Juan Domingo Perón, su pensamiento: características y actualidad

¿Alguien para quien el pensamiento del General Perón es parte constitutiva de su propia visión del mundo, puede entender los grandes problemas de este final de la segunda década del Siglo XXI?[1] Alain Rouquié dice en su libro El siglo de Perón: “un fenómeno político que no pertenece sólo al pasado ni es exclusivo de un país concreto de América del Sur. ¿Acaso no está el peronismo en proceso de designar un tipo de régimen, una categoría política?”. A partir de esto, nos separan muchas diferencias con el escritor francés, pero coincidimos en responder afirmativamente a la pregunta que da inicio a este ensayo. Haremos una breve descripción de algunas características que creemos presentes en el legado que rescatamos, y elegiremos algunos grandes tópicos de actualidad para “mirarlos” desde el ideario que analizamos. Conscientes de la enorme importancia de La Comunidad Organizada, formulada hace setenta años, nos basamos en un conjunto de ideas, de distintos momentos, que la abarcan, pero no se agotan en ese texto, y que tampoco pretenden expresar todo lo que ha dicho o escrito Perón.

En Nacionalismo y Liberación, un libro que en su momento tuvo gran importancia política en nuestro país, por contribuir a acercar un gran número de jóvenes al movimiento nacional, escribió Juan José Hernández Arregui: “en la Argentina se empieza y se termina hablando de Perón. Perón, como símbolo político, es el campo de batalla donde se ventila, a través de agitados y enredosos tramos, este litigio histórico entre la colonia y la soberanía nacional”.

Decía el gran uruguayo Don Alberto Methol Ferré que “Perón no era un intelectual, era un político-intelectual. Los políticos de épocas difíciles son siempre políticos-intelectuales como Lenin, Napoleón, Haya de la Torre. Tienen que ser intelectuales y políticos para poder inventar grandes novedades. Los políticos del statu quo conformados por lo habitual, no tienen necesidades de invención intelectual”.

Tenía una gran vocación docente. En primer lugar, por haberla ejercitado durante años como profesor en el Ejército, incluyendo textos de su autoría como Apuntes de Historia Militar, El frente oriental en la guerra mundial de 1914, La guerra ruso-japonesa de 1905, Toponimia Patagónica de la Etimología Araucana, capítulos sobre Moral Militar e Higiene Militar, entre otras publicaciones. Pero también por insistir siempre en la necesidad de elevar la cultura cívica y social de la Nación, o por los cursos que personalmente dictaba en la Escuela Superior Peronista o en la CGT. Varios de sus libros son recopilaciones de sus clases y conferencias.

Se consideraba a sí mismo un profesional de la conducción. A la que concebía como un arte, explicitando la diferencia de su propuesta con el caudillismo y el caciquismo; teniendo además buen cuidado de diferenciar la conducción política de la militar, ya que en la primera se actúa por persuasión, no por mando y obediencia. También puede ser considerado como uno de los grandes teóricos de las ciencias políticas en la Argentina. Su aporte de conceptos, teorías, categorías políticas, sólo puede ser comparado con el de Juan Bautista Alberdi. Con la ventaja, además, de haber ejercido altas responsabilidades de gobierno.

En la formación de su pensamiento hubo múltiples influencias. Tomamos de Carlos Piñeiro Iñiguez el distinguir: la vertiente socialcristiana; la teoría militar y geopolítica; la influencia del mundo obrero y sindical; los nacionalistas; los nacionalismos populares latinoamericanos; los militares industrialistas. No olvidemos lecturas como la Biblia, el Martín Fierro, las Vidas Paralelas de Plutarco, la Historia Universal de Cantú, la Historia de Belgrano de Mitre, Chesterton, Leopoldo Lugones, Alejandro Bunge, Gustav Le Bon. Y sabemos que, especialmente durante su forzado y largo exilio, se mantuvo en contacto con políticos, pensadores, libros, en lo que hoy llamaríamos un proceso de formación continua. Del que no fueron ajenos el forjismo, el revisionismo, o la izquierda nacional. Pero no existió, a diferencia de otros casos, una “teoría”, con distintos grados de sistematización, previa a la acción. En este sentido, el peronismo puede ser concebido como una especie de experimento colectivo de invención y autoorganización, pero que tampoco se propuso como una respuesta “coyuntural” y puramente pragmática, sino que trataba de desplegar su propia concepción a medida que iba generando su propia realidad.

Al decir que Perón puso en práctica ideas de otros con una articulación y contextualización propias se está diciendo que les dio vida, las transformó en acción. La acusación de “plagio”, que hasta hoy algunos intentan esgrimir, es absurda, más aún en el terreno político. Ya decía Goethe: “Ni el genio más alto iría demasiado lejos si todo tuviera que descubrirlo por sí mismo. No todos comprenden esto y se pasan buena parte de la vida indagando en la oscuridad en pos de un sueño de originalidad absoluta (…) ¡Necios! ¡Como si fuera posible!”. En este sentido, no vemos el término ecléctico desde el peyorativo “vale todo”, sino desde el lado positivo del gusto por la diversidad y la capacidad de mantener la mente abierta, porque en todos lados es posible encontrar verdades. Y, como expresó Fermín Chávez, “No es tarea sencilla ubicar las vertientes que alimentan los distintos momentos de la cultura de Juan Perón, y descubrir sus atentas lecturas. Sólo en pocos discursos y textos suyos hallamos los rastros explícitos de sus pensadores preferidos. Es que no era aficionado a las citas y más bien se caracterizaba por exponer ideas reelaboradas, adaptadas en un lenguaje muy propio y en síntesis verdaderamente originales”. Afirmaba Evita (Historia del Peronismo) que “Perón ha tomado lo mejor de sus precursores y ha creado también cosas nuevas. Pero lo grande de Perón es que ha tomado de cada doctrina los conceptos humanos, los conceptos de la seguridad social, los conceptos del respeto a las leyes, los conceptos de la igualdad y de una sola clase”.

Si no tenía miedo de incorporar ideas de diverso origen, tampoco temía al cambio. Lo único que permanece fijo son los grandes objetivos, la Felicidad del Pueblo y la Grandeza de la Nación. Para cumplirlos están las tres banderas, La Soberanía Política, la Independencia Económica y la Justicia Social. Esto es lo que él llamaba en los años cincuenta la parte fija de la doctrina y, en los setenta, la ideología. Todo lo demás tiene que ser revisado o repensado permanentemente. Su concepto de ideología está muy alejado de aquellas que quieren deducir de concepciones generales la supuesta comprensión de los acontecimientos. Invierte estos términos, y por eso la importancia de la acción política concreta, que requiere de la inteligencia de las situaciones, de la capacidad de advertir lo específico en un momento histórico determinado. La única verdad es la realidad.

Aquí nos centramos en el papel de Perón como creador de pensamiento, ignorado todavía por muchos que reconocen su capacidad política, o aún su carácter de conductor del movimiento popular. Es un clásico, si entendemos por tal lo paradigmático, lo que a uno le permite pensar como variantes distintas formas que van apareciendo y pueden ser remitidas a ese marco. Un verdadero clásico, tan de su tiempo que fue capaz de trascender a su tiempo. Establece él mismo los parámetros sobre los que va a ser percibido; sus ideas principales no dependen de ninguna coyuntura ni tienen fecha de vencimiento. Explicaba Ortega y Gasset, en 1932, que no hay sino una manera de salvar al clásico: usando de él sin miramiento para nuestra propia salvación, es decir, prescindiendo de su clasicismo, trayéndolo hacia nosotros, contemporaneizándolo, inyectándole pulso nuevo con la sangre de nuestras venas, cuyos ingredientes son nuestras pasiones y nuestros problemas.

Era un enemigo declarado del dogmatismo y, como veremos más adelante, del sectarismo. Leemos en “Conducción Política”: ¿“Qué diferencia hay entre la conducción gregaria o sectaria y el adoctrinamiento? La doctrina no es una regla fija para nadie. Es, en cambio, una gran orientación, con principios; con principios que se cumplen siempre de distinta manera. No se está atado a nada fijo, pero sí se tiene la orientación espiritual para resolverse, en todas las ocasiones, dentro de una misma dirección, pero en un inmenso campo de acción para la ejecución”.

El alcance de este trabajo nos obliga a seleccionar algunas de aquellas temáticas, naturalmente imbricadas entre sí, que nos resultan fundamentales hoy, y mirarlas desde el pensamiento de Perón. Lógicamente, como un pensamiento inspirador, no en la búsqueda de recetas de aplicación inmediata. Apoyándonos también en algunas citas. Y con la seguridad de que existen otras visiones sobre el mismo tema, externas e internas al peronismo.

 

La actual situación internacional, los nacionalismos

Es conocido que Perón hablaba, hace ya muchas décadas, de la inevitabilidad del universalismo. Término que preferimos porque, como afirma Bauman (En busca de la política), “globalización se refiere a los que nos está ocurriendo, universalización a lo que necesitamos, debemos o pretendemos hacer”. Advertía sobre las distintas características que este proceso podía asumir, de la mano de los Pueblos o de los grandes poderes transnacionales. Apostaba a un universalismo de la diferencia, no de la uniformidad. Hoy vemos crujir el proceso de globalización, junto a construcciones emblemáticas como la Unión Europea y, en menor medida porque avanzaron menos, el Mercosur y la UNASUR. Y surgen expresiones nacionalistas de distinto tipo, que actualmente son gobierno, por ejemplo, en Estados Unidos, Rusia, India, Brasil, Polonia, Hungría, República Checa, Italia, Israel, Turquía, Filipinas, y si no gobiernan forman parte de la realidad política de casi toda Europa. Es una reacción que posiblemente no detenga la “onda larga” de construcción de soluciones a problemas que no se pueden resolver sino a nivel global, pero que alertan sobre el desconocimiento que pudo tenerse sobre el sentir patriótico de los Pueblos, que necesitan de la identidad y la pertenencia para desde allí, en todo caso, participar de desafíos a otra escala. Ya nos enseñaron que, para participar del universalismo, y aún de la etapa que aún consideramos imprescindible del continentalismo, había que ser “más argentinos que nunca”. En La Comunidad Organizada encontramos una referencia al espíritu americano. Como reflexionara Amelia Podetti, desde América era “posible percibir la verdadera dimensión de lo universal, recogiendo y preservando la capacidad de síntesis, integración y unificación”. Una reflexión situada, lejos de encerrarnos en un “particularismo” o “folklorismo” cultural, nos abre, desde nosotros mismos, a las experiencias de una alteridad que siempre adviene desde la historia.

Un camino propio, una identidad, un orgullo de la diferencia, que no tiene connotaciones étnicas, sino que constituye el proyecto común de todos los nacidos en un lugar determinado de la Tierra, o los que eligieron vivir e integrarse en él. Un proyecto solidario, consciente de que nos salvamos entre todos o no se salva nadie. No existe aún, salvo para pequeñas elites, una manera de participar de la vida en este mundo que no sea desde una identidad colectiva y comunitaria a la que seguimos llamando Nación.

A la vez, el ideario y la práctica peronista evitan caer en los extremos que muchas veces conlleva el nacionalismo. Perón postula, y produce hechos concretos, hacia la integración con Brasil y Chile con vocación de extenderse a otros países de América del Sur, en la solución de conflictos con Uruguay, en las relaciones sin fronteras ideológicas. También es claro respecto a la inmigración, tema que nadie desconoce es central en los debates de este siglo, expresando, por ejemplo: “No tenemos prejuicios raciales. Los hombres decentes y de buena voluntad serán siempre bien acogidos en esta Patria generosa y buena”. “Para el corazón argentino, en nuestra tierra, nadie es extranjero, si viene animado del deseo de sentirse hermano nuestro”. En el Modelo Argentino para el Proyecto Nacional se expresó taxativamente: “Concepción nacional sin xenofobia”, “concretar el pensamiento universalista que nos anima”. Y en el mensaje enviado a los Países No alineados, plantea que “es preciso trabajar unidos, solidarios y organizados (…) en bien de la Comunidad Universal, y tal vez un día podamos designarnos con el honroso título de Ciudadanos del Mundo”.

El peronismo es un nacionalismo popular, que tuvo diversas expresiones en nuestra América, así como en procesos de descolonización o antiimperialistas en distintos continentes. Desde ahí ofrece una alternativa a ese otro nacionalismo con el que tiene diferencias profundas, pero cuyas causas puede comprender mejor que quien lo mira desde un punto de vista liberal o marxista. Porque sabe que el sentimiento de Patria es consustancial a los Pueblos. Pueblo es lo opuesto al Uno. El pueblo, tanto en su acepción teológica como política y cultural, es el nombre que refiere en primer término a los de abajo, a los pobres, a los vulnerables. Y a todos los que luchan por la justicia social y por la reparación de quienes sufren las injusticias. Su patriotismo no tiene necesidad de ser agresivo. “Por eso los argentinos somos celosos y orgullosos de nuestra soberanía. No habrá fuerza alguna en el mundo que nos doblegue en su defensa. No creemos que ningún argentino levante en esta tierra un soldado para pelear fuera de sus fronteras, porque aquí no existe predisposición para agredir”.

O puede comprender el fuerte sentimiento de rechazo a lo establecido, aún a la coalición de todos los poderes establecidos, ya que también estuvo en su origen, en la rebelión fundante que se concretó el 17 de octubre de 1945. Porque también podemos entender la animadversión que han provocado organismos internacionales que se han ido alejando de la realidad cotidiana, generando irritantes excesos de reglamentarismo. Ya en 1952 decía Perón “Estas organizaciones internacionales constituyen sólo una burocracia internacional inoperante e intrascendente, aunque costosa y anacrónica”.

El nacionalismo que proponía Perón es integrador y defensivo. Preveía la importancia que tendrían en el futuro los alimentos y las materias primas, ante el panorama de una superpoblación creciente y el agotamiento de los recursos naturales. Y temía por la viabilidad de los países pequeños y débiles, a los que instaba a unirse para contrarrestar a los más poderosos. Su discurso en la Escuela Nacional de Guerra del 11 de noviembre de 1953, tan tergiversado por sus enemigos de entonces en el país y en el exterior, no deja dudas acerca de la conciencia de las limitaciones y la prudencia de los objetivos.

 

La noción de trascendencia

Se pretendió minimizar la importancia de las religiones. Y la realidad demostró que la fe, la idea de trascendencia, resistió todos los embates. “El carácter de esa necesidad era consustancial al alma humana, como vocación de explicaciones últimas o como una conciencia de hallarse encuadrada en un orden superior”. Un hombre que no crea en algo superior a sí mismo –lo llame como lo llame–, que no esté atado a la fascinación de darle proyección a cada acto más allá de sí mismo, es un espantapájaros que vive sus momentos en clave de grotesco.

El General manifestó explícita y reiteradamente que sus ideas eran tributarias de la Doctrina Social de la Iglesia Católica. Un pensamiento de integración social cuyo inicio puede situarse en la encíclica Rerum Novarum del Papa León XIII de 1891, retomado y profundizado en 1931 por la encíclica Quadragésimo Anno del Papa Pío XI, y otras actualizaciones posteriores. Perón quiso darle una “eficacia pastoral”, para que se convierta en hechos concretos. Dice el pensador católico Jacques Maritain: “Pero sería confundir lo espiritual con lo temporal el imaginar que la doctrina común de la Iglesia basta por sí sola para resolver los conflictos de la historia temporal (…) son indispensables una filosofía social y política y elaboraciones prácticas”. Todos los escritos liminares del General destacan “la dimensión vertical” como un elemento sustancial de una comunidad organizada al servicio de la persona humana. Lo reafirmaba el 1 de mayo de 1974: “Hay una cabal coincidencia entre la concepción de la Iglesia, nuestra visión del mundo y nuestro planteo de Justicia Social, por cuanto nos basamos en una misma ética, en una misma moral, e igual prédica por la paz y el amor entre los hombres”.

Eva Perón dejó escrito que “Perón ha dicho que su doctrina es profundamente cristiana y también ha dicho muchas veces que no es una doctrina nueva. Amamos a Cristo no sólo porque es Dios sino también porque dejó sobre el mundo algo que será eterno: el amor entre los hombres”. La Declaración de Ética Mundial, consensuada por el Parlamento de las Religiones del Mundo, reunido en Chicago en 1993, afirma la universalidad del principio de hacer el bien y de evitar el mal, subrayando la necesidad de que todo ser humano reciba un trato humano. Al mismo tiempo se establecen compromisos fundamentales a favor de cuatro culturas: la no violencia y el respeto a la vida; la solidaridad y el orden económico justo; la tolerancia y el estilo de vida honrado y veraz; la igualdad y la camaradería entre el varón y la mujer. Las religiones tienen mucho que aportar, a despecho de los que en el pasado preguntaban: ¿cuántas divisiones tiene el Papa? O de los que le niegan hoy influencia electoral.

Sin embargo, el peronismo, en el cual siempre participaron personas de diferentes credos, en su conjunto nunca fue una organización confesional, y entendió las falencias de los regímenes teocráticos. Porque si un gobernante habla en nombre de Dios –sobre todo de un Dios monoteísta–, ¿cómo discutir con Él? ¿Cómo discutir con Dios sin negarlo? La política se realiza en la relación entre los hombres, en nombre de valores, pero no apelando a lo divino, ni fundando legitimidades en la Gracia de Dios. A Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César.

Tampoco los peronistas creímos en la utopía negativa de pretender construir el paraíso en la tierra, y preferimos adscribir a la idea de procesos y caminos. Este último concepto, utilizado frecuentemente en La Comunidad Organizada, remite a un esfuerzo inacabado y permanente, pues “la humanidad que soñamos es el Hombre con una dignidad en continuo forcejeo y una vocación indeclinable hacia formas superiores de vida”.

 

Cambiar el sistema

Supo decir Scalabrini Ortiz: “quizás hay más diferencia entre la Argentina anterior y posterior a Perón que entre la Francia anterior y posterior a la Revolución Francesa. Y aquí no se guillotinó a nadie”.

Cuando buscaba adoctrinar a los jóvenes en la década del setenta, el General expresaba: “el sistema no se cambia (…) el sistema va a resultar cambiado cuando las estructuras que lo conforman y lo desenvuelven se hayan modificado (…) hay un solo camino… que es la legislación (…) cuando se acuerden, el sistema va a estar totalmente cambiado”.

Insistía con la noción de revolución pacífica. Reformando estructuras, dentro de las leyes, eligiendo el tiempo y no la sangre. Ya en La Comunidad Organizada advertía que “el amor entre los hombres habría conseguido mejores frutos en menos tiempo del que ha costado a la humanidad la siembra del rencor”. Le preocupaba que los Pueblos alcanzaran un grado ético, y que el hombre portara valores para ser “una célula del bien general”. “Esa virtud no ciega los caminos de la lucha, no obstaculiza el avance del progreso, no condena las sagradas rebeldías, pero opone un muro infranqueable al desorden”.

Repetía que las grandes revoluciones, en la historia de la humanidad, se desarrollan a través de cuatro etapas: la doctrinaria, la toma del poder, la dogmática y la institucional. Sin que exista un orden cronológico estricto, ya que no solo se producen solapamientos, sino también avances y retrocesos. El General identificaba, en la Revolución Francesa, a los enciclopedistas; al Napoleón del 18 Brumario; al Napoleón del Imperio; y a la Primera República. En la Revolución Rusa, a Marx, Engels y Lenin; a Trotsky y la toma del Palacio de Invierno; a Stalin; y al período que puede identificarse con la época iniciada por Kruschev.

Consideraba a la Armonía como categoría fundamental de la existencia humana, como principio rector de nuestra doctrina. Y había que restablecer la armonía entre el progreso material y los valores espirituales. Este concepto nos relaciona con el pensamiento clásico de Occidente y con muchos Pueblos originarios de América, pero también abre un inmenso campo de diálogo con el pensamiento oriental, donde el taoísmo ya había enseñado que todo tiene su opuesto, aunque este no es absoluto sino relativo, ya que nada es completamente yin ni completamente yang. Por ejemplo, el invierno se opone al verano, aunque en un día de verano puede hacer frío y viceversa. Ambos términos son interdependientes, no puede existir el uno sin el otro, como el día no puede existir sin la noche. Y, para nosotros, la armonía está poblada de conflictos, siempre en riesgo, y hay que reestablecerla cada vez, pero no puede reestablecerse repitiendo lo pasado, ya que permanentemente se construyen y destruyen nuevos y viejos elementos y relaciones.

El peronismo no tiene sentido sin la idea de felicidad. Jamás pediría el sacrificio de una generación, como sí lo hicieron, implícita o explícitamente, otros sistemas. El estalinismo generó hambre y enormes dificultades en la vida cotidiana para poder construir la grandeza de la Unión Soviética; pero también los liberales que plantean que “primero hay que crecer, para después poder distribuir”, lo cual, agregando el pago de las deudas externas que acostumbran contraer, nos llevan al mismo destino, al futuro incierto por el cual debemos sacrificarnos hoy. En 1973, Perón hablaba de esto claramente en la CGT: “No hay que sacrificar una generación para que otra pueda disfrutar, que es ya un cuento muy viejo y conocido”.

Y nos instaba a considerar la relación entre el conjunto y cada persona: “el tránsito del yo al nosotros no se opera meteóricamente como un exterminio de las individualidades, sino como una reafirmación de éstas en su función colectiva”. “Si la plena realización del yo se halla en el bien general, no se puede fiar a la abdicación de las individualidades en poderes extremos una imposible realización social. Que el individuo acepte pacíficamente su eliminación como un sacrificio en aras de la comunidad no redunda en beneficio de ésta. Una suma de ceros es cero siempre”. Una clara respuesta a la deificación del Estado y a toda forma de despotismo, cualquiera sea el signo ideológico que invoque.

Al señalar que el Justicialismo es una Filosofía de la vida, simple, práctica, popular y cristiana, apunta a un pensamiento a la vez racional y emotivo, que se dirija al hombre común y su realidad cotidiana, ya que creía que “la acción del pensamiento ha perdido contacto directo con las realidades de la vida de los pueblos”. El Peronismo propone un humanismo que se fundamenta en “la observación del hombre tal cual es, en sus grandezas y en sus debilidades, en su excelsa dignidad y en sus limitaciones individuales, que exigen el auxilio de la sociedad para el cumplimiento de su misión, de su deber y de su destino”. Los proyectos basados en el “Hombre Nuevo”, o en el “Superhombre”, demostraron sobradamente sus falencias. Asimismo, la ciencia moderna ha valorizado los aspectos emocionales de la conducta humana. Ante la ridiculización que se pretendió hacer de “el peronismo es un sentimiento”, actualmente se llega a hablar de “emocracia”, reconociendo que si hubo un tiempo en que las apelaciones a la emoción sobre los hechos se consideraban un atributo de lo que llaman populismo, hoy imperan en todo el espectro político.

Nuestro humanismo no se va a plantear volver a la antigüedad clásica, o a la edad media, y se opone a las corrientes fatalistas, que sostienen la predestinación en todas las acciones, de modo que el individuo puede obrar de cualquier modo, y, por lo tanto, no hay lugar ni para la libertad ni para la responsabilidad moral.

 

Trabajo, justicia social y ayuda social

Hay conceptos clásicos del Justicialismo que apuntan al corazón de los problemas económicos y sociales de nuestros días.

La convicción de que gobernar es crear trabajo, cuando los avances tecnológicos sitúan este derecho básico de las personas en el centro de los debates; la importancia de la productividad, en torno a la cual se realizó un Congreso en 1954, contradiciendo las aún hoy críticas ligeras acerca de mero distribucionismo; la diferencia entre justicia social y ayuda social, por lo cual nunca un gobierno peronista se sentiría orgulloso por aumentar planes de asistencia, y a la cual nos volveremos a referir; la idea de responsabilidad, que es determinante en el pensamiento peronista, como está claro en la quinta de las 20 verdades: “En la Nueva Argentina el trabajo es un derecho que crea la dignidad del hombre y es un deber, porque es justo que cada uno produzca por lo menos lo que consume”; la importancia del consumo popular como dinamizador de la economía.

Dice el Modelo Argentino que “la sociedad estima que la propiedad privada permite organizar la producción de bienes y servicios con mayor sentido social y eficiencia que la propiedad común (…) pero debe exigirse que esa posesión sea hecha en función del bien común”. Visualizaba claramente lo que hoy conocemos como “sociedad del conocimiento”, pues decía que “en lo científico tecnológico se reconoce el núcleo del problema de la liberación”, con todas las consecuencias que esto tiene en los ámbitos productivo, educativo, de fomento de la ciencia y la innovación. En el mensaje al Congreso del 1 de mayo de 1950 expresa: “En el orden económico la Tercera Posición es el abandono de la economía libre y de la economía dirigida por un sistema de economía social, al que se llega poniendo el capital al servicio de la economía”. ¿Alguien puede, ya en el Siglo XXI, sostener que hubo algún sistema de “economía libre” puro y exitoso, sin que el Estado promoviera o resguardara determinadas actividades, al menos durante cierto tiempo? ¿Alguien puede mostrar éxitos de una economía totalmente dirigida, cuando las que lo intentaron tuvieron que abandonar todo o parte de ese esquema para generar productividad?

Es muy clara la diferenciación entre Justicia Social y Ayuda Social. La décima Verdad Peronista expresa: “Los dos brazos del Peronismo son la Justicia Social y la Ayuda Social. Con ellos damos al Pueblo un abrazo de justicia y de amor”. La primera está relacionada con el tipo de sociedad que se quiere construir, es un derecho, al que se llega mediante el trabajo, la actividad socialmente útil. La segunda es el “mientras tanto”, ya que no se puede dejar a ninguna persona abandonada en tanto se realiza el objetivo principal, y está relacionada con el amor, concepto permanente en el Justicialismo.

En cuanto a la distribución del ingreso, podemos ver en el Modelo Argentino: “Poco nos dirán los impactantes índices de crecimiento global si no vienen acompañados de una equitativa distribución personal y funcional de los ingresos que termine, definitivamente, con su concentración en reducidos núcleos o élites que han sido la causa de costosos conflictos sociales.

Ante el sentido común que se ha generalizado respecto a que “el capitalismo ganó la batalla”, volviéndose un modelo casi universal, podemos preguntarnos en primer lugar por sus variantes: ¿el capitalismo democrático liberal de Estados Unidos hasta que tuvo que adoptar políticas proteccionistas, el social que quiso mantener Europa, el autoritario competitivo de Rusia y países del sudeste asiático, el burocrático estatal de China y Vietnam? Y nuestra segunda pregunta se debe dirigir a la enorme desigualdad, que hace inviable la convivencia humana. En el período 1988-2008 la globalización logró aumentar los ingresos de los sectores bajos, sacando a millones de personas de la pobreza, elevó el bienestar de las clases medias de los países emergentes, pero también aumentó los ingresos de los más ricos, la elite mundial. En cambio, las grandes perdedoras de la globalización fueron, por sobre todo, las clases medias en muchos países desarrollados, y esto no es ajeno a las reacciones actuales. La concentración de la riqueza, y el predominio del capital financiero, se acentuaron exponencialmente en nuestros días, según el resultado de los estudios más diversos.

No hay que perder de vista que el eje de nuestra acción política es la Justicia Social y la lucha contra la desigualdad, a veces desdibujados ante la multiplicidad de demandas de derechos que surgen en la sociedad moderna. Dice Zygmunt Bauman “ambos desarrollos, el colapso de las reivindicaciones redistributivas colectivas (y más en general, la sustitución de los criterios de justicia social por los de respeto a la diferencia reducida a la distinción cultural) y el desarrollo de una desigualdad desbocada, están relacionados íntimamente. Esta coincidencia no tiene nada de circunstancial. El desvincular las reivindicaciones de reconocimiento de su contenido redistributivo permite que el creciente monto de ansiedad individual y miedo que genera la precariedad de la ‘vida líquida moderna’ se desvíe del ámbito político, el único territorio en el que podría cristalizar en acción redentora”.

El peronismo, cuya imagen de la Justicia la mostraba con los ojos abiertos, sin la clásica venda, avanza sobre otro concepto medular, la equidad, y hay un claro ejemplo de esto en palabras de Evita: “Yo, sin embargo, por mi manera de ser, no siempre estoy en ese punto justo de equilibrio. Lo reconozco. Casi siempre para mí la justicia está un poco más allá de la mitad del camino… ¡Más cerca de los trabajadores que de los patrones! (…) Durante un siglo los privilegiados fueron los explotadores de la clase obrera ¡Hace falta que eso sea equilibrado con otro siglo en que los privilegiados sean los trabajadores!”. Lo equitativo puede ser visto como una rectificación de la ley en la parte en que esta es deficiente por su carácter general, y por eso la Justicia de ojos abiertos.

 

Participación, Estado y comunidad

El Justicialismo diferencia tres niveles: un Gobierno centralizado, un Estado organizado y un Pueblo libre. Libertad que no se refiere al individuo aislado, sino a la posibilidad de éste de participar en la comunidad. Y la participación en la vida social no se concibe aisladamente, sino a través de instituciones. Además de la representación formal renovada periódicamente en elecciones, sistema del que el peronismo jamás abjuró, postula que la democracia consolida la soberanía popular mediante mecanismos múltiples de participación. Aparece aquí el concepto medular de organizaciones libres del pueblo.

Perón ponía un énfasis especial en el carácter libre de las organizaciones populares, lo cual lo distanciaba definitivamente de las críticas recibidas por “corporativismo”. “La organización popular que no es libre muere pronto”, “la organización libre del pueblo debe hacerla el pueblo mismo”, “la organización del pueblo debe ser una organización libre, porque el pueblo es como esos pájaros que no pueden vivir sin libertad”, “las organizaciones populares deben organizarse por sí y como ellas quieran”, “la mejor forma de articular la organización popular es dejar que las mismas se promuevan libremente”, son frases de la década de 1950. Y en el Modelo Argentino para el Proyecto Nacional recoge el guante de las críticas provenientes desde la concepción liberal, y le responde “las organizaciones intermedias que responden a grupos sociales o profesionales han sido calificadas como correspondientes a una concepción corporativista del Estado. Hemos evaluado suficientemente las enseñanzas de la historia como para concluir ahora que no necesitamos seguir en este juego pendular entre liberalismo y corporativismo”.

En este sentido, es muy taxativa su postura frente al totalitarismo: en la presentación del Segundo Plan Quinquenal, en 1952, Perón define con toda claridad: “El totalitarismo, cuya filosofía de la acción es antiliberal, entiende que, en su acción, el gobierno puede y aún debe asumir la dirección total de la actividad productiva, económica y social del Pueblo. Las consecuencias no han sido menos desastrosas que en el individualismo: dictadura en lo político, intervencionismo en lo económico, explotación del hombre por el Estado en lo social”. “Lo que caracteriza a las comunidades sanas y vigorosas es el grado de sus individualidades y el sentido con el que se disponen a engendrar en lo colectivo. A este sentido de comunidad se llega desde abajo, no desde arriba; se alcanza por el equilibrio, no por la imposición”.

Pierre Rosanvallon, en El buen gobierno, de 2015, habla de “representar problemas de sociedad” por intermedio de asociaciones activas en los diferentes dominios de la vida social y cultural. Distintas formas de participación deben evitar una “democracia de autorización”, logrando una acción gubernamental que permita su apropiación por los ciudadanos, y no hagan de ella una instancia de dominación, expresión de un poder oligárquico separado de la sociedad.

Hace poco se hizo público que, según la Red de Soluciones para el Desarrollo Sostenible de la ONU, Finlandia fue declarada como el país más feliz del mundo. Y dentro de él, el pueblo de Kauniainen, de 9.600 habitantes. Su característica principal es que tiene más de 100 sociedades de fomento, clubes deportivos y culturales, todos ellos subsidiados de un modo u otro por el Estado.

La tecnología de la información y las comunicaciones, las redes sociales, permiten ver la participación y la organización en un sentido dinámico, definitivamente alejada de un sistema de instituciones sociales establecido e inmutable, propio de la Edad Media o de la sociedad industrial. Y ocurre que el ciudadano está reasumiendo la soberanía que había delegado en partidos políticos o en organizaciones de poder. “Nada sin mi consentimiento” pudiera ser la consigna del nuevo tiempo. Apoyándose en las redes y en Internet ha descubierto su voz. Una voz del hombre aislado, pero en red e interactuando con otros millones de hombres aislados; que pueden participar y decidir en cuestiones sociales o políticas y hasta judiciales (Change Org, Amicus Curiae, etcétera). O que, a través de la consulta popular, o la revocación de mandatos o el presupuesto participativo, pueden participar en política. Los resultados finales están por verse, pero no se puede negar la cantidad de hechos masivos que suceden alrededor del mundo con fuerte influencia de estas redes.

En su concepción de una comunidad donde la participación sea permanente, Perón destacaba la importancia central de las organizaciones de los trabajadores. En estos tiempos en que se habla de “adaptar” la legislación laboral, de “flexibilizar”, viene bien recordar desde que principios discutimos los peronistas: “los Derechos del Trabajador, consagrados en nuestra reforma constitucional de 1949, tienen plena vigencia e integran este Modelo. Los derechos a trabajar, a una retribución justa, a la capacitación, a condiciones dignas de trabajo, a la preservación de la salud, al bienestar, a la seguridad social, a la protección de su familia, al mejoramiento económico y a la defensa de los intereses profesionales, contenidos en dicha reforma, tienen que ser completados con el derecho a la participación plena en los ámbitos a los cuales el trabajador sea convocado por leyes especiales y, además, con el derecho de participación en el ámbito de las empresas en las que se desenvuelve”. Hoy le llamaríamos Trabajo Digno o, en términos del Premio Nobel de Economía Amartya Sen, Trabajo Decente. Esta cuestión, la de los derechos de los trabajadores y la vigencia de sus organizaciones, está directamente relacionada con la temática de este ensayo, ya que, como reseñara Hernández Arregui (Nacionalismo y Liberación): “¿Cuál es el problema central de la política argentina alrededor del cual giran los demás? La existencia de una clase obrera organizada. Esta es la sucesión política abierta por Perón y la causa de la resistencia inamovible que suscita su persona”.

En el Modelo Argentino encontramos: “La democracia social que deseamos no se funda esencialmente en la figura de caudillos, sino en un estado de representatividad permanente de las masas populares”. Esto está muy bien definido por el sacerdote Juan Carlos Scannone: “tenemos todavía como materia pendiente una democratización integral, que una la participación activa a la sola representación, y la democracia social, económica y cultural, a la mera democracia política formal”.

 

La tecnología y el desarrollo humano

En La Comunidad Organizada (1949) Perón se refiere a un tema para él central: el desajuste que se habría producido en la modernidad europea, a partir del Renacimiento, entre el progreso material y el progreso espiritual. En el Modelo Argentino (1974) dice que “una cosa es el progreso económico y otra, muy diferente, es el desarrollo social del país en pro de la felicidad del hombre que lo integra”. El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo trabaja con el concepto de Desarrollo Humano, como “el desarrollo del pueblo, por el pueblo, y para el pueblo”. Es decir, despojado de sus interpretaciones meramente economicistas. “La economía debería servir a las necesidades de la sociedad, y no la sociedad a los imperativos del mercado. (…) No hay demasiadas dudas de que el libre mercado es el tipo de capitalismo más económicamente eficiente (…) pero la persecución de la eficiencia económica sin tener en cuenta los costes sociales es en sí misma irracional y, en efecto, prioriza las demandas de la economía por sobre las demandas de la sociedad (…) alcanzar la máxima productividad a expensas de la destrucción social y de la miseria humana es un ideal social anómalo y peligroso”. Esto no lo decía Perón, aunque parezca, sino un inglés, John Gray, en 1998 (Falso Amanecer).

Esta preocupación, constante, no es para rechazar la tecnología, anacronismo que el General nunca suscribiría. Lo que se busca son los parámetros éticos y las instituciones capaces de encuadrar los grandes desafíos tecnológicos, que en esta era son: la Inteligencia Artificial, el vector que nos conduce al futuro y nos plantea grandes interrogantes; la robótica, y su relación con el reemplazo del trabajo humano; la genética que producirá grandes avances en materia de salud, lo cual que llevará al alargamiento de la vida humana, con todas sus consecuencias en la demografía, el trabajo y el ocio. No hace falta citar a la gran cantidad de teóricos de nuestro tiempo que se ocupan de estos temas. Los puede representar la alerta acerca de que si los seres humanos no investigamos quienes somos en realidad y elegimos nuestro destino, en corto tiempo los algoritmos podrían hacerlo por nosotros. Otra vez, desde el pensamiento de Perón, podemos dialogar con los pensadores del Siglo XXI.

El Papa Francisco, luego de afirmar que “la ciencia y la tecnología son un maravilloso producto de la creatividad humana donada por Dios”, alerta: “Se tiende a creer que todo incremento del poder constituye sin más un progreso, un aumento de seguridad, de utilidad, de bienestar, de energía vital, de plenitud de los valores, como si la realidad, el bien y la verdad brotaran espontáneamente del mismo poder tecnológico y económico. El hecho es que el hombre moderno no está preparado para utilizar el poder con acierto, porque el intenso crecimiento tecnológico no estuvo acompañado de un desarrollo del ser humano en responsabilidad, valores, conciencia”.

 

Democracia y unidad

El peronismo siempre creyó en la Democracia, que dijo significaba hacer lo que el Pueblo quiere, y la definía para Argentina como Republicana, Representativa, Federal y Social. No lo decimos solamente por considerar que, cuando recurrió a métodos de lucha por fuera del sistema, lo hizo porque le estaban negados los caminos electorales, sino también para intervenir en los problemas que actualmente atraviesa la Democracia en el mundo, que nadie puede desconocer.

En el Modelo Argentino leemos: “a nuestro juicio, han de quedar eliminadas las posibilidades de un sistema de partido único o de multiplicidad atomizada de partidos irrelevantes”. En su exilio, el General revalorizó más que en sus primeros gobiernos a la democracia representativa, a la idea de unidad nacional que permitía la competencia y la colaboración simultánea de posiciones políticas diversas, a que la violencia y la acción directa no eran mecanismos válidos para dirimir diferencias en la democracia, y postuló la propuesta de Reconstrucción Nacional, a la cual los argentinos probablemente tengamos que volver a recurrir. La famosa reunión del restaurante Nino, la construcción plural del FREJULI y su abrazo con Ricardo Balbín quedan como fuertes mensajes históricos.

No podemos ignorar que, en nuestro tiempo, para mucha gente en el mundo, la democracia se desligó del bienestar. Y eso trae menos confianza en los poderes constitucionales, apatía, vacío de orientación, enojo, búsqueda de liderazgos alternativos que desprecian el sistema. Hemos visto en diferentes latitudes como la polarización de la sociedad, y por ende de la política, es el factor común y el signo de esta era, extendida como una verdadera pandemia. Esto no quiere decir que la polarización antes no existía. Pero ahora las situaciones excepcionales de parálisis y caos gubernamental que provoca se han vuelto la norma. Antes, los gobiernos democráticos lograban llegar a acuerdos con sus oponentes o podían organizar coaliciones que les permitían tomar decisiones, gobernar. Ahora los rivales políticos con frecuencia mutan en enemigos irreconciliables que hacen imposible los acuerdos, compromisos o coaliciones con sus adversarios. Respecto a las contradicciones y los antagonismos, leemos a José Pablo Feinmann en Estudios sobre el peronismo de 1983: “Al convocar a la Unidad Nacional no ignora Perón que hay contradicciones en el seno del Pueblo. No hay que ser clarividente para advertirlo, y resulta lamentable que algunos hagan de la política una empresa destinada a la marcación estridente de esas contradicciones: el verdadero modo de hacer política apunta siempre a objetivos más serios y profundos. Perón –acostumbrado, en tanto conductor político, a conducir el desorden– ha mostrado cotidianamente que lo verdadero en política no radica en descubrir la existencia de las contradicciones, sino en saber elaborarlas con el menor costo posible de polarizaciones y enfrentamientos, evitando así presentarle brechas al oponente. Y esta es la nueva lucha para la cual convoca: la primacía del tiempo sobre la sangre, de la unidad sobre la beligerancia, de la unidad sobre la disociación. No le está pidiendo a nadie que se esfuerce por disimular las contradicciones: están allí, existen, son tan evidentes que es muy escaso el mérito que se le puede conceder a quien meramente las perciba. Pero lo que Perón exige férreamente, por vía de conducción, es que ningún peronista transforme esas contradicciones en antagónicas, sólo así podrá ser posible elaborarlas adecuadamente”. Cuando las diferencias, que podrían conducir a un debate fructífero, son interpretadas como disidencias, a menudo acompañadas de visiones conspirativas, sólo se llega a purgas y rupturas.

En un mensaje de 1973, Perón hablaba de Democracia integrada: “La política, hoy, ya no son dos trincheras en cada una de las cuales está uno armado para pelear con el otro. (…) Vienen épocas de democracias integradas en las que todos luchan con un objetivo común, manteniendo su individualidad, sus ideas, sus doctrinas y sus ideologías, pero todos trabajando para un fin común. Ya nadie puede tratar de hacer una oposición sistemática y negativa”.

 

Izquierda y derecha

En nuestros días existen amplios consensos sobre la inutilidad o ineficiencia de etiquetar cualquier política como de izquierda o de derecha, categorías que, como todos sabemos, surgen en el seno de la Revolución Francesa. Es un error suponer que el eje izquierda-derecha es el único válido. ¿Por qué toda la complejidad de distintas sociedades se podría representar en un único corte? En muchos países hay divisiones referidas a religiones o etnias, por ejemplo, o se buscan soluciones alejadas de sesgos ideológicos tan marcados, El psicólogo cognitivo de la Universidad de Harvard Steven Pinker remarcó que “si buscamos qué sociedades son felices, prósperas, exitosas, y cuáles resultaron desastrosas, las sociedades exitosas tienen una mezcla de derecha e izquierda”.

El creador del Justicialismo no quiso definirse taxativamente entre esas opciones, tomando según la necesidad decisiones que podrían ser caracterizadas de cualquiera de las dos maneras. Era de izquierda si por tal entendemos un cambio profundo en las relaciones humanas y sociales, era de derecha si pensamos en las transiciones sin brutalidad, o si nos fijamos en su noción acendrada de orden, desde la cual veía como terrible la idea de anulación del Estado, o la anarquía. Recordemos que “dentro de la ley todo, fuera de la ley nada”. Hanna Arendt, en ¿Qué es la política? también se refiere críticamente a la idea de la sociedad sin Estado: “el ideal socialista de la idea de una condición humana final sin estado, lo que en Marx significa sin política, no es de ninguna manera utópico; es sólo escalofriante”.

La caracterización de Perón como alguien que procuraba el orden no significa que desconociera la realidad. Lo decimos por su famosa frase de que “los que en política quieren manejar un orden perfecto suelen morir de una sed desconocida, porque en política difícilmente existe un orden perfecto. Por eso, el que anhele conducir políticamente, ha de acostumbrarse a manejar el desorden antes que el orden”.

Es importante señalar que el peronismo, a diferencia de lo que hicieron sus antagonistas políticos durante muchos años, no se define por la negación. No somos “anti”, tenemos una propuesta positiva. Solía repetir Perón: “Yo no he dicho que el peronismo es anticomunista o anticapitalista. Ser “anti” es estar en posición de pelea o de lucha, y el peronismo quiere crear, trabajar, engrandecer a la Patria sobre la felicidad de su Pueblo. Los que nos pelean son ellos”. También afirmaba: “El partido centrista, como el izquierdista y el derechista, es sectario, y nosotros somos totalmente antisectarios. (…) Nuestra Tercera Posición, ¿es una posición centrista, como se la ha llamado en algunas partes? No. Está en el centro, a la izquierda, o a la derecha, según los hechos”. Recordemos que la Tercera Posición no se definía “entre” el capitalismo y el comunismo sino “más allá” de estos. También afirmaba “totalmente libres de prejuicios y de otras cosas que no sea la realidad. No diremos que somos realistas, diremos, más bien, Justicialistas, es decir, nos basamos en la Justicia, aunque esta no sea la realidad”. La Justicia, definida por Arturo Sampay como el bienestar general. Seguramente Perón advirtió que los discursos ideológicos muy estructurados configuran abstracciones unilaterales a la compleja realidad existente, y que en esa misma medida producían escisiones imposibles de reconciliar, porque los perfiles de esas mismas ideologías están construidos por mutua oposición, enfatizando siempre algún elemento en desmedro o con exclusión de los otros. Él prefería pensar que “lo que es bueno no deja de serlo porque provenga del diablo, el diablo a veces tiene alguna cosa buena”. La historia siempre nos hace recordar a Aldous Huxley en Un mundo feliz: “los extremos se tocan, por la sencilla razón de que se crearon para tocarse”.

En noviembre de 1951 decía Perón, bajo el seudónimo “Descartes”: “En nuestros días se observa un singular y sintomático antagonismo entre pueblos y gobiernos”. Hoy es más claro que entonces que, sin distinción de partidos, los líderes e instituciones perdieron sintonía con las necesidades populares, resignando legitimidad y prestigio. A pesar de ello el General no asume una actitud oportunista, y en La hora de los pueblos podemos leer una drástica posición respecto a un fenómeno que, si ya existía en las décadas de 1950 o 1960, hoy se ve agudizada y “explota” regularmente en distintas partes del mundo: “Un lugar común de la ignorancia suele ser el ataque atolondrado a la política, como si de ella dependiera que los hombres sean malos y mentirosos. Los simples suelen ser partidarios de la “eliminación de la política” porque hay malos políticos, como podrían ser partidarios de la erradicación de la medicina, porque existen algunos malos médicos. Sin embargo, cuando los tontos se ven forzados a mandar, no titubean en echar mano a la política; es que ellos son enemigos de la política de los demás”.

En un libro de 1974, El peronismo y la primacía de la política, José Pablo Feinmann afirmaba: “Para nosotros, las clases sociales son conceptos meramente descriptivos pero de ningún modo explicativos, porque lo explicativo es la política… si las relaciones de producción son el elemento más importante para explicar las clases sociales, entonces las clases sociales no sirven para explicar los procesos históricos, porque los procesos históricos no pueden ser explicados a partir de las relaciones de producción sino a partir de la práctica política”. Por ello, en lugar de poner el eje en las divisiones de clase, sin negar nunca, por supuesto, que existan, preferimos trabajar sobre pertenencia, bienestar, participación, que pueden ser vistas como las dimensiones fundamentales de la integración social. Solo así podrá encontrarse respuesta al problema del desempleo estructural, que es hoy más profundo que el ejército de reserva que permitía una mayor explotación de los trabajadores. Y para lograr sus objetivos, sin desertar jamás de su compromiso con los sectores más necesitados, el peronismo no se puede reducir al “partido de los pobres”. De hecho, ayer y hoy, numerosos conservadores se sintieron llamados por una idea de orden; nacionalistas, por el sentimiento de Patria; los trabajadores, pero también los excluidos, por la justicia social; los nuevos movimientos sociales por la idea de derechos y de reconocimiento como actores; muchos empresarios porque, al fin y al cabo, con el peronismo hay a quién venderle. El conflicto legítimo entre sectores o intereses sociales puede, según las circunstancias, derivar en negociación, acuerdo constructivo, compromiso momentáneo, o enfrentamiento abierto. Desde el Justicialismo hay una concepción más práctica del poder y del valor de las ideas, orientada por un horizonte ético – social y por una constante política de negociación y articulación de diferencias, intereses y programas.

 

La cuestión ecológica

Es conocida su Carta a los Gobiernos y Pueblos del Mundo de 1972, desde el exilio en Madrid, donde instaba a tomar conciencia de la marcha suicida que la humanidad ha emprendido a través de la contaminación del medio ambiente y la biosfera, la dilapidación de los recursos naturales y la sobreestimación de la tecnología. Relacionaba los problemas ecológicos con aspectos culturales y con intereses económicos: “Las mal llamadas ‘sociedades de consumo’, son, en realidad, sistemas sociales de despilfarro masivo, basados en el gasto, por el gusto que produce el lucro. Se despilfarra mediante la producción de bienes innecesarios o superfluos y, entre estos, a los que deberían ser de consumo duradero, con toda intención se les asigna cierta vida porque la renovación produce utilidades. Se gastan millones en inversiones para cambiar el aspecto de los artículos, pero no para reemplazar los bienes dañinos para la salud humana, y hasta se apela a nuevos procedimientos tóxicos para satisfacer la vanidad humana. Como ejemplo bastan los autos actuales que debieran haber sido reemplazados por otros con motores eléctricos, o el tóxico plomo que se agrega a las naftas simplemente para aumentar el pique de los mismos”.

En su tercer mandato como presidente creó la Secretaría de Medio Ambiente. Alertaba sobre los graves conflictos que la humanidad del futuro podía llegar a tener en torno a la escasez de agua potable. Y en el Modelo Argentino habla de un tema que aún hoy es motivo de grandes controversias políticas, el calentamiento global: “eleva la temperatura del medio ambiente sin medir sus consecuencias biológicas”.

Los contenidos expresados cuando en el mundo era incipiente la conciencia ecológica, pueden ser reconocidos en la encíclica Laudato si’ del Papa Francisco. Nos habla de una ecología integral, y de defender la casa común. “No podemos dejar de reconocer que un verdadero planteo ecológico se convierte siempre en un planteo social, que debe integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres”. Por ello la ecología integral debe atender los planos interrelacionados de lo ambiental, lo económico y lo social. Habla de lo que le está pasando a nuestra casa, de la contaminación y el cambio climático, del problema del agua y de la pérdida de la biodiversidad, pero lo hace junto con la cultura del descarte, la inequidad planetaria, el destino común de los bienes y la Justicia entre generaciones. Al referirse a las estrategias de baja emisión de gases contaminantes, no deja de alertar sobre los riesgos de una nueva injusticia envuelta en el ropaje del cuidado del medio ambiente, al exigir a los países más necesitados compromisos comparables a los de los más industrializados.

Hoy se habla de desarrollo sustentable, o sostenible, única forma de no generar catástrofes ambientales en un futuro cercano. Definido como la capacidad de la generación actual para asegurar la satisfacción de las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades.

 

Grandes principios de conducción y organización

Hay algunas enseñanzas de Perón que convendría tener especialmente presentes a la hora de desarrollar alguna actividad como dirigente o militante, y no solamente en el campo político estricto.

Su principio tantas veces enseñado sobre la importancia de la economía de fuerzas, que ya desarrolla en Apuntes de Historia militar relacionándolo con el centro de gravedad de la batalla, y retoma en Conducción Política dos décadas después. Nos habla acerca de la imposibilidad de ser fuertes en todos los lugares, por lo cual es necesario distinguir bien el tiempo y el espacio decisivo y principal. Para aplicar este principio a nuestros problemas actuales, podemos pensar en los acuerdos necesarios para Políticas de Estado, de los que tanto suele hablarse. Permitiría concentrar los esfuerzos de conjunto en temas que lo requieren por su importancia central, sin menoscabo que cada partido o sector, en otros asuntos, desarrolle su posición divergente.

En épocas de ausencia de colectivos y primacía de los personalismos y los “candidatos”, recordemos que, para Perón, sólo la organización vence al tiempo. Admite que, en su primera etapa, la conducción es siempre gregaria, personalista. Sólo después que la doctrina es asimilada como propia por el Pueblo, se llega a la conducción orgánica, a una construcción colectiva. Y es bueno tener presente que la organización debe realizarse cumpliendo determinados principios: la simplicidad, porque si es complicada no se puede manejar; la objetividad, que esté organizada para una finalidad específica; la estabilidad orgánica, que no se cambie todos los días; y la perfectibilidad, la evolución, para evitar anquilosarse en un sistema y excederse en la estabilidad.

Quienes pretenden imponer hegemonías, no teniendo en cuenta la existencia de otros, deberían recordar: “En el gobierno, para que uno pueda hacer el cincuenta por ciento de lo que quiere, ha de permitir que los demás hagan el otro cincuenta por ciento de lo que ellos quieren. Hay que tener la habilidad para que el cincuenta por ciento que le toque a uno sea lo fundamental. Los que son siempre amigos de hacer su voluntad, terminan por no hacerla de manera alguna”.

Perón toma del pensamiento organicista la idea de los anticuerpos, las autodefensas que permiten anular un germen patógeno introducido en el organismo vivo. Lo lleva a la acción política, para neutralizar la acción disociadora de cualquier dirigente. Más allá de la discusión teórica sobre la validez de la traslación del organicismo al campo social, el concepto puntual es muy útil en la práctica cotidiana.

La falta de formación política y el intento de suplirla con técnicos o con acciones tácticas parciales debería tener en cuenta algo que ya figura en Conducción Política: “El error de enfoque y de penetración del aspecto político de la Nación está en no mirar en grande la política; ella no se puede mirar en pequeño, porque es la actividad integral; todo está comprendido por la política: (…) De manera que para ser conductor político, lo que hay que estudiar es esta política integral. No pequeños sectores de especialización en la política, porque aunque tenga a su lado a técnicos, no le servirán; esos son asesores y no conductores”.

Hoy existe una percepción generalizada acerca de la distancia entre la llamada “clase política” y las personas comunes. Que suele expresarse en la relación entre los dirigentes y aquellos a quienes pretenden conducir. Recordemos que las actitudes oligárquicas suelen entrar en los movimientos populares, produciendo un daño superlativo. Hay enseñanzas que conviene no olvidar: “Y para ser respetado, hay un solo método: respetar. Nadie es tan indigno y tan miserable que no merezca el respeto. Si uno respeta a todos, aún quizás al que no lo merece, gana siempre el respeto de los demás”. “La base es la lealtad y la sinceridad. Nadie sigue al hombre a quien no cree leal, porque la lealtad, para que sea tal, debe serlo a dos puntas: lealtad del que obedece y lealtad del que manda”. Siempre preocupado porque el conjunto no ahogue a la individualidad, ya expresaba en “Conducción Política”: “El último hombre que es conducido en esa masa tiene también una acción en la conducción. Él no es solamente conducido, también se conduce a sí mismo. ¡Él también es un conductor, un conductor de sí mismo!”.

El trasvasamiento generacional que impulsaba para evitar el anquilosamiento que naturalmente se desarrolla en la mayoría de las organizaciones humanas, estaba matizado por “no tirar todos los días un viejo por la ventana”. Con esto se situaba al concepto más allá de un simple contenido etario, y debemos ligarlo a la condición de “perfectibilidad” que, como vimos, juzgaba como uno de los cuatro necesarios en su concepción organizacional. De hecho, generación es un concepto de carácter aproximativo, que delimita fronteras algo inciertas.

El rescate de la estrategia en la concepción del poder y de la política que hace Perón se adelanta a una orientación que recién será trabajada desde la teoría, fuera del ámbito castrense, en la década de 1970. Ya en 1932, en Apuntes de historia militar, encontramos que “la más difícil cualidad del conductor es crear en estrategia”. Y actualmente existen enfoques en los cuales la estrategia deja de ser la ciencia del conflicto, para convertirse en la ciencia de la articulación, en la que la comunicación juega un papel crucial. Así como el liderazgo, tema recursivo en sus clases de Conducción, y que hoy se revaloriza como clave en cualquier organización, y se pide al líder que sea proactivo y no reactivo, imaginativo y creativo más que pragmático, y que tenga una visión holística sustentada en la ética.

En nuestro tiempo se habla mucho de la “manipulación”, y se liga este concepto o a los medios de comunicación, o a lo que genéricamente se designa como “populismo”. Perón parece salirle al paso anticipadamente a estas deformaciones de la política: “Hay algunos “conductores” que apuestan a la ignorancia de la masa, para poder conducirla según sus apetitos. Pero la conducción necesita de una masa disciplinada, inteligente, obediente y con iniciativa propia (…) una masa organizada, educada, elevada espiritualmente”. Esta diferencia entre masa y pueblo, que enfatizamos porque es muy importante en la concepción peronista, tiene una muy buena síntesis que realiza Eva Perón al sostener que la masa es un agrupamiento informe de personas “sin conciencia colectiva o social, sin personalidad social y sin organización social”, por lo tanto manipulable, y que se suele expresar en forma violenta; mientras que el pueblo, mediante un proceso de adoctrinamiento, ha adquirido los tres atributos mencionados, lo que lo lleva a conductas distintas.

Al contrario de lo que pretende inculcar buena parte de la leyenda negra sobre Perón y el peronismo, y sin dejar de reconocer errores o gente “más papista que el papa”, nunca buscó la unanimidad en las ideas: “la pluralidad de pensamiento y las críticas constructivas configuran elementos esenciales de esa misma forma de organización y funcionamiento”, encontramos en el Modelo Argentino para el Proyecto Nacional.

No está de más recalcar una de las sanas obsesiones de Perón, la lucha contra el sectarismo. “No se pueden conducir los elementos sectarios. ¿Por qué? Porque cuando llega el momento en el que la conducción debe echar mano a un recurso extraordinario, el sectario dice: “No. Esta es una herejía para el sectario”. Entonces, los métodos y los recursos de lucha se reducen a un sector tan pequeño que presentan una enorme debilidad frente a otros más hábiles que utilizan todos los recursos que la situación les ofrece para la conducción. Por eso el sectarismo es la tumba para la conducción en el campo político”.

Hemos hablado de la unidad y de la organización, y ahora nos referiremos al otro elemento de lo que fue en algún tiempo una famosa trilogía de términos, la solidaridad. Por medio de la solidaridad cada uno contribuye a que el otro realice los fines que le son propios, respetando su autonomía. Esta relación es recíproca. Solidaridad para mejorar las condiciones de vida de los seres humanos. Alternativa a este presente de individualismos y desigualdades.

Claramente Perón privilegiaba la acción, el hacer, el realizar: “Si nos quedamos en la doctrina, somos predicadores; si solamente tenemos la teoría, somos “diletantes” que decimos todo lo que hay que hacer, pero no hacemos nada. Y si conocemos solamente las formas de ejecución, las hacemos rutinaria y mecánicamente y no dejamos “macana” por hacer”. Ya en Apuntes de Historia Militar se apoyaba en Clausewitz, uno de sus grandes referentes intelectuales. “El proyectar un buen plan de operaciones no hay que considerarlo como una obra maestra. La gran dificultad de la guerra estriba en su dirección, en permanecer fiel a las grandes líneas del plan trazado en medio de las incertidumbres y los desfallecimientos que se producen en el curso de una campaña y para esto, más que un gran talento, lo que se necesita es un buen sentido sostenido por un gran carácter y una gran fuerza de alma”.

Fue capaz de modificar apotegmas fundantes: de “para un peronista no hay nada mejor que otro peronista”, pasó a “para un argentino no hay nada mejor que otro argentino”. También de revisar hechos de su propia historia: “Yo mismo, siendo un joven oficial, participé del golpe que derrocó al gobierno popular de Hipólito Yrigoyen. Yo también en ese momento fui utilizado por la oligarquía”. ¡Tantos necios deberían aprender de esta actitud!

Adherimos al planteo de que el peronismo no se transforme en una arqueología para eruditos. Definimos en los primeros párrafos que uno puede encontrar en los clásicos casi todas las grandes cuestiones que se vuelven a presentar en contextos distintos y con otras características, pero se reiteran.

Está mal visto en muchos sectores que Perón, además de ser un gran político, haya generado ideas. Y, más aún, que esas ideas puedan ser útiles en la actualidad. Una especie de “cono de sombra”, o de “espiral del silencio”, ya que, como decía Orwell en 1984, “y si todos aceptaban la mentira, entonces la mentira pasaba a la Historia y se transformaba en verdad”. A despecho de muchos que creyeron eso desde 1943, Perón y su Movimiento no eran meros “lugares vacíos”, efectos puramente contingentes de la lucha social, a los que otros debían aportarle contenidos.

Tampoco hay que hacer “transformismo” con el pensamiento de Perón, lo que suele realizarse para llevar agua para algún molino de la política, tomando hechos o ideas y descontextualizándolos, para dar lugar a los más diversos etiquetamientos, ajenos al Justicialismo. Por ejemplo, una de las cosas que aún hoy se repiten es que el peronismo fue, y aún ahora lo sería, una especie de “fascismo criollo”, imputación que por otro lado se hizo a otros movimientos nacionales y populares americanos, como si defender los recursos naturales existentes en el territorio propio fuese equivalente a ocupar un país vecino. Más allá de ciertos rasgos de época, y de simpatizantes ubicados en los bordes –al ser un movimiento multitudinario siempre tuvo, y tiene, simpatizantes ubicados en otros bordes, como el liberal o el marxista– ninguna investigación que no esté sesgada por el odio puede desconocer que el fascismo surgió de guerras perdidas o frustraciones territoriales, de una fuerte amenaza comunista, tuvo una alta representación de las clases medias frustradas, en oposición a las organizaciones europeas de trabajadores, abrevó en ideologías reaccionarias irracionalistas, tenía la convicción de que la modernidad era un período decadente de la historia, se caracterizaba por el elitismo y el racismo, hacía un culto del deseo de expansión o del “espacio vital”, y generó la organización militarizada de los adherentes, el culto a la guerra y la violencia, y el rechazo de toda crítica al punto de practicar un verdadero terrorismo represivo. En el pensamiento de Perón, como vimos, siempre están presentes las libertades individuales, la crítica a la subyugación del hombre por el Estado, la búsqueda de la paz, la negativa a todo tipo de discriminación. Y, centralmente, sus adeptos eran mayoritariamente los trabajadores, y su oposición los sectores medios y altos.

No creemos que haya que hacer del pensamiento de Perón una lectura dogmática u “ortodoxa”. Al respecto nos remitimos al filósofo Cornelius Castoriadis cuando, en referencia al marxismo, hablaba de “la noción monstruosa de ortodoxia”, explicando que “la ortodoxia conduce a una esterilización más o menos completa del pensamiento. La “teoría revolucionaria” deviene en comentario talmúdico de los textos sagrados, mientras que ante los inmensos cambios científicos, culturales y artísticos que se acumulan desde 1890, el marxismo enmudece o se limita a calificarlos como producto de la burguesía decadente”. No imitemos las cosas que no dieron resultado. Acordémonos también de los economistas “ortodoxos”. Porque “la ortodoxia significa no pensar, no necesitar el pensamiento” (Orwell, 1984).

Por ello nos hemos referido a cuestiones que hoy están muy presentes, y quisimos mirarlas desde las ideas de Perón. No es de nuestro interés repetir dogmáticamente fórmulas elaboradas en el pasado. Si algo es realmente ajeno a la filosofía política del peronismo es cualquier forma de fundamentalismo. El peronismo se acerca más a un modo de lectura de la realidad, a un método, que a una colección de afirmaciones dogmáticas. La armonía y la organización de nuestra Comunidad no conspirarán contra su carácter dinámico y creativo. “Organización no es sinónimo de cristalización. (…) vocación de autorregulación y actualización constante. (…) Estas coincidencias sociales básicas no excluyen la discusión o aún el conflicto. Pero, si partimos de una base común, la discusión se encauza por el camino de la razón y no de la agresión disolvente. (…) Nuestra sociedad excluye terminantemente la posibilidad de fijar o repetir el pasado, pero debe guardar una relación comprensiva y constructiva con su tradición histórica”.

Como dijera Antonio Cafiero, “Lejos de las visiones materialistas –que consideran que los diferentes intereses sociales son inconciliables– y de aquellas neoliberales –que pretenden unanimidad en los asuntos de debate público– para el peronismo la lucha es parte inescindible de la democracia con justicia social. No nos concebimos como un dique de contención de los conflictos, sino como un canal profundo y generoso que nació para irrigar toda la estructura social con la energía de las demandas postergadas”.

El peronismo, a diferencia de tantos otros movimientos y partidos políticos de distintos lugares del mundo, tiene vigencia. Podrá ganar o perder una elección, dividirse o unirse, pero siempre está. En el plano político, en el social, pero también como un cierto modo de pensar y sentir importante en la sociedad argentina. Seguramente, lo que hemos visto en este ensayo algo tendrá que ver con eso.

Los argentinos, no sólo los peronistas, tenemos la suerte de haber accedido al pensamiento de Perón, a esta herramienta tan útil para accionar sobre la realidad. Pero no es de esa clase de herramientas que se pueden utilizar para cualquier cosa, porque es también un legado, un mandato de hacer Justicia. Y si en algún punto este diálogo nos lleva a una discusión con el pasado, aún a un conflicto, no deberíamos temer a ello. Porque no debemos confundirnos. No existe un pueblo que ya está unido, a la espera de ser representado. Se requiere la acción política capaz de imaginar aquello que puede volver a generar cohesiones en cada momento de la historia. Agradezcamos a Perón, y actuemos aquí y ahora, ya que a las sociedades, sobre todo en nuestra época y cultura, no les interesa demasiado repetir. Aman algunos rituales, pero desean con ansias procesos nuevos que, eso sí, puedan garantizar los más profundos anhelos que cada tiempo demanda. Utilicemos la creatividad porque, como dijera el gran educador venezolano Simón Rodríguez, o inventamos o erramos.

[1] Este texto obtuvo el primer premio en el Concurso Nacional de Ensayo 2019 Juan Domingo Perón, su pensamiento, organizado por el Instituto de Formación y Actualización Política (IFAP) y UPCN. El concurso fue en conmemoración de los 70 años del Congreso Internacional de Filosofía de 1949 realizado en Mendoza, y donde Juan Perón disertó sobre la comunidad organizada, base de la doctrina del justicialismo. El jurado estuvo compuesto por Graciela Maturo, Miguel Ángel Barrios, Ernesto Villanueva, Ana Colotti y José Paradiso.

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