Lecturas Marxistas Del Peronismo, Parte II

“En esa combinación de reformismo social y de amenazantes fórmulas revolucionarias, de paternalismo y de populismo revolucionario, de violencia y de paz social, se reflejaba la situación del joven proletariado argentino, que ascendía a la conciencia política como en todos los pueblos atrasados, remontando su atraso a saltos. Sólo pedantes, estériles y cretinos sin remedio pueden exigir a masas gigantescas, en los comienzos de su lucha moderna, una conciencia plena y coherente de sus fines históricos. Pero estos pedantes que afectan saberlo todo, no pueden aconsejar nada a las masas, pues en los momentos decisivos se ubican siempre del otro lado de la barricada. Con pleno derecho y con intuición profunda la clase obrera volvió sus espaldas a stalinistas y socialistas, abandonándolos a su suerte” (Ramos 2006:53).

 

I

Jorge Abelardo Ramos (1921-1994) fue político, historiador, publicista, editor y escritor argentino, creador de la llamada “Izquierda Nacional”. Bajo el seudónimo de Víctor Almagro, Ramos publicó regularmente en Democracia entre los días 26-12-1951 y 14-9-1955. Sus textos aparecían por lo general en primera plana, en la parte inferior izquierda del periódico, y compartían cartel con otros que semanalmente suscribía un tal Descartes, que no era otro que el mismo presidente de la República. Con ese seudónimo Perón publicó, por lo general semanalmente, sus trabajos también en primera plana, pero en su parte superior, arriba y a la derecha de los de Ramos (Summo, 2013: 248).

Las lecturas marxistas que se presentan consideran como fuente primaria las obras La era del peronismo (1957) y Breve historia de las izquierdas en la Argentina (1986), restringiéndose a las razones de emergencia histórica del peronismo y excluyendo los debates e interpretaciones posteriores de Ramos en otros medios o con otros interlocutores históricos.[1] Antes bien, es preciso señalar un breve excursus relacionado con la posición de Lenin frente a la Primera Guerra Mundial, a fin de comprender la análoga posición de Ramos. Luego, de acuerdo a Lenin, la bancarrota de la Internacional es comprendida como la traición de los partidos socialdemócatas a los principios y declaraciones realizadas en Stuttgart y Basilea, en razón de los cuales “en caso de que, pese a todo, se desencadene la guerra, deben [la clase obrera de los distintos países y sus representantes en los parlamentos] tratar por todos los medios de aprovechar la crisis económica y política originada por ella para hacer agitación entre las masas populares y acelerar la caída de la dominación clasista capitalista” (Proletari, 1907: 6). De aquí que el ala revolucionaria había impuesto la posibilidad de tomar partido por la revolución, aprovechando el nivel de agitación producido por la guerra imperialista en tanto forma de expoliación global de las economías no desarrolladas industrialmente. Mas, dicha traición es la que confirmaba la posibilidad de establecer una alianza entre los partidos socialdemócratas y los Estados imperialistas, en perjuicio de los trabajadores todos. De acuerdo al análisis de Lenin, la guerra produciría una “situación revolucionaria” por-mor-de la cual habría de considerarse absurdo que los trabajadores comenzaran a dispararse los unos a los otros a favor de las ganancias de los capitalistas. Así es que, sin apoyo del proletariado, los gobiernos que formaran parte de la guerra correrían un grave riesgo, dado el temor generalizado en Europa a que sucediese la revolución. Mas, a dicha situación objetiva –la cual se había ya dado en distintas ocasiones en el siglo XIX y en 1905 en Rusia– había de emplazarse la situación subjetiva dependiente de la capacidad del proletariado de llevar a cabo la revolución social misma.

Lenin comprende que en la base de la bancarrota de la Segunda Internacional se hallaba la alianza del socialchovinismo y los partidos burgueses, con fundamento en la defensa de la patria, hecho del que se infiere la renuncia a apoyar acciones que propaguen la revolución del proletariado. Así es que el socialchovinismo se muestra oportunista, esto es, entiende innecesario “el sacrificio de los intereses vitales de las masas en aras de los intereses momentáneos de una minoría insignificante de obreros o, dicho en otros términos, la alianza entre una parte de los obreros y la burguesía contra la masa proletaria” (Lenin en La bancarrota de la II Internacional). El oportunismo ha transformado a los partidos socialdemócratas europeos en partidos obreros nacional-liberales que traicionaron a la masa proletaria en su alianza bélico-patriota con la burguesía imperialista, de aquí que sólo Rusia se haya encontrado en una situación objetiva y subjetiva, como lo había demostrado la Revolución de 1905, para la revolución social. De acuerdo a ello, durante veinte años el partido socialdemócrata ruso se había escindido con respecto al menchevismo economicista que ahora propiciaba, en el resto de Europa, el quiebre de la II Internacional.

 

II

Abelardo Ramos comparte la posición de Lenin, con traslación de la traición (supuesta, teórica o fáctica) ejercida por Stalin al proletariado en el Tercer Mundo. Según el autor, la “cuestión nacional” es interpretada por el marxismo como una problemática propia de una fase específica en el desarrollo del proceso de institucionalización del capitalismo, en el que la nación adquiere una estructura jurídica fundada en la racionalización y delimitación soberana del territorio. El triunfo de la burguesía ha supuesto, por eso, la correlativa concreción del mercado interno y su aparato de administración burocrática.

Ramos interpreta que el primer momento de construcción del Estado nacional es aquel en el que la burguesía derrumba al poder feudal sobre la base de una concepción homogénea de la nación, coincidiendo ello con la formación de estados centralizados: Francia e Inglaterra, modelos ejemplares, con excepción de Italia y Alemania, cuya unificación demandaría unos quinientos años.

El segundo período histórico es aquel en el que, en terminología de Lenin, el imperialismo de los Estados nacionales europeos adviene multinacional a través del colonialismo, con núcleo en el monopolio o monopolización industrial y financiera. Es este el período en el que, con el nacimiento de la socialdemocracia, el sujeto oprimido reside ya en la periferia misma de Europa, de tal manera que la “cuestión nacional” se dirima conforme sea la situación del obrerismo checo, irlandés o polaco. Y entonces, la Cuarta Internacional proclama y exige, por la necesidad de unir también a los explotados en el mundo colonial: negros, chinos, hindúes, etcétera, junto al proletario periférico europeo.

Según Ramos, en Latinoamérica la “cuestión nacional” se entrelaza con la problemática social, en tanto las condiciones de posibilidad de unidad revolucionaria continental consisten, en primer lugar, en una revolución agraria liderada por una clase obrera que expulse de sí al imperialismo como política de colonización, y en segundo lugar la correlativa idea de “revolución permanente”.

Pero en Argentina la “cuestión nacional” habría de tratarse en forma diferente. “Descalificar a la burguesía argentina como ‘fuerza contrarrevolucionaria’ podrá aparecer muy ‘izquierdista’ en palabras, pero debilita el frente nacional, dentro del cual la clase obrera debería constituir la única garantía social en la profundización de la revolución. Si el partido proletario cometiera el crimen de desertar del Frente Nacional, ese error recaería sobre el partido, pues lo aislaría de la clase obrera y sobre esta última, pues se vería obligada a aceptar la dirección nacional burguesa del movimiento para no correr el riesgo de perder toda oportunidad de hacer valer sus reivindicaciones económicas y políticas. De este modo, la adhesión de las grandes masas populares al yrigoyenismo y al peronismo no sería en cierto modo sino una consecuencia del abandono de las posiciones leninistas por el stalinismo. El castigo fue proporcional al error cometido: el ‘partido obrero’ no contó jamás con la simpatía de los obreros” (Ramos, 2006: 54).

Desde la perspectiva marxista de Ramos, el país fue atravesado por la posición asumida frente a la Segunda Guerra y a la controversia dada por la solicitud de Stalin a los obreros de no realizar huelgas a fin de fortalecer la lucha contra el nazismo-fascismo. Ello fue visto por Ramos como una estrategia hipócrita por parte de Stalin hacia las posibilidades de revolución en países semi-coloniales oprimidos, en contraposición a la tesis de Lenin. Es esta situación específica la que, según el autor, sirvió de instrumento de ascenso de Perón al poder: “La guerra imperialista había estimulado una prosperidad sin precedentes que facilitaba esa política. La traición de los stalinistas y socialistas fue el resorte decisivo del encumbramiento de Perón. La política del imperialismo y de la burocracia soviética, prevalecientes en el movimiento obrero anterior a la guerra, había sido sustituida por una política nacionalista popular inspirada desde el Estado militar” (Ramos, 2006: 50).

La burguesía nacional emergente atisbó en Perón la figura de líder, mientras que el partido comunista no era capaz de reunir las fuerzas obreras, determinadas estas últimas en apoyar el discurso antiimperialista peronista que, en parte, era similar al marxista:[2] “Puesto que la Argentina, a pesar de su relativo desarrollo capitalista, forma parte del mundo semicolonial de América Latina, se impone en nuestro medio situar en el primer plano de las preocupaciones políticas la cuestión nacional. Si es preciso admitir que la ‘burguesía’ argentina, por su dependencia técnica de los abastecimientos imperialistas, entre otros factores, no ha comprendido jamás los problemas nacionales, desempeñando casi siempre un papel reaccionario, tampoco es posible desconocer que sus intereses han sido defendidos alternativamente, ya sea por el Ejército, ya sea por el yrigoyenismo o, en la última etapa, por el peronismo” (Ramos, 1986: 52).

Desde la perspectiva de Abelardo Ramos, el peronismo como partido militar demagógico defendió el interés burgués nacional apoyándose en el proletariado antiimperialista. Así, el programa político-económico peronista consistiría en la defensa del interés nacional, esto es, el interés de la burguesía nacional en cuya fuente de producción se encontraba el proletariado como fuerza que celebra la nacionalización y el discurso demagógico peronista. En este punto es que Ramos se sostiene en la tesis bonapartista para interpretar el fenómeno peronista.

Luego, el peronismo se constituyó para el autor en un signo de atraso para las posibilidades de una verdadera revolución social y emancipación nacional, de suerte que, en términos internacionales, cuando ocurriera el caso de la revolución en los países asiáticos y aún en los latinoamericanos, la “tercera posición” asumiría la necesidad de alianza con las potencias occidentales con la finalidad de detener toda posibilidad de una efectiva revolución obrera.

Este dictamen de Ramos es matizado, no obstante, por la consideración respecto de la emergencia del peronismo en el contexto de declinación del imperialismo colonial inglés y su sustitución por el norteamericano.

 

III

Las viejas potencias imperialistas no las tenían todas consigo ante la cambiante y complicada situación argentina. El célebre ménage à trois de Estados Unidos, la Argentina y el Reino Unido sufría intensas conmociones a causa de dos factores: a) Estados Unidos se proponía aprovechar las dificultades económicas y políticas de Inglaterra por la guerra para sucederla en la influencia imperial sobre la Argentina; b) la Argentina, mediante el Ejército, utilizando en su provecho la debilidad circunstancial de los ingleses, deseaba independizarse de estos últimos sin enfeudarse a los norteamericanos. Esta conducta era designada por los Estados Unidos como “nazi” (Ramos, 2006: 66).

Luego, si en el orden nacional el peronismo había sustituido al comunismo y al socialismo como fuerzas de tracción del pensamiento y las acciones obreras, lo cierto es que en el orden internacional su surgimiento histórico fue posible por la vacancia o cesura que discurrió en el tiempo de transición entre el viejo orden colonial y el nuevo.

Mientras el comunismo local, con Américo Ghioldi –como figura central de la crítica que Ramos ejerce contra los partidos socialdemócrata, comunista, obrero, etcétera–, celebraba la Marcha de la Constitución y la Libertad, en una gran manifestación antiperonista realizada el 19 de septiembre de 1945, los acontecimientos signaban en el 17 de Octubre el silencio no escuchado de los marxistas encumbrados por la pertenencia de clase a las élites porteñas. Cuando entre el 8 y 9 de Octubre Perón es destituido de sus cargos de vicepresidente de la República, ministro de Guerra y secretario de Trabajo y Previsión, y detenido en la isla Martín García, los periódicos elitistas exclamaban por la caída del Hitler sudamericano: “Buenos Aires se transfiguró. El éxtasis fue general: jamás la democracia derramó lágrimas tan puras. La gente se abrazaba en la Bolsa. Los brindis se sucedían en el Barrio Norte, las flores cubrían las calles. En los aledaños de la Plaza San Martín y a lo largo de la calle Santa Fe, se agitaban multitudes victoriosas. Los autos particulares rebosaban de banderas, como cada vez que un gran infortunio se abate sobre la Argentina” (Ramos, 2006: 78).

El socialismo no dudó en considerar que el naziperonismo, financiado por los fondos de las reservas hitleristas en Argentina, había recibido el 17 de Octubre el apoyo –según Codovila– de los “elementos del hampa y por elementos obreros y empleados políticamente atrasados; los sectores menos politizados de la clase obrera de la ciudad y del campo y de los empleados públicos y particulares que se han dejado influenciar o engañar por la Secretaría de Trabajo y Previsión” (Ramos, 2006: 97).

 

IV

En síntesis, Ramos interpreta el movimiento de ascenso del peronismo al poder de acuerdo a:

  1. a) La traición stalinista a la posición revolucionaria del proletariado tercermundista que produjo, en Argentina, un desplazamiento del apoyo ejercido por el movimiento obrero nacional hacia el peronismo bonapartista, en perjuicio de una socialdemocracia alineada con los Aliados: transición desde la posición revolucionaria leninista a la posición conservadora stalinista.
  2. b) El interludio en la ruptura del poder imperialista-colonial anglo-norteamericano que signó la calificación del fenómeno peronista con un carácter nazi-fascista reconocido como válido por el comunismo nacional: transición desde el colonialismo inglés al imperialismo norteamericano.
  3. c) Luego es que el marxismo ha interpretado al peronismo, en concordancia con el pensamiento imperialista soviético-norteamericano, como un fenómeno fascista, demagógico y por ello “bonapartista”, apoyado por el lumpenproletariado el 17 de Octubre. Mas, de todos esos elementos, Abelardo Ramos sólo acuerda con el carácter “bonapartista” del peronismo.

 

Bibliografía

Lenin (1975): La bancarrota de la II Internacional. Moscú, Progreso.

Perelman A (1961): Cómo hicimos el 17 de Octubre. Buenos Aires, Coyoacán.

Proletari, 17, 20 de octubre de 1907.

Ramos JA (1986): Breve historia de las izquierdas en la Argentina. En www.mpeargentina.com.ar//wp-content/uploads/2016/03/RAMOS-JORGE-ABELARDO.-Breve-Historia-de-las-Izquiedas-en-la-Argentina.pdf.

Ramos JA (1959): Historia de la Nación Latinoamericana. Buenos Aires, Peña Lillo.

Ramos JA (1969): Historia del stalinismo en la Argentina. Buenos Aires, Coyoacán.

Ramos JA (2006): Revolución y Contrarrevolución en la Argentina. Buenos Aires, Senado de la Nación.

Summo M (2011): “Peronismo e intelectuales. Abelardo Ramos como intérprete de la cuestión nacional latinoamericana”. Anuario del Centro de Estudios Históricos “Prof. Carlos S. A. Segreti”, 11. Córdoba.

[1] El tratamiento de la temática que se presenta es abundante, por lo que no representa una novedad en la lista de material bibliográfico disponible. No obstante, puede leerse como un aporte inserto en la lógica de nuestras Lecturas marxistas que la revista Movimiento publica periódicamente.

[2] En una conferencia dictada por Perón y rememorada por Ramos, Perón explicitaba que: “La Revolución Francesa comienza su acción efectiva en 1789. Hace la lucha y termina su período heroico en 1814, derrotada y aherrojada Europa por la Santa Alianza y el Congreso de Viena de 1815. Sin embargo, arroja sobre el mundo su influencia a lo largo de un siglo, por lo menos. Todos somos hijos del liberalismo creado en la Revolución Francesa. En 1914, para mí, comienza un nuevo ciclo histórico, que llamaremos de la Revolución Rusa… Y si esa Revolución Francesa, vencida y aherrojada en Europa, ha arrojado sobre el mundo un siglo de influencia, ¿cómo esta Revolución Rusa triunfando y con su epopeya militar realizada no va a arrojar sobre el mundo otro siglo de influencia? El hecho histórico es innegable… Si la Revolución Francesa termina con el gobierno de las aristocracias, la Revolución Rusa termina con el gobierno de las burguesías. Empieza el gobierno de las masas populares” (Ramos, 2006: 64).

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