De construcciones colectivas, inclusiones, exclusiones y lugares comunes

Podríamos aventurarnos a sostener que la vieja Europa tiene un problema de muy larga data con la universalidad: se encuentra con ella, pero es incapaz de reconocerla, de pensarla universalmente. Se podría entender que grandes pensadoras y pensadores europeos planteen una concepción eurocéntrica de la universalidad, pero ¿cómo entender que la reprodujeran tantas y tantos otros intelectuales de este lado del océano? En realidad, se entiende perfecta y rápidamente, pero intentemos darle, más allá de su complejidad, una explicación muy básica que podría sintetizarlo.

La construcción social del “otro” en contraste con el “nosotros” ha existido desde las primeras formas de toma de conciencia del ser humano como especie. Ese ser humano “otro” fue pensado alternativamente como objeto, como sujeto, como dioses, o muchas veces como un esclavo, mutando con la lógica de funcionamiento de cada orden socio-político-económico establecido. Ahora bien, se sobreentiende desde esta perspectiva que, si existe una identidad que aglutina el “nosotros”, existe también una alteridad compuesta por un “ellos” –diferentes y peores, por supuesto– que suma a la composición del todo. El tema central de la cuestión, es ideológico: ¿cuáles son las condiciones de ingreso a cada grupo?

A efecto de realizar un ejercicio comparativo, imaginaremos dos escenarios de construcción de Estados-Nación y el papel que les cupo a sus comunidades originarias. Ellas son: Estados Unidos y la República Argentina –esta última como en casi toda Latinoamérica. La elite diseñadora del “Proyecto Argentina” pensó la integración a partir de reivindicar especialmente lengua y religión como condicionantes para la articulación social. Se trató entonces de establecer claramente una lógica binaria de país blanco, cristiano, eurofílico y endofóbico, aclarando perfectamente quiénes se integraban y quiénes no, para, a partir de allí y desde un proyecto hegemónico-homogeneizador, desconocer o minimizar la pluralidad amenazante, a efectos de reducir o eliminar la posibilidad de conflicto.

En tiempos en que el conflicto social tiende a centrarse en las metáforas de la negativización o demonización del semejante, es necesario poder dialogar con quien o con lo que no es idéntico a una misma o uno mismo. En los últimos años, las otredades negativizadas y aisladas exigen reconocimiento y respeto. Por ello resultaría oportuno destacar en el plano intra e interestatal, y socio-político-legal en definitiva, no confundir fenómenos muy antiguos como el multiculturalismo y la interculturalidad, dado que el primero nos estaría acercando a formatos de compartimientos estancos, mientras que el segundo hablaría de interacción y dinamismo.

 

Eje 1: representación de alteridad sobre los pueblos originarios en los grupos fundadores de los Estados-Nación.

Caso argentino: se estableció una vigilancia macro y micro, atravesando toda la sociedad, bajo el imperativo de apagar las huellas de origen.

Caso estadounidense: por haber arribado en primer término a la región, los WASP tomaron el derecho de definir tanto su identidad como la de los nativos, y la de quienes llegaron posteriormente. Se exacerbaron las señales diacríticas de la afiliación étnica, favoreciendo el encierro de los grupos constitutivos. Y luego de identificar la alteridad, proceder a interpretarla, para luego dominarla más fácilmente. Cabe aclarar que la alteridad originaria norteamericana habría sido negativizada en menor medida que la del colectivo africano.

 

Eje 2: rol asignado a los pueblos originarios en los primeros proyectos de construcción de la Nación y su relación con las anteriores políticas coloniales.

Caso argentino: existió una comunidad de intereses con la Revolución de Mayo, a partir de su participación en las invasiones inglesas, y ello fue puesto en acto en la Asamblea de 1813, donde se los declara “libres, y en igualdad de derechos a todos los demás ciudadanos”.[1] Ahora bien, ante la necesidad de incorporación de estos grupos como “ciudadanos útiles” se presentaron diferentes opciones civilizadoras –siempre pensado como problema, por supuesto. Entre ellas, por ejemplo, su eliminación y posterior reemplazo por inmigrantes, o el mestizaje compulsivo devenido en una “raza superior”. Así, no existió lugar para estas fracciones dentro del proyecto nacional. Por lo que podríamos hipotetizar coincidiendo con corrientes de pensamiento actual que el Estado Argentino, al igual que la mayoría de los Estados-Nación modernos, se construyó sobre la base del genocidio.

Caso estadounidense: es muy interesante en esta fase cómo se conceptualiza el “salvajismo”. Se celebran las virtudes de las comunidades originarias, reteniendo un honorable lugar en el pasado norteamericano, pero se incompatibilizan a la vez con la idea de civilización.

 

Eje 3: principales políticas implementadas por los gobiernos republicanos

Caso argentino: importantes limitaciones en la Constitución de 1853 a las libertades y derechos prometidos por la Asamblea de 1813. Se creó un marco jurídico-político imprescindible para la expansión económica, objetivo solapado de la cuestión. Como sustento, se implementó un aparato ideológico formador de opinión, donde las alteridades podrían ser solamente toleradas –no aceptadas– en función de su utilización dentro del aparato productivo. Y frente a la fractura originaria capital-interior: presión para crear una unidad homogénea y reconocible. Especialmente a través del soporte institucional: escuela, salud pública, servicio militar obligatorio, etcétera. A partir de allí, el colectivo mayor que incorporó o subordinó a estos grupos los singularizó por su “autoctonía”, frente a las “otras” singularidades inmigratorias. El abanico de opciones se simplificó sustancialmente: convertir o exterminar a los pueblos originarios. El resultado lo conocemos. Durante las últimas décadas, muchos países de América Latina –entre ellos, Argentina– han llevado a cabo reformas constitucionales que incorporan los derechos indígenas.

Caso estadounidense: construcción de fronteras y reservaciones. Estas últimas, con el formato de naciones dependientes domesticadas, con derecho de autogobierno y con la consecuente lógica fluctuación en la relación dominación-sometimiento. Extinción legal de los títulos nativos sobre extensas porciones de tierras, que fueron cedidas al Gobierno. Se habla de un mosaico de grupos étnicos siempre identificables, co-habitando el mismo suelo, pero separados bajo un formato de ghetización. Con acceso a los derechos a través de la pertenencia a una minoría, pues toda ciudadana y todo ciudadano son obligados a reconocerse como integrantes de una parcialidad. Marcado avance en la historia reciente del país hacia las llamadas “políticas de reconocimiento cultural”.

 

Lugares comunes

Eje 1: Representación de alteridad sobre los pueblos originarios en los grupos fundadores de los Estados-Nación.

“El hombre tilda de barbarie todo aquello que no sea su propia conducta” (Montaigne).

Lo indígena ha sido y es por excelencia lo “radicalmente distinto”. Mientras las europeas y los europeos invariablemente percibían a los “otros” como diferentes e inferiores, los otros de los indios solían ser similares o superiores. Pero ninguna de las culturas –europeas o indígenas– carecía de etnocentrismo. El mismo Lewis diría que es una condición natural de la humanidad.

La indianidad se identificaba con un núcleo de costumbres rústicas y con el retraso, y era algo que se podía y debía eliminar. Porque la categoría de indio, en palabras de Guillermo Bonfil Batalla, denota la condición de colonizado, sin importar las diferencias entre ellos, y lo que en definitiva importaría es que fueran diferentes del colonizador.

Se instaló algo así como una “mismidad” para la “otredad”. Es decir, una falta de referencia sobre las características distintivas de cada grupo: se contrastó solamente indianidad inferior versus europeidad superior.

Asimismo, se dislocan los órdenes previos y se establecen nuevas estructuras jerárquicas, deviniendo en la explotación del recién “inventado”. Por lo que la fuerza de trabajo y la tierra habrían sido los dos recursos principalmente comprometidos en esta relación social.

 

Eje 2: rol asignado a los pueblos originarios en los primeros proyectos de construcción de la Nación y su relación con las anteriores políticas coloniales.

Fueron definidos como los “otros” internos, gestionados como alteridades negativas intestinas, pudiendo ser un escollo para la independencia, o un recurso favorable. A partir de ello, la estructura social de las naciones recién inauguradas conservó, en términos generales, el mismo orden interno instaurado durante los tres siglos anteriores, otorgándole al colectivo colonizado la correspondiente posición social subordinada.

 

Eje 3: principales políticas implementadas por los gobiernos republicanos.

Construcción de estereotipos perdurables en el tiempo, a efectos de crear imágenes para racionalizar el orden de dominio y explotación imperante.

 

Obras consultadas

Argumedo A (2006): Los Silencios y las Voces en América Latina. Notas sobre el pensamiento nacional y popular. Buenos Aires, Del Pensamiento Nacional.

Bauman Z (2004): Identidad. Buenos Aires, Losada.

Bonfil Batalla G (1972): “El concepto de indio en América: una categoría de la situación colonial”. México, Anales de Antropología, 9.

Fanon F (1963): Los Condenados de la Tierra. México, Fondo de Cultura Económica.

Gerbi A (1982): La disputa del Nuevo Mundo: historia de una polémica (1750-1990). México, Fondo de Cultura Económica.

Zea Aguilar L (2006): América Latina en sus ideas. América Latina en su cultura. Málaga, Siglo XXI.

 

Carlos Eduardo Pintos Saraiva es doctor en Diversidad Cultural y magíster en Integración Latinoamericana (UNTREF). Docente, investigador y coordinador académico del Programa en Diversidad Cultural (UNTREF). Profesor titular en la Facultad de Pedagogía (UMET).

[1] Asamblea del Año XIII, también conocida como Asamblea General Constituyente y Soberana del Año 1813. Sesión del 13 de marzo de 1813.

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