Volver a la filosofía nacional: aportes al drama posmoderno, por Silvio Maresca
Julián Otal Landi
Apenas horas después de que finalizara el declarado día del maestro, partía el prestigioso filósofo Silvio Maresca. En este sencillo opúsculo me parece primordial atenernos a lo urgente de su pensamiento lúcido. Advertía, cuando recién se asomaban los noventas, las problemáticas que nos aquejan: los males del posmodernismo.
Tiempo atrás, en una entrevista con el periodista Jorge Fontevecchia, declaraba su posición de preferirse siempre “políticamente incorrecto”: disentía de los discursos que surgen de los grandes medios de comunicación y que forman un sentido. Sin embargo, lo que para muchos es un signo de conservadurismo, en realidad parte de una concepción fundante que había señalado él mismo en numerosos trabajos. Uno de ellos saldría publicado en la Revista de Filosofía Latinoamericana y Ciencias Sociales en junio de 1993, bajo el sugestivo título de “¿Hedonismo ascético o afirmación de la singularidad?”: “Caídas las viejas certezas, se tornó perentorio atreverse a probar, a ensayar cuantas formulas se nos ocurran. Por cierto, no sólo en el campo de la escritura. Veo nacer un nuevo empirismo, bastante poco relacionado con el clásico. Absurdo sería, no obstante, inferir de lo que digo un rechazo a la presentación tradicional del pensamiento filosófico. El hedonismo vigente: entiéndase por tal el consumo indiscriminado, la tendencia al disfrute, la vocación por el llamado tiempo libre, la propensión compulsiva a la diversión y al entretenimiento, la aversión al trabajo, el repudio a la vejez, el cultivo del cuerpo en los deportes; en general, el culto del cuerpo a través de técnicas que abarcan desde la gimnasia hasta la medicina, pasando por la cosmética, etcétera. El hedonismo ascético debe interpretarse pues como resignificación o captura trasmundana de la inmediatez una vez desplomado el mundo suprasensible, realizado lo Universal, devaluados todos los valores tradicionales. Sigue siendo pura negación de la vida, represión consumada de la singularidad, reconciliación que en el final de la historia alcanza niveles de inmediatez jamás soñados. La mediación cumplida retorna a la certeza sensible. El saber absoluto es la certeza sensible, más aún, la vida sensible. La contemporaneidad da el paso de la absoluta racionalización de la vida en sus aspectos más inmediatos. A mi juicio, no otra cosa es el hedonismo ascético, esencialmente afecto a la privacidad, que rige despóticamente hoy la vida cotidiana del hombre occidental, impregnando toda la esfera de su actividad. Hasta tal extremo ha sido mediada la singularidad, hasta tal punto absorbida en lo Universal, su razonabilidad está tan absolutamente garantizada por el radical vaciamiento, que ahora puede… gozar. El deseo –otrora forma más elemental y abstracta de emergencia de la autoconciencia– se vuelve otra vez instancia pertinente. Sólo que ahora es deseo ‘racional’. Deseo que se sabe como deseo, es decir, consciente de que –como condición de su emergencia– lo real está perdido para siempre. Y así se ejerce”.
Lejos de la falsa filosofía “a la carta” que poco reflexiona y que lucra con consignas posmodernas, el pensamiento de Maresca apuntaba al germen que en este milenio se fortaleció de tal manera que hace una suerte de enunciaciones oníricas sobre nuestro pensamiento humanista, cristiano y peronista. La racionalización del deseo individual y su fetichización solo exacerbó el individualismo y el yoísmo desenfrenado, desconociendo todos nuestros valores. Al respecto, el filósofo había advertido la catalepsia que sufría nuestra filosofía, que durante los setenta había alcanzado altos grados de aceptación en la sociedad con su filosofía para la liberación, pero el militarismo había silenciado forzosamente sus consignas. En los 80, el triunfo socialdemócrata cambió el terreno político, social y hasta idiomático de nuestra cultura política. “La monstruosa criminalidad de las dictaduras militares, eminentemente la argentina, sumado a la siempre tutelar presencia de los Estados Unidos, posibilitaron el reverdecimiento de una opción política que parecía definitivamente arrojada al desván del pasado y que en los 70 caía fuera del foco de la discusión. La consigna ‘liberación o dependencia’ fue reemplazada por ‘democracia o autoritarismo’. Dentro de ella, la socialdemocracia, fórmula inocultablemente internacionalista, se insinuaba como un camino de progreso y mejoramiento de la vida de los pueblos o, mejor dicho, de la ‘ciudadanía’, como ahora se decía, en términos del ‘nuevo’ lenguaje”.
Mientras tanto, la filosofía europea se enroscaba en el posmodernismo, con su fragmentación de la realidad. La filosofía nuestra se sometía a un riguroso proceso de autocrítica y revisión. Como observa Maresca, “comenzó a hablarse preferentemente de ‘filosofía latinoamericana’, desplazando el rótulo ‘filosofía de la liberación’. En los 90 se avanzó hacia la tendencia ‘globalizadora’ y en la búsqueda de nuevos modelos lógicos y topológicos ‘que permitieran formular una exterioridad interior o una interioridad exterior’”. Lamentablemente, “la filosofía latinoamericana de los 80 tampoco supo aprovechar inteligentemente la irrupción del pensamiento posmoderno”. Con lucidez, Maresca arengaba: “¿Por qué oponerse a los proclamados ‘fin de las ideologías’, ‘fin de la historia’, si las ideologías fueron en nuestros pueblos productos de importación, sustento de la ‘colonización pedagógica’, instrumentos de dominación y alienación colectivas y la ‘historia’ que el pensamiento nordatlántico dice no fue nunca la nuestra ni nos hizo jamás un lugar; historia universal y teleológica cuya clausura abre la posibilidad de múltiples decursos vitales y diversos protagonistas?”.
La premonición de Maresca, que anticipa la orfandad actual de nuestro no-pensamiento, es advertida en este mismo trabajo cuando menciona la proliferación de la escuela filosófica que denomina “racionalidad comunicativa, astucia de la razón imperial”. “Todo aquello que constituía los puntos de apoyo de la filosofía de la liberación y el trasfondo histórico aún palpitante en los anhelos de la filosofía latinoamericana de los 80; no más pueblos y ahora ni siquiera ciudadanos, consumidores; el Estado, la Nación, rémoras; los movimientos nacionales de liberación, cáscaras vacías; en el mejor de los casos, partidos políticos de la democracia formal”.
Vale, entonces, la reflexión necesaria sobre el legado filosófico de Silvio Maresca que nos permite desenmascarar los falsos valores construidos dentro de este hedonismo ascético y recuperar sus aportes y los de tantas y tantos pensadores que contribuyeron a replantearnos una nueva epistemología. Como aventuraba: “Todo dependerá, una vez más, de la lucidez y la voluntad. Lucidez para adecuar sus convicciones más raigales a los nuevos requerimientos, replanteando todo lo que sea necesario replantear, y voluntad para sostener sin desfallecimientos una vocación de autonomía, un rasgo diferencial en un mundo que parece dominado por una pasión entrópica”.
Referencias
Maresca S (1993): “Gravidez y levedad de los tiempos que corren ¿Hedonismo ascético o afirmación de la singularidad?”. Revista de Filosofía Latinoamericana y Ciencias Sociales, 18.
Maresca S (2005): “Filosofía y catalepsia”. En La Biblioteca, Biblioteca Nacional.
Julián Otal Landi es profesor de Historia egresado del ISP “Dr. Joaquín V. González”. Docente titular de la cátedra “Historia de la Historiografía y Teoría de la Historia” en dicha institución. Autor de los libros Vibración y Ritmo (Insolubles, 2020), El joven Fermín Chávez (Fabro, 2021) y Era… como podría explicar. Biografía musical de Leonardo Favio (Fabro, 2022).