la democracia local” (Ugarte, 1911: 189). El establecimiento de esa comisión y, por tal motivo, de un órgano centralizador que lleve a cabo el deseo unionista, por parte de una asamblea de carácter continental que admita la necesidad de acabar con las rivalidades locales, es algo que recupera las ideas expuestas por Simón Bolívar en Carta de Jamaica, por José del Valle en Soñaba el abad de San Pedro, y por Bernardo Monteagudo en Sobre la necesidad de una federación general entre los estados hispanoamericanos.

 

III

Sin duda alguna, las naciones americanas deben dejar de observar a sus vecinas inmediatas con una actitud de recelo. Y, además, deben originar una mirada que supere el límite de los pueblos limítrofes y un espíritu que alcance el nivel de una concepción mundial. “En una república que, como la Argentina, se transforma día a día, que cobra portentoso empuje, que se eleva sin cesar hacia las cumbres, sobrevive una concepción pueril de lo que debe y puede ser nuestra acción en América. La suspicacia que en los comienzos de la nacionalidad nos llevó a observar con recelo la acción de los vecinos inmediatos, persiste, forzadamente y a destiempo, en nuestra vida moderna, como un detalle anticuado y ridículo que lo absorbe todo. El muchacho ha crecido, se ha hecho hombre, y los pantalones siguen siendo cortos. Nuestra acción es encogida, ensimismada y pequeña. Parece que la mirada no abarcase más allá de los pueblos limítrofes; parece que el espíritu no se levantase hasta una concepción mundial; parece, en fin, que sacrificásemos todo alto propósito al deseo enfermizo de crear artificialmente en América, dentro de nuestra raza, cerrando los ojos para no ver las realidades generales, una pequeña Europa de manicomio, con el fin de jugar a las grandes naciones, sin más objetivo que rendir tributo a la suprema debilidad: copiar y no adaptar” (Ugarte, 2010: 49). La asunción de tal clase de visión constituye la actitud adecuada para la contención de la influencia de una forma de civilización que, como expresión del colonialismo, procura el beneficio de la raza dominadora y la sujeción de la raza vencida. “Bien sabemos todos en qué consiste la civilización que se lleva a las colonias. Los progresos que se implantan solo son útiles a menudo para la raza dominadora. Se enseña a leer a los indígenas, porque ello puede facilitar algunas de las tareas que el ocupante les impone. Pero la instrucción se limita siempre a lo superficialmente necesario. El maestro olvida cuanto puede contribuir a despertar un instinto de independencia. Los misioneros, laicos o religiosos, infunden la resignación. Los mercaderes, que en la mayor parte de los casos son los iniciadores de la empresa, engañan y explotan con productos de venta difícil en la metrópoli. La autoridad impone una legislación marcial. Y todo el esfuerzo del pueblo civilizador tiende a mantener en la sujeción a la raza vencida, para poder arrancarle más fácilmente la riqueza que devoran los funcionarios encargados de adormecerla. Si queremos saber en qué se traduce la civilización que ofrecen los conquistadores a los pueblos débiles, interroguemos, en Norteamérica, a las tribus dispersas que sobreviven a la catástrofe; consultemos, en Asia, a los habitantes de la India, diezmados por el hambre; oigamos a cuantos conocen la historia colonial del mundo” (Ugarte, 2010: 69).

 

IV

En un mundo con dichas características, los medios de información asumen un papel fundamental en el manejo de la opinión pública. “La guerra europea nos ha hecho comprender la importancia concluyente que tiene la información para suscitar o enajenar simpatías. Nadie discute ya que la opinión puede ser inclinada, dirigida, forzada o exaltada en un sentido o en otro por la perseverancia de las indicaciones, por la forma de presentar los hechos, por la habilidad de graduar las situaciones, por la sutileza para desvirtuar sucesos contrarios, por el conocimiento de la psicología de cada pueblo, por el movimiento del timón casi invisible que se puede dar, en fin, a la verdad para que repercuta ampliamente en las conciencias y se ensanche en las almas, imponiendo determinadas direcciones colectivas” (Ugarte, 2010: 76). En consecuencia, una postura diferente y, con más precisión, una postura opuesta a la sostenida hasta ese instante, configura la disposición apropiada para la reducción de la incidencia de los acontecimientos europeos en la existencia americana. “Si observamos el desarrollo mental de nuestra América desde la emancipación y lo relacionamos con las iniciativas intelectuales y morales de Europa, comprobaremos en seguida la refracción metódica de los acontecimientos que se desarrollan en el Viejo Continente, la repercusión gradual en forma de eco vivaz, o retardando, según los casos, de cuanto allá conmueve las almas, la correspondencia misteriosa, que a pesar de estados y situaciones a veces diferentes nos hace pasar, a meses o años de distancia, por las mismas zonas ideológicas o sensitivas que torcieron o metamorfosearon la vida del otro lado de los mares. (…) Compuesto en los orígenes el primer núcleo pensante por europeos inmigrados que vivían con la cara vuelta hacia el país natal, y alimentado después en sus prolongaciones por la lectura y el ejemplo de los países de Europa, nuestra existencia ha sufrido la ininterrumpida influencia de acontecimientos lejanos que, si rebotaban hace un siglo con gran atraso, debido a la dificultad de comunicaciones, han venido repercutiendo cada vez más inmediatamente, hasta resultar casi simultáneos, en estos tiempos en que la idea tarda pocas horas para hacer la circunvalación del mundo” (Ugarte, 2010: 99). Lo expuesto en esta cita sobre la colonización cultural anticipa el análisis que Arturo Jauretche efectuará sobre dicha forma de colonización, cuarenta años después, en Los profetas del odio y La yapa.

 

V

La invasión de los mercados americanos por los artículos y los capitales que no tienen cabida en los mercados internos de las sociedades desarrolladas nos habla de una forma de dominación invisible. Frente a ella, conforme a la opinión de nuestro autor, las naciones del continente deben proteger sus riquezas petrolíferas. “En un continente enorme y en parte inexplorado, quedan riquezas infinitas que duermen en el fondo de la tierra, ignoradas hasta hoy por sus mismos dueños. Y acaso en ellas residen las posibilidades que podrían dar mañana a la América latina un contrapeso en las luchas por la posesión del petróleo. Lo que la inexperiencia sacrificó en el pasado escapa a nuestra voluntad y es cosa juzgada; pero de esa primera inexperiencia puede nacer la previsión que ayude a defender el porvenir” (Ugarte, 2010: 144). Y, asimismo, deben centralizar sus transacciones comerciales. “Dentro de la nueva política que regula las relaciones entre los pueblos, el pacto necesario entre los continentes no puede hallarse librado a la casualidad ni a las iniciativas individuales. A medida que avanzan los años, los gobiernos resultan los gerentes y los directores supremos de la producción de cada país. Las ventajas que podrían halagar transitoriamente al productor o al consumidor, haciendo vender más caro o comprar más barato, encierran a menudo un engaño y se hallan supeditadas a fiscalización especial y superior dictamen. De aquí la urgencia de subordinar en Sudamérica las vastas transacciones a una voluntad responsable o a una concepción central que las enlace dentro de planes cuidadosamente estudiados, teniendo en cuenta el equilibrio de las compensaciones. Porque en horas en que impera el sentido práctico, así como otros saben el precio de lo que les falta, nosotros debemos saber el precio de lo que nos sobra” (Ugarte, 2010: 149).

 

VI

Innegablemente, el funcionamiento adecuado de la comisión mencionada arriba y, por ende, la realización efectiva de sus fines, exige la elaboración de un plan general que preserve los intereses comunes. “Miremos por encima del momento y, en vez de multiplicar las causas de desunión, concertemos. Que la nación extranjera que lastime a cualquiera de nuestros países hiera al continente entero. En vez de empujarnos locamente para aparecer en primera fila, aprendamos a respirar cada cual según sus pulmones, pero todos con el mismo ritmo. En vez de colocar la suspicacia al servicio de la discordia póstuma entre San Martín y Bolívar, levantemos los ojos hasta los ideales de esos hombres. En vez de tener veinte egoísmos pequeños tengamos un egoísmo grande, que los egoísmos cuando son grandes, se ennoblecen y se convierten en orgullo salvador. (…) Yo no digo que nos lancemos precipitadamente a la confederación. La enorme extensión del territorio, las dificultades de las comunicaciones, los problemas locales hacen que esa solución resulte prematura. Existen intereses nacionales muy legítimos que no es posible ignorar. Pero nada se opone a que cada república siga libre y soberana dentro de un plan general que preserve los intereses comunes” (Ugarte, 1922: 169). Esto –que implica el restablecimiento y, luego, la renovación lógica y necesaria del espíritu que estuvo presente durante el desarrollo del Congreso Anfictiónico de Panamá– es posible porque la situación de América Latina no constituye una etapa definitiva, sino una que puede cambiar por la influencia de las circunstancias o por los esfuerzos de la colectividad. “En los siglos ningún pueblo es definitivamente inferior, ni superior en forma eterna. Los griegos, los romanos, los españoles de hoy, están lejos de conservar la influencia y el resplandor que alcanzaron en otras épocas. Son numerosas las colectividades que se han elevado desde situaciones inferiores para hacerse dirigentes. Hemos visto volver a la superficie a naciones vencidas y reducidas al sometimiento, como hemos visto caer en la decadencia a pueblos en otro tiempo triunfantes. Cuando César dominaba a los galos, estaba lejos de pensar que Napoleón llegaría a hacer un día la campaña de Italia. Fue una sublevación de esclavos lo que acabó con el imperio romano. La inestabilidad de las cotizaciones nacionales y raciales permite considerar nuestra situación actual como una etapa susceptible de cambiar, ya sea bajo la influencia de circunstancias generales, ya a consecuencia de esfuerzos hechos por la colectividad para transformar sus fuerzas negativas en fuerzas de afirmación. El destino de la América Latina, depende, en último resorte, de los latinoamericanos mismos” (Ugarte, 1923: 423).

 

VII

Los títulos de las obras mencionadas en estas líneas –títulos más que sugestivos– contienen las expresiones “América Latina”, “Patria Grande”, “campaña hispanoamericana” –que, obviamente, alude a “Hispanoamérica”– y “continente”. Es decir, contienen expresiones que refieren a una entidad que, por su dimensión y sus características, comprende a las naciones que existen al sur del río Bravo. Por otra parte, dos de esos títulos incluyen los términos “porvenir” y “destino”: términos que remiten de una forma inequívoca a la idea de “futuro”. Esto no es arbitrario. Manuel Ugarte piensa en el futuro de América. Y, por esa razón, entiende que la construcción de una entidad que englobe a las repúblicas americanas es necesaria. Sabe que la ejecución de esa empresa no es sencilla, porque requiere el cumplimiento previo de dos condiciones: que el contexto resulte favorable y que dichas repúblicas aprovechen las oportunidades que tal contexto genere. No obstante, siente que el sueño de la Patria Grande es algo que está ahí, delante de los ojos, al alcance de las manos. Por eso, predica denodadamente a favor de ese sueño. Y, al hacerlo, convierte a su prédica en un alegato desesperado contra la “tupacamarización” de América, contra el descuartizamiento del continente, contra la partición de un “todo” que aguarda el momento de la reunificación de sus partes y, por lo tanto, de la recuperación de su sentido originario.

 

Referencias

Bolívar S (1999): Contestación de un americano meridional a un caballero de esta isla, conocida como Carta de Jamaica, 6 de septiembre de 1815. En Escritos políticos. El espíritu de Bolívar. México, Porrúa.

Jauretche A (1992): Los profetas del odio y La yapa (La colonización pedagógica). Buenos Aires, Peña Lillo.

Monteagudo B (1998): “Sobre la necesidad de una federación general entre los estados hispanoamericanos y plan de su organización”. En Monteagudo. La pasión revolucionaria. Buenos Aires, Planeta.

Reza GA, compilación (2010): Documentos sobre el Congreso Anfictiónico de Panamá. Caracas, Fundación Biblioteca Ayacucho.

Ugarte M (¿1911?): El porvenir de la América Latina. La raza, la integridad territorial y moral, la organización interior. Valencia, F. Sempere y Compañía.

Ugarte M (2010): La Patria Grande. Buenos Aires, Capital Intelectual.

Ugarte M (¿1922?): Mi campaña hispanoamericana. Barcelona, Cervantes.

Ugarte M (1923): El destino de un continente. Madrid, Mundo Latino.

Valle J (2008): Soñaba el abad de San Pedro y yo también sé soñar. Tegucigalpa, Cultura.

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