Zoncera 46: “Perón Jefe”

Para conducir un pueblo la primera condición es que uno haya salido del pueblo, que sienta y piense como el pueblo. El conductor siempre trabaja para los demás, jamás para él. Hay que vivir junto al pueblo, sentir sus emociones y entonces recién se podrá unir lo técnico a lo real y lo ideal a lo empírico. Algunos creen que un pueblo se conduce mejor cuanto más ignorante sea. Es teoría también de algunos conductores políticos: cuanto más ignorante mejor –piensan–, porque ellos conducen al pueblo según sus apetitos. Los apetitos propios de un pueblo de ignorantes son malos consejeros para la conducción, porque los apetitos están en contra de la función básica de la conducción: que sea un pueblo inteligente y con iniciativa propia” (Juan Domingo Perón, Conducción Política, 1951).

 

Menciones preliminares

Don Arturo Martín Jauretche, uno de los más brillantes exponentes de la matriz de reflexión creativa autodenominada en nuestro país como Pensamiento Nacional, publicó en la editorial Peña Lillo (1968) un extraordinario ensayo que tituló Manual de Zonceras Argentinas, texto que a las luces de la historia transcurrida bien podría enmarcarse dentro de ciertos preceptos de la psicología social. A partir de profundas y sensatas reflexiones, en este libro Jauretche intentó acreditar –entre otras cuestiones– la existencia de un premeditado entramado de mecanismos autodenigratorios colectivos a los que denominó “zonceras”, probablemente en homenaje a Guillermo Correa (1927). Según la opinión del linqueño, tales mecanismos, una vez naturalizados, contribuyeron a obstaculizar la determinación precisa de los auténticos intereses colectivos –nacionales. En su edición primigenia nuestro autor enumeró 44 zonceras, desafiando a eventuales lectores o lectoras a continuar su obra mediante la inserción de nuevas zonceras orientadas hacia la reflexión colectiva en unas páginas en blanco en el cuerpo del libro.

Nos proponemos en estas breves notas desarrollar una zoncera no enunciada en aquella oportunidad que encuentra en la actualidad plena vigencia y que, sospechamos, responde a un claro objetivo de perturbar la comprensión histórica, o bien de tergiversar los conceptos y percepciones para alejarnos de originales fuentes del pensamiento nacional y de cosmovisión justicialista. Nos referimos específicamente a aquella zoncera mediante la cual se intenta categorizar a Juan Domingo Perón como “jefe” o “líder”.

 

Introducción

Juan Domingo Perón, sin duda alguna, ha sido un estadista definido nítidamente por una visión estratégica, tanto en lo que respecta a su configuración reflexiva, como en lo que atañe a su práctica política concreta. Uno de los indicadores más precisos de dicha concepción se encuentra en la iniciativa del Consejo Nacional de Postguerra[1] (1944) que él presidió, en los Planes Quinquenales (1947-1951 y 1953-1957) y en el Plan Trienal de Gobierno que impulsó (Plan para la Reconstrucción y la Liberación Nacional 1974-1977). Para un estadista de su talla la organización y la planificación estratégica constituyeron una dupla indispensable para fundar la Nueva Argentina liberada de las tramas visibles y ocultas de la colonialidad. Además, quien fuera tres veces presidente de los argentinos y las argentinas legó claras huellas de su concepción estratégica al ordenar y supervisar el registro de cada una de sus acciones en forma escrita, las cuales fueron posteriormente compiladas y publicadas en 41 volúmenes con el nombre de Obras Completas de Juan Domingo Perón, supervisadas por Fermín Chávez.[2]

Es muy importante mencionar que este estadista y estratega, durante la primera etapa de labor político-institucional, compartió su tarea con otra conductora, Eva María Duarte.[3] Su figura introdujo el romanticismo en la política –a través del amor a Perón y al pueblo– y la capacidad revolucionaria –para defender a Perón y al pueblo. Además, su prédica, su acción y su gestión política se encontraban imbuidas de todas las dotes que requiere el arte de la conducción, y aunque nunca fue designada para ocupar un cargo en el Estado, sintetizó sin embargo la capacidad revolucionaria en la acción social desarrollada a través de la Fundación Eva Perón[4] y en sus tres obras: La Razón de mi Vida (1951), Historia del Peronismo (1952) y Mi Mensaje (1952).

Los primeros libros de Perón se circunscribieron fundamentalmente a la cuestión militar[5] durante una etapa de formación, cuando a partir de 1930 se desempeñó como profesor titular de “Historia Militar” en la Escuela Superior de Guerra del Ejército. Las cuatro obras militares fueron las siguientes: El Frente Oriental de la Guerra Mundial en 1914 (1931), Apuntes de Historia Militar (1932), La Guerra Ruso-Japonesa. Tomo I y Tomo II (1933 y 1934) y Las Operaciones en 1870 (1939). Desde 1931 comenzó a difundir su pensamiento militar y, a partir de 1943, empezó a exponer su pensamiento social en dos publicaciones: El pueblo quiere saber de qué se trata (1944) y El pueblo ya sabe de qué se trata (1946). En estas páginas se resaltó el accionar sobre la política social realizado desde la Secretaría de Trabajo y Previsión. En el primero se presentaron 80 discursos, y en el segundo, 56. Juan Domingo Perón, en 136 discursos pronunciados entre 1944 y 1945, empezó a anunciar las bases de un proyecto político nacional para la República Argentina que ya estaba pensando, sintiendo y realizando antes de asumir la primera magistratura. Precisamente, este es el punto de apoyo de la doctrina, la teoría y la realización del justicialismo: la Secretaría de Trabajo y Previsión, las trabajadoras y los trabajadores.

El 4 de junio de 1946 asumió la Presidencia de la Nación y comenzó a manifestar su pensamiento filosófico –social, económico y político– que posteriormente formuló en La Comunidad Organizada (1949), donde describió en clave filosófica una revolución-evolución que acontecía en la realidad de nuestro país. Recordemos aquí las célebres palabras de Armando Poratti (2016) cuando sentenció: “cada texto de Perón es momento de una acción”. La primera Presidencia de Perón (1946-1952) estuvo comprendida en una tríada de obras clave: La Comunidad Organizada, Conducción Política (1951) y Política y Estrategia (1952). En La Comunidad Organizada Perón describió y explicitó el nuevo paradigma civilizacional que constituía el justicialismo, y en Conducción Política ensayó una teoría de la conducción adecuada a este nuevo paradigma. Este último texto es una de las obras más destacadas de la literatura política argentina y, al mismo tiempo, una de las obras menos leídas.

La elección del título y el desarrollo de los contenidos en Conducción Política determinan la identidad de Juan Domingo Perón, descartando en absoluto los conceptos de “jefatura-jefe” o “liderazgo-líder” que fueron impuestos por determinados sectores del universo intelectual y educativo. Perón asociará la “jefatura-liderazgo” a un sistema de mando unilateral de carácter unidireccional y no dialógico, porque se prescindirá del otro y de los otros, aun cuando en oportunidades debiera recurrirse a modelos de asesoramiento excepcionales para cuestiones específicas. Perón reconocía a las “jefaturas” como eficaces cuando la naturaleza del mando-obediencia deviene de un orden legal jerárquico normativo, como el que se aplica en el sistema militar. “A mí me tomaron a los quince años en el Colegio Militar; me enseñaron la disciplina, me sometieron a ella; me dieron los conocimientos militares necesarios y me dejaron listo para que fuera a mandar. Ejercí durante años la disciplina, mandando y obedeciendo. Cada vez que fui a hacerme cargo de un puesto de responsabilidad, me dieron un número de hombres, mi grado y el código de justicia militar. Yo mandé, y todo el mundo obedeció. Ahora: yo trasladé todo eso a mi nuevo oficio: gobernar, y empecé a apreciar la situación: aquí los hombres no me los dan, nadie está a mis órdenes, no tengo el grado militar y tampoco tengo el código de justicia militar… Lo único que tengo y quiero es el pueblo y lo tengo que conducir para alcanzar la felicidad de todos y la grandeza de la Nación”. Con el mismo espíritu, señala: “una revolución necesita de realizadores, pero en mayor medida de predicadores, porque la preparación humana es decisiva para los destinos. Mandar es obligar, conducir es persuadir y al hombre siempre es mejor persuadirle que obligarle” (Perón, 1951: 27 y 31).

El concepto de “jefatura” también aparece de forma muy clara en ciertos partidos políticos imbuidos de un ethos autocrático: “los jefes de los partidos políticos eran los caudillos o los caciques; son los hombres que van detrás de otros hombres, no detrás de una causa. Era una forma primaria, básica y gregaria de los partidos políticos y se aprovechaban de la falta de cultura cívica y cultura general del pueblo” (Perón, 1951: 33). Debemos señalar en tal sentido que el justicialismo no emergió a la vida del país como un clásico partido político, sino, muy por el contrario, nació como un movimiento nacional defensivo, revolucionario, solidario ante el mundo, principalmente pacifista y con una proyección de trascendencia en las relaciones sociales, espirituales y materiales de la humanidad.

Desde el surgimiento de este movimiento nacional, un abismo conceptual y simbólico separará dentro del justicialismo la noción de “jefe”, “líder” y “conductor”. Un partido político puede tener una “jefatura” o un “liderazgo”, pero el destino de una Nueva Argentina y la realización de un proyecto de país industrializado, justo y soberano requería categóricamente de una modalidad de intervención específica distinguida como “conducción”. Porque la “conducción” es eminentemente dialógica y presupone por parte de eventuales conductores y conductoras capacidades únicas, sensibilidades diferentes, una templanza específica y una interpretación cabal, no solo del presente y del tiempo histórico en que se debe conducir, sino esencialmente del futuro. El conductor o la conductora deben poseer tres condiciones fundamentales: a) que conduzcan los acontecimientos, y no que los acontecimientos lo conduzcan a él, o a ella; b) debe saber siempre lo que quiere; y c) debe darse cuenta de que todos los hechos tienen factores determinantes y factores secundarios.

El justicialismo es una revolución social iniciada por el Grupo de Obra de Unificación (GOU) en 1943, y fue posible en virtud de la conjunción de una serie de factores y acontecimientos políticos, económicos y culturales e ideas que reflejaban un inmediato y urgente cambio de época (Pestanha, Arribá y Montiel, 2021). Es importante recordar la crisis del Estado liberal-oligárquico agroexportador (1880-1930) que se encontraba sujeto a la racionalidad burguesa –aunque en realidad no existía en nuestro país una clase dotada de las características propias de dicho sector– y dejaba a las grandes mayorías sociales fuera del sistema de producción y distribución de bienes materiales y simbólicos. La finalización de la Segunda Guerra Mundial (1945) vislumbraba el enfrentamiento latente entre los países representantes de dos cosmovisiones antagónicas regidas por la dialéctica burguesa de los opuestos.

Ante ese panorama –internacional y nacional– Juan Domingo Perón reunió un conglomerado extraordinario de pensadores y pensadoras, mujeres y hombres de la cultura mundial, y presentó al mundo una filosofía alternativa que encontró un escenario de debate histórico en el Primer Congreso Nacional de Filosofía, realizado en la Universidad Nacional de Cuyo, provincia de Mendoza, en 1949. En el discurso conocido como La Comunidad Organizada brindó las siguientes palabras: “una idea sintética de base filosófica, sobre lo que representa sociológicamente la tercera posición… el movimiento nacional argentino que llamamos justicialista, en su concepción integral, tiene una doctrina nacional que encarna grandes principios teóricos y una escala de realizaciones” (Perón, 1949b: 108). La base filosófica de la tercera posición denominada “justicialismo” que elaboró y presentó Perón en este discurso tiene la influencia de 43 autores y referentes históricos:[6] Alejandro, Aristóteles, Sócrates, Demócrito, Parménides, Platón, Hesíodo, Anaximandro, Santo Tomás, Descartes, Protágoras, Víctor Hugo, Kant, Voltaire, Darwin, Leibniz, Empédocles, Hobbes, Marx, Spencer, Eurípides, Humboldt, Hegel, Comte, D’Alembert, Antístenes, Berkeley, Pitágoras, Bergson, Schelling, Heidegger, Kierkegaard, Keyserling, Klages, Vico, Goethe, Maquiavelo, Grocio, Montesquieu, Rousseau, Fichte, Rabindranath Tagore y Spinoza. Destacamos el detalle de los nombres mencionados por Perón en su texto para dar cuenta del conocimiento y del interés que él tenía en las ciencias sociales. Reconocía y estudiaba el mundo, observaba e indagaba los procesos históricos y examinaba la generación de alternativas para dar respuestas concretas a los temas y problemas de la comunidad argentina.

Al comunismo –soviético– y al capitalismo –norteamericano–, ambos deshumanizantes, se les opondrá una teoría con un nuevo paradigma civilizacional que se centrará en la coexistencia armónica entre dos dimensiones: la cooperación y la competencia. Aquí nacerá la posición tercerista y desde una precisa combinación entre filosofía y teoría surgirá la doctrina justicialista, que estará sustentada en tres premisas: a) partirá del diagnóstico de la realidad concreta, b) pensará estratégicamente el método, y c) transformará las ideas en acciones y realizaciones. Estos principios dinámicos y perfectibles se oponen a las ideologías estáticas del liberalismo y el marxismo. Confirma Perón: “No estamos a favor ni del imperialismo yanqui ni del imperialismo soviético, estamos a favor de una tercera posición internacional en el mundo: el justicialismo. Para nosotros los justicialistas, el mundo se divide hoy en capitalistas y comunistas en pugna: nosotros no somos ni lo uno ni lo otro. Pretendemos estar afuera de ese conflicto de intereses mundiales. Pensamos que tanto el capitalismo como el comunismo son sistemas ya superados por el tiempo. Consideramos al capitalismo como la explotación del hombre por el capital y al comunismo como la explotación del individuo por el Estado. Ambos ‘insectifican’ a la persona mediante sistemas distintos. Creemos más: pensamos que los abusos del capitalismo son la causa y el comunismo el efecto. Sin capitalismo, el comunismo no tendría razón de ser; creemos igualmente que, desaparecida la causa, se entraría en el comienzo de la desaparición del efecto” (Perón, 1958b: 18).

La conformación de la doctrina nacional justicialista tiene características de solución universal –puede ser aplicada como solución humana a la mayor parte de los problemas del mundo como tercera posición filosófica, social, económica y política– y constituyó la primera etapa de lo que podría denominarse la despersonalización de los propósitos que la revolución social había encarnado en la figura de Juan Domingo Perón. La despersonalización de Perón –potenciando a la doctrina– define un tipo de modelo de conductor y de conducción política, porque no es Perón, sino la doctrina la que sostiene y armoniza la relación entre el conductor y el pueblo.

 

Tensiones conceptuales entre “líder”, “jefe” y “conductor”

Las controversias y dudas sobre la problemática del liderazgo (líder), la jefatura (jefe) y la conducción (conductor) se producen debido a las definiciones imprecisas dadas a estos conceptos y a los despropósitos enunciados dogmáticamente cada vez que se utiliza cada una de estas palabras. Las palabras “liderazgo”,[7] “líder” y “jefe” tienen un origen lingüístico en la palabra inglesa leader, que significa “jefe” o “dirigente”. Esta procedencia nos destaca un dato extraordinario: esta palabra no tiene un origen griego ni latino, es decir que no existía en la Antigüedad y que, en consecuencia, no se pensaba –como se piensa actualmente– en las figuras y las formas de “liderazgo”, “líderes”, “jefes” o “jefaturas”. En Grecia, la atención estaba puesta en los hombres que dirigían la organización ideal de la polis,[8] pero se resaltaban las cualidades espirituales y morales que tenían que poseer, porque gobernar era una de las más nobles actividades humanas. Estas cualidades eran la virtud, la prudencia, la astucia, la nobleza del espíritu y el sentido del deber. Sócrates, en el diálogo Gorgias de Platón, sostiene que el político tiene que trabajar para mejorar las almas de los ciudadanos. Por su parte, Platón en La República afirma que los gobernantes tienen que perseguir el bien propio como el bien del conjunto del Estado, para lo cual necesitan memoria, tenacidad y perspicacia. Platón se refiere a un proyecto de Estado y a un hombre de Estado definido como “filósofo-rey”, porque es sabio y conoce lo que es bueno para los ciudadanos. Aristóteles –el principal discípulo de Platón– expresó en Ética Nicomáquea que la comunidad política existe para lograr el bien a través de la grandeza moral, donde el hombre virtuoso y hábil será el hombre auténticamente humano y logrará la felicidad. Plutarco –escritor, historiador y filósofo griego– describe el respeto que la sociedad le tenía a un legislador llamado Licurgo, y al mismo tiempo el cariño que el legislador sentía hacia su pueblo. El deseo de Licurgo era conseguir la felicidad de la ciudadanía basada en la igualdad y en la unión, y la herramienta para lograr la cohesión social fue la educación. Licurgo sostenía que las normas y los principios más eficaces e importantes para lograr la felicidad y la virtud de las personas podían conservarse de forma inalterable durante toda la vida solo si se adquirían a través de la educación y los sentimientos (Plutarco, 2009: 162). En el arte de la política Licurgo fue uno de los más importantes representantes de la Antigüedad: Perón lo definió como “el primer justicialista del mundo” (Perón, 1951: 14).

En el siglo XX, los estudios y los análisis de la psicología, la sociología, la ciencia política y la economía particularizaron subjetivamente el tratamiento del liderazgo (líder), la jefatura (jefe) y la conducción (conductor). Este debate no está cerrado, todo lo contrario: está abierto, porque todavía se continúa investigando y escribiendo, procurando iluminar las teorías y las experiencias mundiales. Wright Mills y Gerth (1971) califican al liderazgo como “toda relación entre uno que guía y uno que es guiado, y esta relación se basa en la autoridad entendida esta como un poder que, por una parte, se ejerce consciente e intencionalmente y que, por otra, se acepta y se reconoce espontáneamente”. Al respecto, Verba (1970) y Sherif (1962) señalan que “el status del líder existe dentro de un grupo y no fuera del mismo” y, al mismo tiempo, confirma Lang (1964) que “el líder es el punto focal de la actividad de su grupo”. Se puede decir que son líderes los que dentro de un grupo detentan tal posición de poder que influye en forma determinante en las decisiones de carácter estratégico, poder que se ejerce activamente y que encuentra una legitimación en su correspondencia con las expectativas del grupo. Sobre esta caracterización, Wright Mills y Gerth (1971) distinguen tres tipos de líder: el de routine, el innovador y el precursor. El líder de routine cumple dentro de los límites previstos un papel de guía de una institución ya existente –no crea y no reelabora su papel ni el contexto en que lo desempeña. El líder innovador reelabora radicalmente un papel de guía de una institución ya existente y a pesar de todo reelabora el papel mismo de esta institución. Y el líder precursor crea su papel, pero no tiene ninguna posibilidad de desempeñarlo. La mayoría de los autores de las ciencias sociales que investigaron el concepto de liderazgo-jefatura profundizaron su desarrollo –desde las definiciones mencionadas– a partir de cinco premisas del líder-jefe: rol, función, contexto, personalidad y seguidores.

Juan Domingo Perón, en relación con las palabras “liderazgo”, “jefatura”, “líder” y “jefe”, evolucionó los dos universos terminológicos conceptuales existentes: el griego (antiguo) y el europeo y norteamericano (moderno). En relación con el universo griego, transformó los postulados de Sócrates, Platón y Aristóteles sobre los valores de las personas que gobiernan, porque: a) la condición de ser sabio no garantiza la condición del buen gobernante; b) la condición vertical y unilateral de poder anula la participación de las mayorías y construye un modelo de exclusión social; y c) la ausencia de los ciudadanos y las ciudadanas en la política construye un sistema de gobierno elitista, discrecional, arbitrario y autoritario. Sobre el universo europeo y norteamericano, restauró y reformuló las teorías sobre “liderazgo” y “jefaturas”, porque: a) la relación con el pueblo se basa en la doctrina –no en el poder–; b) la relación con el tiempo y el espacio no es limitada –no existen instituciones, ni personas determinadas, ni un tiempo finito–; y c) la relación que se construye es horizontal, perfectible y evolutiva –no es a partir de la autoridad, ni del mando, ni de la obediencia. Además, supo poner en práctica, sutilmente, algunas de aquellas modalidades de conducción nativas que aprendió a mediados de la década del 30 en la región patagónica, constituyendo ésta su última etapa formativa.

Valores, filosofía y utopías –griegas, antiguas, y europeas y norteamericanas, modernas– que Perón transformó en Doctrina, Teoría y Realización. Porque la felicidad de una persona solo se logrará si se realiza toda la comunidad donde vive esa persona, “el yo en nosotros”. Y de esta forma, al confirmarse “el pueblo feliz”, se alcanzará la grandeza de la Nación.

Un conductor o una conductora piensan, sienten, planifican, construyen y realizan un proyecto de país. Y su filosofía es la conducción política que está integrada por un conjunto de conocimientos y prácticas –vitales e inertes de la teoría y de la naturaleza humana– que requieren ser difundidas para que cada persona pueda sentir, conocer, aprender, participar y ser parte real del proyecto de Nación, para lograr la felicidad de toda la comunidad.

 

La revolución justicialista fue la obra de la conducción política

La crisis política y civilizacional del modelo oligárquico argentino hacia 1930 constituyó uno de los fertilizantes de la revolución nacional justicialista, por varias razones. El mundo que presentaba las consecuencias catastróficas de la expansión de una racionalidad instrumental y de una falacia como el progreso indefinido, al mismo tiempo presenció el progreso de diversas formas de imperialismo, transformando los idearios libertarios burgueses en instrumentos de opresión. Además, la bipolaridad de la Guerra Fría entre la Unión Soviética y Estados Unidos desafiaba a la ciencia, la técnica y al mercado, sin tener presente la dignidad humana y el sentido trascendental de la vida.

En este contexto, la República Argentina se ponía de pie y exigía una auténtica democratización política y la defensa de nuestros recursos materiales. Puede observarse, entre 1932 y 1945, la prédica protoperonista de FORJA (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina) que, entre otros objetivos, se planteaba la necesidad de impulsar un proceso de descolonización cultural, política y material a través de una exaltación anticolonialista. Arturo Jauretche (1968) y Raúl Scalabrini Ortiz (1931) –destacados integrantes[9] de FORJA– harán visible la dominación y el saqueo por parte de los británicos y junto con sus compañeros predicarán a los cuatro vientos: “Somos una Argentina colonial, queremos ser una Argentina libre”. En consecuencia, reclamarán –con profunda angustia– la recuperación de una conciencia nacional que sustituya a las perimidas estructuras coloniales del país agroexportador.

La labor de develar las estructuras coloniales que sostuvieron a nuestro país bajo el oprobioso dominio británico por más de un siglo[10] desde 1816 contará –entre otros grupos– con un sector militar convencido de que la industrialización constituía un requisito necesario para la defensa integral del país, de acuerdo con los preceptos filosóficos de Colmar Von Der Goltz (1927).

Las grandes revoluciones se gestan en escenarios complejos. Las circunstancias para que estallara el antiguo orden no resultaban condiciones suficientes para llevar a cabo un cambio trascendental. Las tentativas para definir las bases de un Estado de Bienestar –de origen burgués– solo constituían parches.

Debe tenerse en cuenta, como sostiene Eric Hobsbawm (1996), que entre 1789 y 1848 los burgueses convalidaron una la hegemonía antropocéntrica, basada en una fe ciega sobre la razón consagrada por el principio categórico de René Descartes: “Pienso, luego existo” (cogito ergo sum).[11] Las burguesías europeas reemplazaron el paradigma escolástico por la Ilustración, brindando “luz al oscurantismo medieval” y organizaron “sociedades” bajo un modelo de civilización asentado en los valores de libertad individual, igualdad jurídica y fraternidad entre los pueblos, modelo que fue legitimado por los pensadores denominados “contractualistas”.[12] Las guerras fratricidas pusieron en cuestión este paradigma que tiñó al mundo de una incertidumbre pesimista. El comunismo proletario con la Revolución Rusa de 1917 será el primer modo de producción que se contraponga a las nefastas consecuencias de la lógica burguesa, pero inmediatamente caerá prisionero de ella.

Frente a un contexto belicista y expansionista, la Argentina tentará una tercera posición denominada “justicialista”, con una filosofía que se ocupa del ser humano –no como un individuo solitario y aislado, sino como ser comunitario–, se transitará de un “yo hacia un nosotros”, y las nociones trascendentes darán por tierra con una concepción lineal y efímera de la vida, orientándola hacia la felicidad colectiva y la trascendencia heroica, con la mirada puesta en América. En palabras del entonces presidente de la Nación, en el discurso de clausura del Primer Congreso Nacional de Filosofía de 1949, el diagnóstico de aquella realidad era el siguiente: “La crisis de nuestro tiempo es materialista. Hay demasiados deseos insatisfechos, porque la primera luz de la cultura moderna se ha esparcido sobre los derechos y no sobre las obligaciones; ha descubierto lo que es bueno poseer mejor que el buen uso que se ha de dar a lo poseído o a las propias facultades” (Perón, 1949b: 26).

Un año después, al inaugurar el 84 período ordinario de sesiones del Honorable Congreso Nacional, Perón ampliará estos conceptos: “En el orden político, la Tercera Posición implica poner la soberanía de las naciones al servicio de la humanidad en un sistema cooperativo del gobierno mundial. En el orden económico, es el abandono de la economía libre y de la economía dirigida por un sistema de economía social al que se llega poniendo el capital al servicio de la economía. En el orden social, la Tercera Posición entre el individualismo y el colectivismo es la adopción de un sistema intermedio cuyo instrumento básico es la justicia social. Esta es nuestra Tercera Posición, que ofrecemos al mundo como solución para la paz” (Perón, 1950b: 67).

Ante la violencia expansionista y competitiva que impulsaron los países centrales, el peronismo –desde su condición periférica– proclamó un modelo pacifista, solidario y humanista. Esta propuesta estará conducida estratégicamente por un equipo encabezado por Juan Domingo Perón y un amplio grupo humano de pensadores, hombres y mujeres de la cultura, y funcionarios comprometidos –entre otros– con los postulados de la Nueva Argentina, dotados de convicciones y anhelos.

Un “líder” y un “jefe” suelen sustentar su posición por motivaciones individuales, egoístas y hedonistas. Por el contrario, el “conductor” será el reflejo de la voluntad del pueblo-comunidad –una masa numeral trasmutada en pueblo organizado. La motivación del “conductor” no será lograr reconocimiento y popularidad, sino constituir un vínculo moral de prestigio y de afecto necesario para llevar adelante una epopeya revolucionaria que trascienda a la humanidad: “La humanidad conoce dos azotes que la han agobiado en su historia: el imperialismo que, al suprimir la libre determinación de los pueblos, la soberanía de las naciones y la independencia económica de los países, los priva de su libertad esencial; y las dictaduras, que al suprimir la libertad individual, insectifican al hombre. Las dictaduras son de efecto limitado en el tiempo y en el espacio, ejercen y alcanzan solo una acción parcial. Los imperialismos son relativamente permanentes y alcanzan a todos. Por eso las dictaduras se abaten por acción local y los imperialismos solo ceden ante la acción de todos” (Perón, 1958a: 156).

Desde la Secretaría de Trabajo y Previsión (2 de diciembre de 1943 a 10 de octubre de 1945), cumpliendo una de las labores más importantes de su condición, Juan Domingo Perón promovió inicialmente la organización y la unificación de la fuerza de trabajo, condición necesaria para capitalizarla equitativamente. La organización de los diversos factores que componen una comunidad será vital y la misión comenzará a adquirir carácter nacional a partir del 4 de junio de 1946.

El carácter estratégico implicará, para el primer peronismo, sensibilidad e imaginación para comprender la realidad. Los derechos laborales y gremiales otorgarán coherencia al proyecto industrialista del Plan de Gobierno 1947-1951 –conocido como Primer Plan Quinquenal– orientado fundamentalmente a la creación del mercado interno para desarrollar las fuerzas productivas con centralidad en el trabajo. Desde el punto de vista filosófico, para el peronismo el trabajo es el que crea el capital, y no viceversa: “No existe para el peronismo más que una sola clase de hombres y mujeres, ‘los que trabajan’. En la Nueva Argentina, el trabajo es un derecho que crea la dignidad, y es un deber, porque es justo que cada uno produzca por lo menos lo que consume” (Perón, 1950a: 45).

Durante sus vastos recorridos por el país, Perón observará y describirá las desigualdades e injusticias, pero también vislumbrará las potencialidades naturales y materiales del territorio nacional. La mirada estratégica y la habilidad táctica implicaban sentir y ver para apreciar, apreciar para resolver, y resolver para actuar.

En un discurso pronunciado en la celebración del primer aniversario de la Secretaría de Trabajo y Previsión, Perón expresó: “No permitiremos que este capitalismo despótico triunfe en la Argentina. Desarraigaremos sus brotes hasta extirparlos definitivamente. Queremos un capital humanizado, que mantenga reacciones cordialmente humanas con sus obreros y con el Estado. Se seguirá, pues, una política que tienda a humanizar el capital en su triple aspecto: financiero, rural e industrial. No cabrán términos medios en esta labor. O el capital se humaniza, o es declarado indeseable por el Estado y queda fuera del amparo de las leyes. La Revolución Nacional –Justicialista y Social– no admitirá jamás la explotación del hombre por el hombre. La Revolución Nacional está en pugna contra todo lo que sofoca o destruye la augusta dignidad de la persona humana. Por esto, antes de las reivindicaciones materiales, se afirma la necesidad de elevar la cultura social, dignificar el trabajo y humanizar el capital. A la obtención de estos principios éticos se dedicarán todos los afanes. Las demás realizaciones deberán apuntar a esta superior finalidad de orden moral” (Perón, 1944).

La comunidad organizada se asienta en la fe sobre los valores morales de la humanidad, y en particular los del propio pueblo. Perón descreerá de la existencia de un contrato social en términos rousseaunianos, y admitirá una comunidad conformada por lazos de proximidad y dotada de una potencia auto-organizativa, expresada –entre otros actores– en las denominadas “Organizaciones Libres del Pueblo” (OLP).

En todo conductor o conductora se encuentra presente un más allá de sus propios tiempos políticos: capacidades de organización, planificación, implementación, evaluación y proyección. Atributos que Perón mantuvo para asegurar la vigencia y el cumplimiento real de las políticas públicas y de los derechos conquistados durante la revolución social justicialista.

Las realizaciones logradas hablan de la conducción política, y podemos integrar el conjunto extraordinario de acciones en el siguiente decálogo: a) el Plan de Gobierno, el Segundo Plan Quinquenal, y el Plan Trienal; b) la Constitución Nacional de 1949; c) la Patria Grande; d) el ABC;[13] e) la ATLAS;[14] f) el Estado nacional, social y popular; g) la protección y la promoción de los trabajadores y las trabajadoras; h) la consagración de derechos de las mujeres; i) la proclamación de la niñez, la juventud y los pueblos originarios; j) la preservación y el desarrollo de la Antártida Argentina y la defensa de las Islas Malvinas.

La doctrina habla de la creación del conductor: “justicia social, independencia económica y soberanía política” (1946-1955), y demuestra la actualización doctrinaria a partir de “la reconstrucción –del ser humano– y la liberación nacional” (1973-1974). El pueblo recuerda las realizaciones de un proyecto de país y siente en el corazón la doctrina, y de estas formas se vincula directamente con el conductor.

 

Conducción política: doctrina, teoría y unidad

Para comprender cabalmente cuál es la importancia de la conducción acudamos a las ideas de un conductor que jamás se percibió como político. Juan Perón afirmaba con profunda humildad que en política era un aficionado, que su verdadera profesión era la de conductor, y para ello se había preparado. La preparación de Perón se encuentra en sus orígenes, en su etapa de formación, y su escritura –como legado– confirma quiénes fueron sus principales referentes teóricos de la conducción. Principalmente, se destacan las figuras de Colmar Von der Goltz (1927), Alfred Von Schlieffen (1928), Carl Von Clausewitz (1968), Ferdinand Foch (1911) y Francisco Fasola Castaño (1927).

En su primera publicación, Frente Oriental de la Guerra en 1914, Perón habla de la conducción militar, pero a partir del segundo libro, Apuntes de Historia Militar, empieza a construir a los 37 años los fundamentos para la creación de la conducción política. Este texto será la génesis de la escritura conceptual de la teoría de la conducción política.

La genialidad de Juan Domingo Perón fue haber adaptado y transformado su formación militar a su formación política.

En el primer libro militar, titulado Frente Oriental de la Guerra en 1914 (1931), Perón desarrolla el concepto de conducción estratégica y conducción operativa, resaltando que la conducción superior debe tener organismos dependientes encargados de descentralizar la conducción, estableciendo las siguientes relaciones de comando: “tienen que existir un comando estratégico y un comando operativo, destinados el primero a la operaciones de conjunto y el segundo para la conducción de las operaciones específicas. A la cabeza de un ejército debe colocarse a un comando superior –un general. El jefe de Estado que efectúa tal nombramiento cree poseer en el designado un conductor. Pero muchas veces, el jefe de Estado se verá desilusionado, pues un conductor no se hace por decreto, sino que nace y es destinado con anterioridad” (Perón, 1931: 215). Los conductores deben tener cualidades morales determinantes: “un conductor tiene por misión aniquilar o dominar completamente a un adversario, aunque sea superior, del cual no sabe dónde está, hacia dónde marcha y qué intenta hacer. Muchos pueden ser los caminos que elija un conductor para cumplir esta misión y muchos podrán ser también los arbitrios de que se valga para ello, pero su orientación no estará nunca fuera de los límites de la norma trazada por su personalidad moral, si él es quien ha fijado tal operación” (Perón, 1931: 225). En concordancia con los pensamientos de Perón, Alfred Von Schlieffen señala: “El conductor deberá seguir tenazmente el camino que él elija para alcanzar su objetivo, salvar con máxima energía todas las dificultades que se opongan, encontrar pronto un arbitrio en las circunstancias imprevistas, buscar el éxito hasta el último extremo y soportar los golpes del destino. El conductor debe sentirse apoyado y protegido por un ser superior” (Groener, 1928: 72).

En el segundo libro, denominado Apuntes de Historia Militar (1932), Perón le dedica el Capítulo VIII a la conducción. Confirma que la conducción tiene una parte viviente que es el conductor, y una parte inerte que es la teoría de la conducción: “Arte militar y conductor son los dos elementos inseparables. El primero representa la teoría misma del arte y, el segundo, al artista. El conductor es el destinado a dar vida y formas prácticas a esa teoría. De él depende, pues, la totalidad de la obra que realice. La historia, que es verdad y es justicia, nos enseña la extraordinaria importancia del conductor” (Perón, 1932: 237).

Los pensamientos de Colmar Von der Goltz aparecen permanentemente en los escritos militares de Perón. En el libro La Nación en Armas (1927) Von der Goltz presenta la necesidad de la movilización y la convergencia de todos los recursos –humanos, económicos e ideológicos– de una Nación para organizar los pueblos para la defensa –la paz. Y desde estos postulados el mariscal prusiano se refiere a la conducción, sosteniendo que los conductores deben tener las siguientes cualidades humanas:[15]

a) la voluntad: porque el dominio de los adversarios se funda en una exigencia impuesta con decisión, y una vigorosa voluntad no es concebible sin la confianza en sí mismo; la duda es la destructora de la confianza en sí mismo, la enemiga mortal del éxito; personas muy intelectuales buscan generalmente demasiado tiempo el mejor medio y pierden de vista que se trata ante todo de hacer a tiempo lo conveniente;

b) la responsabilidad: el valor de la responsabilidad es un precioso don, a favor del cual se pueden realizar grandes acciones, pues si la experiencia y los conocimientos no fuesen suficientes, es muy posible encontrar colaboradores que lo completen en este sentido, porque muchos hombres se lanzan sin meditar a los más graves peligros cuando la responsabilidad es de otro;

c) la nobleza del alma: es un sentimiento de altivez que puede ser innato o adquirido por la educación y por la escuela del destino; la nobleza del alma ofrece una sólida garantía contra las influencias del peligro y de la desgracia sobre la actitud propia; da la tranquilidad contra la cual se estrella la nerviosidad, como el mar agitado contra la roca, y produce el equilibrio interior; Carl Von Clausewitz señala que “un corazón fuerte no es solamente aquel capaz de enérgicas determinaciones, sino aquel que, al tomarlas, se mantiene en equilibrio al igual que la brújula en el navío sacudido por la tormenta conserva su perfecto estado. El corazón fuerte es la nobleza del alma”;

d) la ambición: es la aspiración natural en ciertas personas a dejar de sí una larga memoria; es el impulso del alma, la fuente y la causa que lleva a los grandes esfuerzos y que produce los actos inmortales; sin ambición, las grandes acciones de la historia no habrían sido posibles; y

e) el espíritu creador: las ideas propias serán siempre necesarias y el deseo de emplearlas debe ser una fuerza continuamente productora; esa fuerza posibilita obtener una superioridad manifiesta sobre los adversarios, porque se los sorprenderá continuamente.

Juan Domingo Perón confirma que, si al espíritu creador se reúnen la voluntad, la responsabilidad, la nobleza del alma y la ambición, nacerá entonces el amor a la gloria y la necesidad de acción. Esta necesidad impondrá grandes exigencias a las fuerzas propias, porque el conductor será valorado no solo por su teoría sino, fundamentalmente, por todas las realizaciones concretadas.

Más allá de estas cualidades, es importante mencionar también el concepto del valor que introduce Von der Goltz: “el conductor necesita de un valor particular, no es el valor adquirido por la educación, el que es de utilidad para el conductor. El conductor necesita de esa sangre fría innata, que es una cualidad muy rara, sirve al que la posee sin que este se dé cuenta de ello. Un valor innato no necesita para su conservación de una corriente eléctrica producida artificialmente, porque es únicamente un valor que no alcanza a comprender que no se tenga valor. Es un valor semejante al que Shakespeare le atribuye a César cuando le hacer decir las palabras: ‘Entre todas las maravillas de que oído hablar, ninguna tan grande como la existencia de hombres que temen la muerte, el destino de todos, cuando saben que llega inevitablemente cuando debe llegar’” (Von der Goltz, 1927: 163).

Perón sostiene que es necesario para el conductor el conocimiento profundo de los secretos de la naturaleza humana. Un conductor debe saber mirar el interior de los corazones, a fin de apreciar bien lo que puede esperarse de ellos en un momento dado.

La comprensión de su pueblo enseña al conductor a hallar el buen camino. El conocimiento de las personas le hace elegir también a las apropiadas para las distintas acciones. Con estas decisiones se construye el éxito, porque por medio de los auxiliares se completan las cualidades que le faltan al conductor, y se aumenta la eficacia de las que posea.

Desde Apuntes de Historia Militar a Conducción Política transcurrieron 19 años y, en estas casi dos décadas, la formación, la preparación y la experiencia extraordinaria de Perón le permitieron difundir la única teoría de la conducción política que existió en la historia argentina.

En 1951 se publicó Conducción Política, la obra más reconocida y contemplada de Perón. En este texto, que difundirá la teoría de la conducción, se publicarán las clases que Perón desarrolló como profesor.[16] La conducción política posee tres elementos, que son “la arcilla en la que se trabaja la conducción política”: los conductores, los cuadros –los auxiliares de la conducción– y la masa. Es importante despertar en la masa el sentido de la conducción a través de una causa permanente, y tiene que existir una preparación moral para que la masa sienta el deseo y la necesidad de ser conducida. La masa, que en su naturaleza es amorfa y es inorgánica, debe participar de la organización –que evoluciona con el tiempo– para conocer la doctrina –que es una orientación con grandes principios.

En la organización política se construye desde abajo hacia arriba y desde la periferia hacia el centro, para alcanzar la perfección orgánica –continente– y alcanzar la perfección humana –contenido. “De esta forma la masa va a llevar al conductor cuando el conductor no pueda llevar a la masa, pero si la masa no está capacitada, cuando el conductor flaquee se hunde con toda la masa. Por eso, conducir es difícil, porque no se trata solamente de conducir. Se trata, primero de organizar; segundo de educar; tercero de enseñar; cuarto de capacitar; y quinto de conducir” (Perón, 1951: 26).

Un conductor o conductora no pueden llegar a cada uno de los millones de hombres y mujeres que conduce: la única forma de aproximarse es a través de la doctrina, porque “pone a todo el mundo a patear para el mismo arco” (Perón, 1951: 27). La doctrina da dirección a la masa y la organización da unidad de concepción y unidad de ejecución. Las revoluciones y los procesos históricos que no tuvieron doctrina fracasaron, porque se deformaron y quedaron en el olvido.

Juan Domingo Perón realiza una tipología de la conducción en la historia argentina y revela la existencia de dos modelos: a) antigua conducción y b) moderna conducción. La antigua se refiere al contacto de las masas con caudillos de segundo orden, porque buscaban el apoyo electoral –no el apoyo moral– y además iban detrás de otros hombres –no detrás de una causa–: “la antigua conducción se refiere al sectarismo y a la descomposición política de los últimos 50 años, donde los partidos políticos cambian de caudillos o jefes, de causas y de nombres. Los partidos políticos no saben lo que quieren, no se actualizaron y no evolucionaron, porque envejecieron los caudillos y envejecieron los partidos porque no tuvieron doctrina” (Perón, 1951: 35). Y la moderna conducción comprende al universalismo y al conductor que por intermedio de la doctrina se relaciona con la masa, elevándose la cultura y la dignidad del pueblo: “Antes se decía ‘Hay que educar al soberano’ y todo el mundo le daba vino y empanadas, y hoy nosotros decimos ‘Hay que elevar la cultura y la dignidad del pueblo’ y nos ponemos a trabajar para hacerlo” (Perón, 1951: 40).

La antigua conducción política estaba presidida por un caudillo –o jefe– y era sectaria, racional, electoral, sin causa y sin contacto con la masa; y la nueva conducción política tiene un conductor y es universal, emocional, humana, educativa, con doctrina y con contacto directo con la masa.

Perón sintetiza magistralmente la conducción política en una tríada de elementos conceptuales: doctrina-teoría-ejecución, que permiten pasar de una unidad de concepción a una unidad de acción. Al respecto, enuncia lo siguiente: “La doctrina da nacimiento a la teoría, que es el análisis y el desarrollo de ese principio. La doctrina no solamente se enseña, la doctrina se inculca. No va dirigida solamente al conocimiento, sino que va dirigida al alma de los hombres. La doctrina no es suficiente conocerla; es necesario comprenderla y sentirla. En cambio, la teoría (que nace de la doctrina) es suficiente aprenderla, conocerla y comprenderla, porque va dirigida exclusivamente al conocimiento. Y las formas de ejecución que surgen de esa doctrina son el método de acción para poner la teoría en ejecución. De la doctrina se pasa a la teoría y de la teoría se pasa a las formas de ejecución” (Perón, 1951: 56).

En la conducción política tiene que existir un método que posea cuatro condiciones fundamentales: a) simple –porque si es complicado no se cumple–; b) objetivo –que vaya a una finalidad y que sepa lo que quiere–; c) estable –que tenga permanencia en la acción–; y d) perfectible –que se vaya actualizando y sea dinámico.

En este desarrollo es importante mencionar que la conducción política debe estar basada en la transigencia y en la persuasión: “Solo se debe ser intransigente en los grandes principios. Hay que ser comprensivo y conformarse con que se haga el cincuenta por ciento de lo que uno quiere, dejando el otro cincuenta por ciento a los demás. Pero hay que tener la inteligencia para que el cincuenta por ciento de uno sea el más importante” (Perón, 1951: 116).

La conducción es un arte “sui generis” –distinto de todos los demás– porque presupone permanentemente creación. El arte de la conducción tiene dos partes: a) la parte vital del arte –el conductor– y b) la parte inerte del arte –la teoría del arte y su técnica. La teoría del arte la pueden aprender todos, pero el secreto superior –que nadie conoce– es la creación.

El conductor debe poseer las siguientes diez condiciones: a) ser un creador; b) ser un constructor de éxitos; c) no debe ser autoritario ni intransigente; d) tener valores intelectuales –capacidad, criterio, método–; e) tener valores morales –espirituales–; f) sentir una fuerza superior para consolidar su fe interior; g) ser persuasivo; h) tener dominio de la pasión y de la razón; i) ser bondadoso, y j) tener iniciativa y capacidad de acción.

Perón confirma que la política no se aprende, se comprende: “hay hombres que han hecho política toda su vida y nunca la comprendieron; así como hay hombres que quizás jamás hicieron política, pero cuando actuaron, lo hicieron bien porque la habían comprendido” (Perón, 1951: 165). Finalmente –en el misterio de la comprensión de la política– Perón presenta un conjunto de principios que el conductor debe observar y conocer, entre los que se destacan: a) principio de la economía de fuerzas; b) principio de la información; c) principio del secreto; d) principio de la sorpresa; y e) principio de la necesidad de accionar en la conducción con unidad de concepción y unidad de acción.

 

Conducción política, organización y libertad de acción

El oficio de conducir en aquellos tiempos estuvo nítidamente vinculado con la promoción y el fomento estatal de la organización comunitaria. Cuando Juan Domingo Perón asumió la dirección del Departamento de Trabajo y Previsión manifestó de forma clarificadora la siguiente expresión: “Con la creación de la Secretaría de Trabajo y Previsión se inicia la era de la política social argentina. Atrás quedará para siempre la época de la inestabilidad y del desorden en que estaban sumidas las relaciones entre patrones y trabajadores” (Perón, 1943). El desorden de la masa obrera encontraba su origen en el proyecto oligárquico, agroexportador y económicamente primarizado. La oligarquía dirigía los destinos del país desde la culminación de las guerras civiles y la unidad productiva que sería la tierra en una suerte de fisiocracia vernácula. No se requería para ello una gran masa de trabajadores, y en los latifundios primaba la sobreexplotación. La sanción del Estatuto del Peón Rural[17] será la nave insignia en materia de organización de la fuerza de trabajo. A partir de este acto administrativo se establecerá un salario mínimo y se procurará mejorar las condiciones de alimentación, vivienda y trabajo de los trabajadores y las trabajadoras rurales. En aquella revolución jurídica también se estableció el seguro social y la jubilación que benefició a dos millones de personas.

Cierta industrialización no deseada por sustitución de importaciones había permitido una mayor presencia de los trabajadores y las trabajadoras de talleres urbanos en la economía interna, pero aún faltaban unas cuantas decisiones políticas y jurídicas contundentes para impulsar un auténtico proceso industrializador.

Cuando Perón se hizo cargo del Departamento Nacional de Trabajo –que estaba ubicado en la Sección Trabajo y Previsión Social del Ministerio del Interior– decidió organizarlo y conducirlo. Con la ayuda de antiguos funcionarios de esa dependencia, de algunos de sus camaradas de armas –Domingo Mercante– y de dirigentes sindicales –Ángel Borlenghi y Juan Atilio Bramuglia– logró separar dicha dependencia de la jurisdicción del Ministerio del Interior y convertirla en Secretaría de Trabajo y Previsión. En su etapa inicial, a fines de 1943, incorporó a la misma otras reparticiones, entre ellas las Cajas de Jubilaciones y Pensiones de los Obreros y Empleados de Empresas Particulares, la Caja de Jubilaciones de Periodistas y la Junta Nacional de Desocupación. En un principio, la Secretaría de Trabajo y Previsión absorbió las secciones de Higiene Industrial y de Leyes de Previsión Social, pertenecientes a la Dirección de Salud Pública y Asistencia Social. Dio origen así a un organismo estatal que tuvo varias competencias íntimamente relacionadas: a) arbitrar en los conflictos obreros patronales; b) confeccionar las leyes laborales; c) vigilar la aplicación de las preexistentes; d) reglamentar el funcionamiento de las asociaciones profesionales; y e) preparar el terreno jurídico e institucional para el desarrollo de las políticas sociales. A partir de allí se logró la sanción de las leyes laborales que modificaron estructuralmente las condiciones en las que se llevaba adelante cada actividad.

Es muy importante destacar que en ningún momento se pensó en incorporar la fuerza del trabajo al Estado. Por el contrario, acciones y normativas constituyeron actos propios de un Estado promotor como el Estado Justicialista, a saber: a) la creación de Tribunales de Trabajo; b) la fijación de mejoras salariales; c) el establecimiento del aguinaldo para todos los trabajadores y las trabajadoras; y d) el reconocimiento de las asociaciones profesionales. De esta manera, la relación capital-trabajo se ponía en función de la justicia social.

Resulta preciso poner en valor la importancia del conductor y su organización estratégica. El objetivo soberano de la liberación del país requería de conducción táctica y estratégica y de sustentación en la unidad de concepción –justicia social, independencia económica y soberanía política. Debido a estas razones, desde que asumió en la función pública, Perón se dedicó a promover la organización del pueblo. Así, sostendrá que: “Lo importante es establecer con toda claridad que la conducción se hace en base al dominio de una masa organizada o sea de un pueblo, que no es otra cosa que una masa organizada; que ese dominio no se ejerce por la popularidad, sino por el prestigio, que es la base de todo; prestigio que da ese dominio general y permanente al conductor y que le da libertad de acción” (Perón, 1951: 73).

La Tercera Posición y su concepción filosófica necesariamente debían llegar al corazón de cada ciudadano y cada ciudadana y, complementariamente, tenían que conocerse, pero fundamentalmente debían sentirse. En la inauguración de la cátedra de Defensa Nacional en la Universidad de la Plata, en 1944, Perón explicó “la importancia del significado de que el pueblo viva feliz; porque quien no logra esa felicidad no defenderá a su patria ni a sus semejantes”.

En la lógica de la conducción política, la libertad de acción es fundamental para lograr los objetivos propuestos y no depender de presiones internas obstaculizadoras en el proceso institucional y en el proceso social. Un claro ejemplo ha sido la necesidad de participar con el Congreso de la Nación en el debate y el apoyo de iniciativas integrantes del proyecto nacional. Esta situación brindaba libertad de acción para sancionar las leyes y aprobar propuestas que dieran sustento a la revolución social justicialista. Una de las primeras reformas que realizó el primer peronismo se focalizaba en la nacionalización de la banca: “¿Qué era el Banco Central? Un organismo al servicio absoluto de los intereses de la banca particular e internacional. En nombre de teorías extranjeras desoía los justos reclamos en favor de una mayor industrialización, que era la base de la independencia del país. Por eso, su nacionalización ha sido, sin lugar a dudas, la medida financiera más trascendental de estos últimos cincuenta años” (Perón, 1947).

La organización, la libertad de acción y el prestigio de quien conduce garantizan la toma de decisiones para alcanzar los objetivos. No perdamos de vista que el Banco Central había sido creado para proteger los depósitos extranjeros: los directores eran ingleses e históricamente estuvo al servicio de la especulación financiera –económica y política.

Un jefe o una jefa mandan. Tienen la voz de mando porque han logrado por méritos propios o ajenos llegar a un cargo que les permite controlar y vigilar que la reproducción del sistema capitalista no se detenga. Pero un conductor o una conductora deben escuchar, procesar y persuadir. Sus habilidades estarán por encima del mando y deben responder a la demanda del pueblo. Escuchan, dialogan con sus funcionarios y asesores, desarrollan la estrategia y luego persuaden a quienes deben llevar la operación a la práctica.

Un conductor o una conductora deben ir siempre por la conquista principal, que es la felicidad del pueblo que los apoya, como prerrequisito necesario para lograr la grandeza de la Nación que gobiernan. “Nosotros, señores, aspiramos a una política de masa, de masas populares. Para nosotros siempre es el pueblo el que decide; para nosotros es el pueblo el que gobierna por intermedio de sus representantes. Y para nosotros, es para el pueblo, exclusivamente para el pueblo, para el que estamos obligados a trabajar” (Perón, 1949).

La conducción política del gobierno peronista modificó las relaciones de poder entre el capital y el trabajo. Por primera vez el capital se ponía en función de la industrialización y la riqueza era generada por el trabajador y la trabajadora que producían con su fuerza física o creativa. No ha sido fácil subordinar el campo a la industria, el capital al trabajo y la concentración de la riqueza a la justicia social.

Ante este escenario, Juan Domingo Perón planteó la necesidad de una unidad de concepción, un sentir común sobre la idea de Estado y Nación, declarando: “Debemos confesar que la acción está siempre por sobre la concepción, porque en este tipo de preparación de multitudes, lo que hay que presentar como punto de partida es una unidad de concepción, para que esa unidad de concepción, consecuentemente con la marcha del tiempo, vaya realizándose con absoluta unidad de acción. Solamente así es posible vencer en los grandes movimientos colectivos. La unidad de concepción está en la teoría y en la doctrina; y la unidad de acción está en la buena conducción del conjunto de esa doctrina y de esa teoría” (Perón, 1951: 124).

La historia nos permite afirmar, sin temor a equívoco, que solo los grandes conductores y las grandes conductoras logran asumir la libertad de acción y el prestigio necesarios para echar por tierra las estructuras económicas, culturales y sociales de un modelo de país semicolonial, elitista y con enorme desigualdad distributiva, para transformarlo en una Nación libre, justa y soberana.

 

La obra de la conducción estratégica trasciende los tiempos

“Unidos o dominados” nos encontraría el 2000 para este realizador político. El conductor pensó estratégicamente con una mirada a corto, mediano y largo plazo, y lo advirtió. Perón se imaginaba el mundo del fin de siglo.

Fue uno de los primeros mandatarios en ocuparse del problema ambiental. Mientras Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) se medían en una competencia armamentística, nuclear y espacial, en la República Argentina el justicialismo hablaba de paz, unidad y cuidado del planeta. El conductor observa, diagnostica, planifica estratégicamente y lleva adelante la realización.

Juan Domingo Perón pensó la Comunidad Organizada (1949) para dar unidad de concepción, brindó clases en la Escuela Superior Peronista (1951) para transmitir la unidad de acción y enseñar sobre Conducción Política (1951) y luego, en 1974, dio a conocer el Modelo Argentino para el Proyecto Nacional, que contemplaba el presente y el futuro de la patria.

El justicialismo pensó más allá de los límites geográficos y políticos, pensó en el planeta y en el continente hermanado. La filosofía justicialista se ocupa del alma, de la psicología, de las emociones y de la armonía espiritual que necesita el pueblo para vivir plenamente y realizarse. Las palabras de Perón en 1949 nos ayudan a contemplar tanta sabiduría: “Pero Fichte va más lejos todavía: el grado supremo solo llega a lograrse –nos dice– cuando sobre ese ciego deseo de poder y sobre la arbitrariedad del individuo se sobrepone en uno la voluntad de libertad, de soberanía del hombre, la voluntad racional. El hombre no es una personalidad libre hasta que aprende a respetar al prójimo” (Perón, 1949b).

La libertad colectiva se garantiza con la organización de la comunidad y la creación de mecanismos dialógicos. Los cuadros auxiliares hacían llegar las necesidades y reclamos del pueblo para que el conductor formulara una respuesta táctica. La conducción de la masa nunca fue por medio de la imposición, nunca fue la voz de un jefe obligando.

Las tres banderas del justicialismo –justicia social, independencia económica y soberanía política– mantuvieron los objetivos de la planificación y de la organización. Y la libertad y el amor por la patria hicieron que no fueran necesarios el autoritarismo, la represión, ni ningún otro mecanismo de restricción o de coacción que limitara y condicionara el pensamiento, la voz y la acción del pueblo. Perón citaba las siguientes palabras en el encuentro de Filosofía: “De Rabindranath Tagore son estas frases: ‘el mundo moderno empuja incesantemente a sus víctimas, pero sin conducirlas a ninguna parte. Que la medida de la grandeza de la humanidad esté en sus recursos materiales es un insulto al hombre’” (Perón, 1949b).

La idea de que la grandeza de la humanidad está estrechamente relacionada con la liberación nacional confirma que ningún ser humano se realiza en soledad, como tampoco una Nación se libera si las otras no lo logran. “El proceso que estamos haciendo lo hemos llamado Reconstrucción, pero al decir Reconstrucción no queremos solo decir arreglar las casas, la economía o la industria, sino también reconstruir a los hombres. Tenemos que hacer una organización para lo que debemos realizar. Esa organización ha de ser para la Reconstrucción Nacional en primer término y para la Liberación Nacional en segundo término. Necesitamos saber quién es quién, pensando que más vale un buen hombre al frente de cinco que uno malo al frente de cinco mil. Yo me quedo con el hombre que está solo con cinco, y no me quedo con el hombre que tiene cinco mil” (Perón, 1974a).

La concepción antiimperialista del justicialismo y la necesidad de garantizar a nivel continental que el capital estuviera en función del trabajo estimulaba la creación del Agrupación de Trabajadores Latinoamericanos Sindicalistas (ATLAS). Entre sus fundamentos, se reflejan las siguientes manifestaciones: “Para lograr el enaltecimiento de las masas trabajadoras latinoamericanas, y la grandeza y liberación de los pueblos, es preciso la unidad sincera de todos los trabajadores, identificados por el común propósito de afirmar, en cada país, los ideales democráticos de la justicia social, de la libertad económica y de la independencia política. ATLAS se propone luchar por el reconocimiento y la aplicación de los derechos de los trabajadores, contribuir a la unidad de la clase trabajadora en el seno de cada uno de los países latinoamericanos, procurar la unificación de los trabajadores del continente latinoamericano y promover la actividad encaminada a organizar la ayuda mutua entre las centrales nacionales. Luchar contra la desocupación y la elevación del nivel de vida de todos los pueblos latinoamericanos” (Panella, 1996: 83).

Desafortunadamente, la noción de conductor, la idea de conducción política, la necesidad de organización del pueblo y la planificación del país han ido desapareciendo del lenguaje y de la acción política del justicialismo; o lo que resulta peor, se fueron desnaturalizando, mutando y transformando en una realidad del siglo XXI que es muy difícil de sentir, explicar y aceptar en relación con la conducción política. La corrupción, el nepotismo y el particularismo constituyen el diagnóstico de la radiografía actual, cuya resonancia magnética muestra un conjunto de síntomas de una enfermedad mortal: a) el secretismo, b) la vinculación del poder a cargos estatales, c) la obsecuencia acrítica, d) el contractualismo prebendario, e) los acuerdos coyunturales tacticistas, e) la corrupción a través del sistemas de cajas, f) la pérdida del sentido místico, sacrificial, ético y moral de la política, g) la adopción de la lógica de opuestos, h) las gesticulaciones, i) los silencios hipócritas, j) la conformidad con prácticas deplorables, k) la ausencia de solidaridad, l) el menoscabo de la labor filosófica doctrinaria, y m) el narcisismo extremo. Estos síntomas han contribuido a destronar la imperiosa necesidad de construir conducciones legítimas, institutos vitales y esenciales para la conquista de la soberanía, y han conducido lentamente a constituir una clase dirigente que se retroalimenta superestructuralmente en el marco de la tristeza y la agonía que provoca la ausencia de un proyecto de país y la injusticia social.

Es cierto que las ideas originales que condujeron al justicialismo a instituir nuestra propia modernidad deben ser revisadas sin necesidad de ser sustituidas. Si se anula o se niega la realidad, los indicadores de la decadencia aumentarán hacia ribetes y vacíos insospechables, retrotrayendo a aquel pueblo organizado hacia una masa numeral anárquica y sin destino.

 

Perón fue conductor y creó una filosofía política y educativa

Podemos sostener que Perón ha creado una forma y un estilo novedoso e inédito de conducción en la historia argentina y en las ciencias sociales, y podemos confirmar que ha sido el máximo exponente de la conducción del sistema político nacional. Como conductor, elaboró una filosofía política y una filosofía de la educación reconocida como la conducción política, que es autóctona –nacional– y está sustentada en la justicia, en la independencia y en la soberanía.

Resulta llamativo que en la actualidad el sistema político vinculado a el ideario nacional y popular no se encuentra conformado ni sensibilizado por la doctrina, ni la teoría, ni la realización, legado vital del primer peronismo, ni por la experiencia exitosa del modelo de conducción política justicialista. Por su parte, ningún miembro del sistema de partidos políticos ha superado, reemplazado o evolucionado la tríada de ideas-fuerza peronistas: justicia social, independencia económica y soberanía política.

Desde el 4 de junio de 1946 hasta el 1 de julio de 1974 Perón fue el creador y el conductor de un proyecto de país –la Nueva Argentina–, de un modelo de intervención estatal –Estado Nacional, Social y Popular– y de políticas públicas inéditas en la historia argentina –planes de gobierno y Reforma Constitucional. Es indudable que en la formación excepcional de Perón se encuentran el espíritu y la influencia de los valores griegos para visualizar los valores de la condición humana y la felicidad del pueblo, y en consecuencia, la grandeza de la Nación. Ante este escenario resulta inevitable preguntarnos: ¿por qué cuando Perón –durante toda su vida– habló de “conducción política” y de “conductor”, un conjunto importante de historiadores e intelectuales sentenció y condenó a Perón como “jefe” o “líder”? ¿Cuál es el motivo e interés de falsificar la historia y demonizar a los actores que han decidido dar su vida por la patria y por su pueblo? ¿Cuál es el mensaje que quieren transmitir cuando escriben sobre el “Jefe Perón” o “Líder Perón”? ¿Cuál es el precio de la miopía y del astigmatismo intelectual de los que escriben y falsean la historia?

Las propias referencias de las ciencias sociales reconocen la ambigüedad de los términos que ellas mismas han creado y utilizan para explicar y consagrar supuestos categóricos como si fueran designios divinos e indiscutibles (Bobbio, 1998). Es necesario cuestionar los términos y las teorías formuladas por las ciencias sociales, que “ciertos cuerpos de intelectuales y profesores” repiten y reescriben, reproduciendo, multiplicando y propagando los errores y estigmas de la humanidad. Tenemos que empezar a comprender todo lo que se ha negado a través de las letras, y empezar a pensar todo lo que no está escrito. Las mismas prácticas corruptas y patológicas del sistema político atraviesan la vida del universo intelectual.

Reafirmamos nuestro principio categórico: “Existe una deuda moral y una deuda educativa para tratar como objeto de estudio, análisis e investigación al peronismo”. Juan Domingo Perón fue el conductor extraordinario de la historia argentina que quiso, supo y pudo construir una doctrina para vincularse con el pueblo. La doctrina conjuntamente con la teoría y las realizaciones del peronismo consagraron la identidad y la memoria justicialista.

Conducir es formar y es educar, y Perón formó a las dos primeras conductoras de la historia argentina: Eva María Duarte y María Estela Martínez. Perón, en la doctrina (1946) y, posteriormente, en la actualización doctrinaria (1974), dejó escrito un proyecto social, político y económico llamado Modelo Argentino para el Proyecto Nacional. Antes de morir, pensó, soñó y escribió un plan para la República Argentina con el siguiente decálogo de objetivos: a) lograr la unidad planetaria; b) reconstruir nuestra paz; c) alcanzar la integración en todos los órdenes; d) fortalecer el ser nacional; e) consagrar el continentalismo; f) promover la liberación; g) afianzar la unidad nacional; h) convocar y participar a los partidos políticos, los trabajadores, las mujeres, la juventud, los intelectuales, las fuerzas armadas, las iglesias y los empresarios; i) recuperar la independencia económica; j) reconstruir el Estado. Estos objetivos deben realizarse con democracia plena de justicia social: “otros países que han elaborado un estilo nacional tuvieron uno de dos elementos en su ayuda: o siglos para pensarse a sí mismos, o el catalizador de la agresión externa. Nosotros no tenemos ni una ni otra cosa. Por ello la incitación para redactar nuestro propio modelo tiene que venir simplemente de nuestra toma de conciencia. Como presidente de los argentinos propondré un modelo a consideración del país, humilde trabajo, fruto de tres décadas de experiencia en el pensamiento y en la acción. El modelo argentino precisa la naturaleza de la democracia real de la sociedad” (Perón, 1974a: 16).

¿Por qué no leemos realmente a Perón y tratamos de indagar, sentir y descifrar directamente, por medio de sus palabras, su verdadero mensaje? Cuando existe un conductor o una conductora, no existe el poder ni la autoridad. Solo existe la doctrina que, a través del sentimiento, la pasión y la mística del pueblo, mantiene “vivo y ardiente el fuego”. La llama del fuego nunca se apagará si existe la doctrina, pero estamos transitando un momento de la historia argentina donde es necesario “despertar el alma del pueblo”.

 

Fuentes consultadas

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Perón JD (1951): Conducción Política. Buenos Aires, Escuela Superior Peronista.

Perón JD (1950a): Discurso pronunciado el 18 de octubre de 1950. Buenos Aires, Subsecretaría de Prensa y Difusión de la Presidencia de la Nación.

Perón JD (1950b): Mensaje pronunciado el 1° de mayo de 1950 al inaugurar el 84° período ordinario de sesiones del Honorable Congreso Nacional.

Perón JD (1949a): Discurso pronunciado el 25 de junio de 1949. Buenos Aires, Subsecretaría de Prensa y Difusión de la Presidencia de la Nación.

Perón JD (1949b): La Comunidad Organizada. Mendoza, Universidad Nacional de Cuyo.

Perón JD (1947): Discurso pronunciado el 8 de agosto de 1947. Buenos Aires, Subsecretaría de Prensa y Difusión de la Presidencia de la Nación.

Perón JD (1944a): Discurso pronunciado el 24 de noviembre de 1944. Buenos Aires, Secretaría de Trabajo y Previsión.

Perón JD (1944b): Discurso pronunciado el 10 de junio de 1944. Buenos Aires, Universidad Nacional de La Plata.

Perón JD (1943): Discurso pronunciado el 2 de diciembre de 1943. Buenos Aires, Departamento de Trabajo y Previsión.

Perón JD (1939): Las Operaciones en 1870. Buenos Aires, Círculo Militar.

Perón JD (1934): La Guerra Ruso-Japonesa. Tomo II. Buenos Aires, Círculo Militar.

Perón JD (1933): La Guerra Ruso-Japonesa. Tomo I. Buenos Aires, Círculo Militar.

Perón JD (1932): Apuntes de Historia Militar. Buenos Aires, Círculo Militar.

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Pestanha FJ, S Arribá y M Montiel (2021): “Zoncera número 45: el Justicialismo instituyó un ‘Estado de Bienestar’”. Movimiento, 32.

Platón (1998): Diálogos II. Gorgias. Menéxeno. Eutidemo. Menón. Crátilo. Madrid, Gredos.

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Plutarco (1998): Vidas Paralelas. Madrid, Gredos.

Plutarco (1998): Obras Morales y de Costumbres. Madrid, Gredos.

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Von der Goltz, Colmar (1927): La Nación en Armas. Un libro sobre organización de ejércitos y conducción de guerra en nuestros tiempos. Buenos Aires, Círculo Militar.

[1] El Decreto N° 23.847/1944 fue publicado el 9 de septiembre de 1944 en el Boletín Oficial de la República Argentina. Este acto administrativo confió al Excelentísimo señor Vicepresidente de la Nación (Coronel Juan Domingo Perón) la dirección superior de los estudios sobre ordenamiento social y económico del país y creó, como órgano consultivo para el cumplimiento de esta misión, el Consejo Nacional de Postguerra.

[2] Las Obras Completas de Juan Domingo Perón fueron publicadas recientemente en una nueva edición realizada por la editorial Docencia-Biblioteca Testimonial del Bicentenario. Esta colección reeditó los trabajos conformados en la “Comisión Pro Obras Completas Juan D. Perón” que presidió Fermín Chávez y estuvo compuesta por 60 integrantes, entre los que se destacan: Hernán Benítez, Jorge Bolívar, José María Castiñeira de Dios, Gustavo Cirigliano, Francisco José Figuerola, Osvaldo Guglielmino, Raúl Matera, Enrique Pavón Pereyra, Augusto Rattenbach, Alberto Rocamora, José María Rosa, Jorge Taiana y Pablo Vicente.

[3] Eva María Duarte se casó con Juan Domingo Perón en Junín, provincia de Buenos Aires, el 22 de octubre de 1945.

[4] Esta institución –asociación civil– inaugurada por Eva Duarte tuvo el objetivo de proporcionar asistencia social a los sectores más desprotegidos y necesitados del país. Fue creada por el Decreto 20.564/1948 y se denominó “Fundación de Ayuda Social María Eva Duarte de Perón”. Dos años después, modificó su nombre –a través del Decreto 20.268/1950– y pasó a llamarse “Fundación Eva Perón” (FEP). La FEP fue disuelta el 16 de septiembre de 1955 cuando se produjo el golpe de Estado que derrocó a Juan Domingo Perón, promovido por la autodenominada “Revolución Libertadora”.

[5] En 1935 Juan Domingo Perón publicó un libro titulado Toponimia Patagónica de Etimología Araucana. Este título es el único libro de Perón que no comprende una temática militar hasta 1944, fecha en la que aparecerá su segundo libro “social”, denominado El pueblo quiere saber de qué se trata.

[6] Los autores están citados según el orden de aparición en La Comunidad Organizada.

[7] La palabra “liderazgo” apareció en 1828, siendo mencionada por primera vez en el diccionario Webster: An American Dictionary of the English Language (Rost, 1991).

[8] La polis (poleis) era la estructura de una comunidad en el mundo antiguo griego. Consistía en un centro urbano, frecuentemente fortificado y con un centro sagrado construido en una acrópolis natural o un puerto, el cual controlaba un territorio circundante (jora), que estaba integrado por la propia ciudad (asty) y los campos y aldeas que rodeaban a la ciudad (chora) (Jaeger, 1978).

[9] FORJA fue creada en 1932 y se disolvió en 1945, luego de haber alcanzado sus objetivos. Sus directores fueron Juan B. Fleitas y Manuel Ortiz Pereyra, y sus fundadores: Arturo Jauretche, Homero Manzi, Oscar Meana, Guillermo Meana, Luis Dellepiane, Gabriel del Mazo, Atilio García Mellid, Jorge Del Río y Darío Alessandro (padre). Raúl Scalabrini Ortiz, afín e inspirador del ideario del grupo, no formaba orgánicamente parte del mismo.

[10] Diversos historiadores señalan que en 1816 la República Argentina se independizó políticamente del Reino de España y que, en ese mismo año, inició un proceso de dependencia económica –y política– con el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte.

[11] Esta expresión en el idioma original francés “Je pense, donc je suis” se encuentra desarrollada en la obra Discurso del Método, escrita por René Descartes y publicada en 1637.

[12] El contractualismo es una corriente de pensamiento filosófico-político y jurídico que explica el origen de la sociedad y del Estado como un contrato entre personas, por el cual se acepta una limitación de las libertades individuales donde el Estado debe asegurar la paz y la seguridad. Los principales referentes fueron: Thomas Hobbes (Leviathan, 1651), John Locke (Tratado sobre el Gobierno Civil, 1689), Jean Jacques Rousseau (Del Contrato Social, 1762), Montesquieu (El Espíritu de las Leyes, 1748) y Baruch Spinoza (Tratado Teológico-Político, 1670).

[13] El ABC (Argentina, Brasil y Chile) fue un proyecto que propuso la unidad latinoamericana de los pueblos.

[14] La ATLAS (Asociación de Trabajadores Latinoamericanos Sindicalistas) fue un proyecto que procuró realizar la unidad latinoamericana sindical.

[15] Colmar Von der Goltz señala la existencia de cualidades militares para los conductores generales, destacando las siguientes: circunspección, valor, audacia, prudencia, perspicacia y tenacidad, ya que todo soldado debe poseerlas.

[16] Este libro reúne las diez clases que Juan Domingo Perón, como profesor titular, impartió sobre Conducción Política en la Escuela Superior Peronista entre el 15 de marzo y el 12 de julio de 1951.

[17] El Estatuto del Peón Rural fue creado a partir de la firma del Decreto 28.169/1944 y fue publicado el 18 de octubre de 1944 en el Boletín Oficial de la República Argentina.

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