El año 20 belgraniano

En los días que corren, las circunstancias de la catástrofe sanitaria universal eclipsaron en nuestro país la conmemoración del “Año Belgraniano”, destinado a rememorar una figura y un momento culminante de la historia argentina. No obstante, en medio de las incertidumbres y las preocupaciones del contexto, vale la pena detenernos a revisar algunos hechos cruciales del pasado que aún gravitan en los dilemas políticos del presente.

A lo largo de dos siglos, la lucha por la emancipación generó la disputa entre proyectos divergentes, que se pueden resumir en la alternativa de construir una república oligárquica, apéndice del “mundo occidental”, o una república democrática verdaderamente independiente. Manuel Belgrano fue un protagonista principal de la revolución que inició el camino, y merece ser recordado por su compromiso y sus propuestas visionarias, pero terminó derrotado en una encrucijada fatal de la historia. Precisamente en 1820, el año que demarca –nada menos– la grieta entre el centralismo entregador portuario y el proyecto federal popular. Aquel momento, caracterizado en los manuales de la historiografía liberal porteña con el sello deprimente de “la anarquía del año 20”, puede verse sin embargo de otro modo, con sus luces y sombras, como el auspicioso comienzo de un gran levantamiento nacional.

Repasando brevemente los hechos: en la batalla de Cepeda (1 de febrero) los caudillos gobernantes del litoral, Estanislao López en Santa Fe y Francisco Ramírez en Entre Ríos, que hasta entonces respondían a Artigas, derrotan al director Rondeau, se disuelve el poder central, y en el Tratado del Pilar (23 de febrero) el gobierno provisorio bonaerense acuerda con los vencedores organizar el Estado nacional en un futuro Congreso bajo la forma federal. La “anarquía” es pues una metáfora engañosa, que en cualquier caso sólo afectaba transitoriamente a Buenos Aires: el país se regiría a partir de allí como una confederación de hecho de provincias autónomas.

Con la muerte de Belgrano (20 de junio) se extingue el grupo revolucionario “jacobino”, que él formaba con Moreno y Castelli, ya fallecidos. Y desaparecen también del escenario del Plata los otros dos grandes jefes de la revolución: Artigas es expulsado al exilio, derrotado por los portugueses en Tacuarembó (22 de enero) y por Ramírez en Las Tunas (24 de junio); San Martín, rebelado con su ejército y respaldado por sus oficiales en el acta de Rancagua (2 de abril), se embarca hacia el Perú en la campaña libertadora (20 de agosto). Aunque en Buenos Aires se rearma la tendencia unitaria, emergen allí quienes llegarán a convertirse en los líderes del federalismo: Manuel Dorrego, designado gobernador interino (29 de junio), incursiona contra Santa Fe hasta ser derrotado en Gamonal (2 de septiembre), lo reemplaza en la gobernación Martín Rodríguez (20 de septiembre) y al mes siguiente lo deportan a la Banda Oriental. Rosas, jefe de las milicias rurales, aparece como puntal del gobierno y contribuye decisivamente a la paz con Santa Fe en el Tratado de Benegas (24 de noviembre).

En el año 20, entonces, se tensan las líneas de conflicto que ha desatado la revolución: mientras se sigue librando la guerra de la independencia, frente al proyecto hegemónico del puerto comercial de Buenos Aires se alza el movimiento federalista, que reclama la participación de los pueblos en la nueva república. En este marco concluye la vida y la obra de Belgrano, que nos interesa ahora examinar.

Secretario del Consulado, oficial de milicias en las invasiones inglesas, estudioso de los problemas económicos, miembro de la Primera Junta, improvisado general de los ejércitos patriotas, artífice del pacto confederal con Paraguay, creador de la bandera nacional, impulsor de la declaración de la independencia y del plan de la monarquía incaica, defensor de las provincias norteñas contra los avances realistas, sin duda sus actos le granjearon un lugar eminente en la historia. Bartolomé Mitre lo consagró como héroe de la patria en un texto fundacional que pretendió ser la versión oficial de la revolución emancipadora. En esas extensas páginas de inevitable referencia, hay abundantísimos datos, mucha ideología positivista –como el desprecio al indigenismo de la generación de 1810– y algunas omisiones significativas: por ejemplo, las ideas de redistribución de tierras, industrialización de la producción primaria y proteccionismo económico en los escritos belgranianos (Correo de Comercio 20-3-1810, 23-6-1810, 8-9-1810 y 10-11-1810, ver Chumbita, 2013: 56-57), así como el contenido de su Reglamento para las Misiones del 30 de diciembre de 1810 –en el cual disponía repartir tierras a los guaraníes y otorgaba plenos derechos políticos y sociales, que Mitre reduce a una somera mención de la previsión de escuelas–, la importancia del aporte indígena en la guerra del Alto Perú, e incluso las causas de la estrepitosa ruina de la familia Belgrano, de la cual no dice una palabra.

Entre la más reciente bibliografía, un curioso libro de Halperín Donghi, El enigma Belgrano, apunta a cuestionar su procerato resaltando las falencias del personaje, en quien detecta falta de realismo en algunas propuestas, cierto “egocentrismo” y presuntos errores de criterio que tuvieron malos resultados. Enfatizando aspectos nimios, el autor pasa por alto temas más relevantes, como el plan de la monarquía inca, e insiste en presentar la imagen de un “niño rico” cuya razón de vida sería cumplir las expectativas de su exitoso padre comerciante, en una familia opulenta donde lealtades y afectos “se miden en pesos y reales”. Resta entidad a las consecuencias del juicio por complicidad en un desfalco en la Aduana porteña, por el cual don Domingo Belgrano Peri sufrió durante años un arresto domiciliario, el embargo de todos sus bienes y las penurias consiguientes, hasta ser eximido pocos meses antes de su muerte: un caso que perturbó a su hijo, el joven Manuel, cuando estudiaba en España, realizando laboriosas y frustrantes gestiones en la corte para aliviar las desdichas familiares, y es la explicación, en definitiva, de la penosa indigencia en que él acabó sus días al volver enfermo y vencido a Buenos Aires.

Seguramente Halperín Donghi no leyó el libro Belgrano y su sombra del historiador Miguel Bravo Tedín, que documenta y desmenuza aquel drama, transcribiendo la profusa correspondencia familiar y la secuela del proceso que obra en el Archivo de Sevilla. Se apoya en cambio en otras fuentes, entre ellas las Memorias póstumas de alguien que estuvo a sus órdenes, el general Paz, donde encuentra insidiosas alusiones a la “ligereza de carácter” con que Belgrano “se dejaba alucinar” por ciertos oficiales “charlatanes”, incurriendo en “injustas preferencias”, o el reproche por mudar de opinión política, de “republicano acérrimo” a “monarquista decidido”. Incidentalmente, el autor cita del manco Paz una crítica de mayor peso al gran error histórico de Belgrano, que fue acatar la orden del Directorio de abandonar el frente contra los realistas para reprimir el alzamiento de los federales: “La guerra civil repugna generalmente al buen soldado… Este es el caso en el que se encontraba el ejército, pues que habíamos vuelto espaldas a los españoles para venirnos a ocupar de nuestras querellas domésticas. […] El general San Martín se propuso no hacerlo, y lo ha cumplido […] desobedeciendo (según se aseguró entonces y se cree hasta ahora) las órdenes del gobierno que le prescribía que marchase a la capital. […] Si el general San Martín hubiese obrado como el general Belgrano, pierde también su ejército, y no hubiera hecho la gloriosa campaña de Lima que ha inmortalizado su nombre” (Paz, 1885, I: 300-301).

Este asunto, que Halperín relega a una nota al pie y no le merece comentario, es a todas luces el principal cargo que se puede hacer a la trayectoria del general Belgrano. Algo que incluso Mitre no podía dejar de señalar, aunque en su biografía también constan los reparos y el desgano con que tuvo que asumir aquella ingrata misión. Cuando se enteró de que el director Pueyrredón ordenaba el regreso de Chile del Ejército de los Andes, Belgrano le escribía a San Martín: “Si usted se conmovió con mi bajada, figúrese cuál me habrá sucedido con la noticia de que su ejército debía repasar los Andes. Tanto más me admiraba esto, cuando el director nada me dice de su movimiento, que va a retardar la ejecución de los mejores planes, ¡y quién sabe hasta qué punto puede perjudicar la causa en el interior y afirmar el yugo español! Pero lo dispone quien manda, y no hay más que obedecer” (13-3-1819, en Mitre, 1968, IV: 19).

No obstante, luego de comprobar la decisión de las montoneras y su dominio del terreno, Belgrano se dirigió al gobierno, proponiendo una solución transaccional: “Es urgente concluir esta desastrosa guerra de cualquier modo. […] El ejército que mando no puede acabarla, es un imposible; podrá contener de algún modo; pero ponerle fin, no lo alcanzo sino por un avenimiento” (2-4-1819, en Mitre, 1968, IV: 20). En esos días San Martín instaba lo mismo en correspondencia con Artigas y con López, y se convino un armisticio que Belgrano aprobó complacido, a fin de “afianzar las bases de la amistad y confraternidad, sobre las cuales se fundaría el tratado de paz y concordia, tan deseado para la prosperidad de la nación” (17-4-1819, en Mitre, 1968, IV: 23). Pero este acuerdo precario no pudo mantenerse. Los federales exigían recursos para combatir la invasión portuguesa a la Banda Oriental, y el gobierno directorial apostaba a entregar esa provincia para acabar con el artiguismo. Las hostilidades prosiguieron, mientras Belgrano, enfermo, delegaba provisoriamente el mando del Ejército del Norte y se retiraba a Tucumán. Allí lo maltrató el estallido de la rebelión federal, que bullía en Córdoba y las provincias de Cuyo, hasta que se produjo el motín de Arequito (8 de enero de 1820), donde el ejército del que era titular se sublevó contra el Directorio y precipitó su final.

A partir de aquel acontecimiento, los oficiales que habían acompañado a Belgrano se convirtieron en caudillos y gobernantes federales de sus provincias: Bustos en Córdoba, Heredia en Tucumán e Ibarra en Santiago del Estero, enfrentando las maniobras del partido unitario para rehacer la dictadura de los intereses del puerto. En su agónico regreso a Buenos Aires, Belgrano era un gran derrotado. Había perdido su ejército, desautorizado por obedecer a un gobierno indefendible. El revolucionario que fue, hermanado con Moreno, Castelli y San Martín, con una lúcida interpretación de los problemas de la incipiente economía del país, prevenido contra las intenciones neocolonialistas de los ingleses, con tantos gestos de solidaridad con los pueblos del interior y las demandas de los naturales, se equivocaba sin embargo sobre las motivaciones de Artigas –figura clave de la revolución popular–, ignorando las razones del rechazo al Directorio, y no llegaba a comprender el significado de la causa federal.

Mitre enalteció sus virtudes, y aunque le negaba poseer el genio de otros revolucionarios, lo definió como “el tipo ideal del héroe modesto de las democracias” (Mitre, 1968, IV: 284). Halperín Donghi veía dificultoso “encontrar un único rostro entre sus muchos retratos”, y lo consideraba “un prócer apropiado para este inhóspito tercer milenio”, en “una entera nación envuelta hoy más que nunca en una despiadada guerra contra sí misma” y “un mundo que ha cesado de sernos comprensible” (Halperín, 2014: 113). Ante las manipulaciones de uno y el confeso desconcierto del otro sobre el trayecto del prócer, creo que, a pesar de todo, la memoria de sus aciertos y errores puede ayudarnos a ver en perspectiva histórica el problema constitucional de la nación –no sólo en el orden jurídico, sino en sentido integral, social y político– para pensarlo en este mundo del siglo XXI, sin renunciar a entender sus dilemas.

 

Fuentes bibliográficas

Bravo Tedín M (2003): Belgrano y su sombra. Rosario, HomoSapiens.

Chumbita H (2013): Historia crítica de las corrientes ideológicas argentinas. Revolucionarios, nacionalistas y liberales, UNLAM-Fundación Ross.

Halperín Donghi T (2014): El enigma Belgrano. Un héroe para nuestro tiempo, Buenos Aires, Siglo XXI.

Mitre B (1968): Historia de Belgrano y de la independencia argentina. Buenos Aires, Eudeba.

Paz JM (1855): Memorias póstumas. Buenos Aires, Emecé, 2000.

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